12 Domingo Ordinario - B from Joaquin Iglesias
Se levantó un fuerte vendaval y las olas se echaban sobre la barca, de suerte que ésta estaba ya para llenarse. Jesús estaba en la popa durmiendo sobre un cabezal. Le despertaron, diciendo: Maestro, ¿no te importa que perezcamos? Y, levantándose, mandó al viento y dijo al mar: Calla, enmudece. Y se aquietó el viento y vino una gran calma.
Se levantó un fuerte vendaval y las olas se echaban sobre la barca, de suerte que ésta estaba ya para llenarse. Jesús estaba en la popa durmiendo sobre un cabezal. Le despertaron, diciendo: Maestro, ¿no te importa que perezcamos? Y, levantándose, mandó al viento y dijo al mar: Calla, enmudece. Y se aquietó el viento y vino una gran calma.
Mc 4, 35-41
Después de una larga
jornada predicando a las gentes, Jesús se aleja de la playa para descansar, con
paz y sosiego. Para ello, sube a la barca con sus discípulos y se aleja de la
orilla.
Ya en alta mar, llega un
huracán y se levanta la tempestad. Las olas zarandean la barca y los apóstoles
tienen miedo. Jesús duerme. ¿Cómo es posible? Podría parecer que es indiferente
al peligro que corren… Jesús duerme porque confía en Dios Padre.
Dios está en medio de la tormenta
En nuestro mundo de hoy , muchos son
los oleajes que sacuden nuestro corazón. Sólo duermen tranquilos los que tienen
paz, los que confían en Dios. Con Jesús nada malo puede ocurrir. Jesús tenía
calma en su interior porque la rica relación con su Padre, Dios, lo llenaba de
paz.
Analógicamente, la Iglesia hoy es un barco
que navega en alta mar, con la misión de llevar la buena nueva y rescatar a las
gentes que se hunden en el egoísmo. También recibe los embates de muchas olas,
a través de las críticas mordaces y despiadadas y los ataques contra los
valores cristianos. La Iglesia
está en un momento crucial de su historia. La increencia, la calumnia, el
narcisismo, sacuden con fuerza esta embarcación. A pesar de todo, más que nunca
hemos de saber que, aunque parezca callar, Dios está a nuestro lado. Aunque
silencioso, él siempre está con nosotros.
Crisis de fe
La crisis de fe que
vivimos hoy tiene una explicación. Una cosa es la herencia de la fe y otra dar
un paso más allá de la educación recibida y tener una experiencia vital de
Dios. Sin esta experiencia nadie puede llegar a sentirse enamorado y
entusiasmado con su fe.
Los jóvenes, como los
adultos en su momento, están aprendiendo y en su proceso de madurez deben
chocar a menudo con la realidad. Es necesario para que crezcan. Si la fe que
reciben no se completa con una experiencia íntima y personal con Dios, será
simplemente una herencia cultural, un barniz superficial que no llegará a calar
en las entrañas de su ser. Acabarán abandonándola o incluso censurándola. Esto
sucede también con muchas personas adultas que no han llegado a vivir la fe
como algo suyo, sino como una parte de su tradición y cultura.
Crisis de confianza
Pero hoy, además de la crisis de fe ,
se da una crisis de confianza. Nos cuesta mucho confiar en los demás. No sólo
en los personajes públicos, sino en los seres cercanos: en la familia, los
amigos… en el mismo Dios. La hermosa relación entre el hombre y Dios, como
vemos en el relato del Génesis, se rompe cuando nace la desconfianza. Toda
desconfianza destruye relaciones y proyectos humanos. Esta es la gran crisis de
nuestra civilización. Avanzamos hacia un mundo donde todo es cada vez más
virtual. Y la confianza ha de ser encarnada. Confiar, además, no es un mero
estado psicológico, o un sentimiento pasajero de bienestar. Es la certeza de
saber que, abriéndonos a la otra persona, podemos crecer y madurar.
La falta de alegría, de
entusiasmo, de fe, es una consecuencia de la pérdida de confianza.
Si perdemos la fe, la esperanza, el amor… ¿qué nos queda? Nada. Un absoluto
vacío, abismo sin sentido. En el caso de las relaciones que han durado largos
años, como en muchas parejas que se separan, cabe preguntarse cómo es posible
que se rompa algo que se ha vivido con plenitud durante mucho tiempo…
Cuando se pierde la
confianza, se pierde el sentido de la vida. Sobre la confianza se construye todo.
Los cristianos estamos llamados, no sólo a creer, sino a confiar en Dios, y a
amarlo con intensidad. Creer, amar, esperar, se culminan con el confiar.
Dios no duerme
No nos engañemos. El
mundo vive inmerso en la tempestad. Sólo en el cielo alcanzaremos la calma
total. Nuestra vida transcurre en medio de un constante vaivén, pero ¡tengamos
calma! La barca seguirá a flote. Dios nos dará la firmeza y la serenidad
necesarias. Más allá de nuestras capacidades físicas y psicológicas, tenemos
una dimensión espiritual dotada de una enorme fuerza. Somos hijos de Dios, de
su misma naturaleza. Si alguna vez nos preguntamos cómo es posible que una
persona, criatura de Dios, puede ser capaz de hacer tanto daño, es porque esa
persona se ha rendido a la seducción del mal.
No podemos apearnos de la
confianza. Podemos sentir miedo e inquietud por el futuro, es muy humano. Pero,
¡el milagro es que el barco aún no se ha hundido! Y es porque Dios no duerme.
Siempre vela, junto a nosotros. Finalmente, dice el evangelio, Jesús se
levanta, increpa al viento y hace callar las aguas.
¡Cuántos son los ruidos
que nos envuelven! Los vendavales y el estruendo desestabilizan la sociedad y
el mundo entero. Necesitamos serenidad y sosiego. Sólo las alcanzaremos en su plenitud
en el cielo, pues en la tierra nuestra vida es una lucha contra el mal. Nuestra
misión es rescatar de
las aguas turbulentas a muchas gentes y traerlas hacia la luz
del rostro de Dios. El mundo es una batalla continua. Pero, en medio de la
brega, dejémonos enamorar por Dios. Él nos dará fuerzas y llenará nuestro
corazón de calma y de paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario