Corpus Christi - ciclo B from Joaquin Iglesias
Mientras comían, tomó
pan, y bendiciéndolo, lo partió, se lo dio y dijo: Tomad, éste es mi cuerpo.
Tomando el cáliz, después de dar gracias, se lo entregó y bebieron de él todos.
Y les dijo: Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En
verdad os digo que ya no beberé del fruto de la vid hasta aquel día en que lo
beba de nuevo en el reino de Dios.
Mc 14, 12-16, 22-26
Dar la vida, el mayor gesto de amor
El sentido teológico de
esta fiesta es el misterio de Cristo, hecho pan y vino en el sacramento de la
Eucaristía.
En la última cena con los
suyos, antes de morir, Jesús pronuncia estas palabras: Tomad, esto es mi cuerpo, y Haced
esto en memoria mía. Entregando su cuerpo y su sangre está ofreciendo su
vida entera. Y lo hace por amor. Con esta frase Jesús está diciendo: tomad,
esta es mi vida, mi libertad, mi deseo de cumplir la voluntad del Padre.
Cristaliza para siempre ese momento con un gesto de donación total.
Los cristianos heredamos
esta manera de amar dando con generosidad, sin límites. No necesariamente hemos
de morir para dar la vida. La mejor manera de entregar la vida es dar nuestro
tiempo, lo que somos, vivimos y celebramos; aquello de Dios que hay en
nosotros.
El fundamento de la fe es la entrega
Antiguamente, nos dice la Biblia , se sacrificaban
animales ante Dios. Jesús se sacrifica él mismo en rescate por la humanidad. Su
sangre, vertida por amor, es la ofrenda. Va más allá del cumplimiento de unos
preceptos: da su vida libremente entregando su corazón a Dios. El cristianismo
no se fundamenta en los ritos, sino en la entrega de uno mismo.
La dinámica eucarística
es ésta: oblación, entrega a Dios y a los demás. La misa nuclea el fundamento
de nuestra fe: tomar el pan y el vino sacramentaliza la presencia real de
Jesús.
Estamos llamados a
trabajar para abrir espacios de cielo en medio del mundo, con un abandono total
en Dios. Esto supone luchar a contracorriente. Es difícil predicar al vacío,
ante personas de corazón endurecido y cerrado o ante gentes que han perdido el
sentido de la existencia, que se sienten derrotadas, que optan por vivir en el
arcén espiritual. Pero Jesús lo hace dando hasta su vida. Nosotros también
podemos hacerlo. Podemos ir entregando nuestra vida, poco a poco, por amor.
Estamos llamados a ser pan y vino para los demás.
Nos convertimos en pan y en vino
Cristo es verdadero pan
para el cristiano. Nuestras células espirituales necesitan el alimento de su
cuerpo, la bebida de su sangre y el oxígeno del amor de Dios. A medida que lo
asimilamos, nuestra vida va creciendo a la par que la vida de Jesús. Como él,
que nació, fue niño, creció y, ya adulto, predicó hasta su muerte, nosotros
también hemos de pasar ese proceso en nuestras vidas. El cristiano adulto deja
de ser un niño inmaduro y sale a anunciar la buena nueva. Hace de la palabra de Dios
vida de su vida. La madurez cristiana se demuestra en una entrega como la de Jesús , en la donación
de la propia vida.
Nuestra vida ha de convertirse
en una hostia pura. Es entonces cuando nos alejaremos de la multitud sin norte
y caminaremos hacia la plenitud del amor de Dios.
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