2 domingo Cuaresma - B from Joaquin Iglesias
Dios
revela su rostro
Anticipo de la gloria
Camino
de la cruz
Pedro, Santiago y Juan, en la montaña del Tabor,
son testigos de esa anticipación de su muerte y resurrección. Esta vivencia marcará para siempre sus corazones. El recuerdo de esos instantes los unirá mucho más a su maestro y se
convertirá en una referencia para sus vidas. Será el norte que guiará la brújula de su
espiritualidad y les dará valor en su firme deseo de seguir a Jesús hasta su pasión.
Tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a Juan,
y los condujo solos a un elevado monte, en lugar apartado, y se transfiguró en
medio de ellos. De forma que sus vestidos aparecieron resplandecientes y de un blanco como la nieve… Y
se les aparecieron Elías y Moisés, que estaban conversando con Jesús. Y Pedro,
tomando la palabra, dijo a Jesús: ¡Maestro, qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas, una
para ti, otra para Moisés y otra para Elías […] En esto se formó
una nube que los cubrió y salió de la nube una voz que decía: Este es mi Hijo amado, escuchadle.
Mc 9, 2-10
Dios
revela su rostro
Si en el bautismo Jesús iniciaba su ministerio
público, en el Tabor se manifiesta la predilección de Dios Padre hacia él.
Esta manifestación es un momento álgido que
descubre la intensa relación que lo une con el Padre. Pero, al mismo tiempo,
también muestra una confianza progresiva de Jesús en sus discípulos al revelarles
su identidad más genuina: les muestra el mismo rostro de Dios. En esta
revelación también anuncia su pasión y muerte. El hijo de Dios dará su vida en
rescate por todos y después resucitará.
Para nosotros, hoy, este pasaje tiene un hondo
significado: el hombre viejo, con sus ataduras y sus lastres, ha de morir para renacer
como hombre nuevo, libre y colmado del amor de Dios. Podríamos decir que el
Tabor es una primicia de la resurrección. Sobre el monte, Jesús se transfigura
y aparece glorificado. Esta imagen es una clara alusión a su resurrección.
Anticipo de la gloria
El texto cuenta que Jesús se lleva a una montaña
alta a tres de sus seguidores. Es en un espacio de intimidad donde se revela su auténtica naturaleza. Son
los discípulos más cercanos y por eso da un paso más allá, descubriéndoles su identidad.
En un acto de total confianza abre su corazón a aquellos tres discípulos amados, haciéndolos testigos de un misterioso secreto. Jesús les revela las entrañas de su persona, su
íntima relación con Dios, su filiación divina, su misión y su itinerario hacia
la muerte por fidelidad al Padre.
Los discípulos quedan deslumbrados ante la
transparencia de esta visión en la que ven a Jesús, con nitidez, como Hijo de
Dios. Es un momento luminoso que quieren eternizar, un atisbo de cielo que
saborean allí, en lo alto del Tabor. Es un instante tan denso que parece haber transcurrido
mucho más tiempo cuando, de pronto, se vuelven a encontrar solos con Jesús. Durante
un momento, un destello de eternidad ha iluminado su corazón. «Qué bien se está aquí», exclama Pedro. «Hagamos tres tiendas.» ¿Cómo no se va a estar bien en el cielo, con
Cristo? ¿Cómo no se va a estar bien cerca del corazón de Jesús, que les hace
ver su gloria?
También son testigos de la
presencia de Moisés y Elías, a ambos lados de Jesús. La ley judía, representada
por Moisés, y el profetismo, reflejado en Elías, convergen en Jesús de Nazaret.
Él sintetiza la Ley
y la tradición profética del Antiguo Testamento.
Camino
de la cruz
Una vez vivido ese momento de plenitud, serán
conscientes de que esa experiencia íntima y secreta no les exime de la otra
cara de la realidad. Por un lado, encuentran al Cristo glorioso. Por otro, al
Cristo sufriente, el Cristo de la cruz. Al descender del monte Jesús les pide
que no digan nada a nadie. El camino hacia Jerusalén tiene una meta clara: su
pasión y su muerte. El gesto sublime de total entrega de Jesús pasará por una
larga agonía. Pero también les vaticina que resucitará a los tres días.
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