Levantando los ojos
Jesús, y contemplando a la gran muchedumbre que venía a él, dijo a Felipe:
¿Dónde compraremos pan para dar de comer a éstos? … Contestó Felipe: Doscientos
denarios de pan no bastan para que cada uno de ellos reciba un pedacito. Dijo
entonces uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Pedro: Hay aquí un
muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero, ¿qué es esto para
tantos? Le dijo Jesús: Mandad que se acomoden. Había en aquel sitio mucha
hierba verde. Se acomodaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil.
Tomó entonces Jesús los panes y, dando gracias, entregó a los que estaban
recostados, e igualmente los peces, cuanto quisieron.
Juan 6, 1-15
Cinco panes y dos peces
Eran muchos quienes seguían a Jesús en su caminar por Galilea. En él veían el rostro
En esta ocasión, Jesús
debe marchar y despedir a la gente, pero están en un despoblado y no han comido
nada. Entonces pregunta a sus discípulos qué pueden hacer. Ellos hacen
cálculos. No tienen dinero suficiente para alimentar a una multitud tan
numerosa. Andrés interviene, diciendo que un muchacho tiene cinco panes y dos
peces. Pero, ¿qué es tan poco para dar de comer a tantos?
Y, sin embargo, basta el
gesto de ese jovencito, dando lo poco que tiene, para provocar el milagro.
Jesús, bendiciendo este acto, multiplica la generosidad. Todo el mundo puede
comer y aún sobra.
Dios responde a nuestra generosidad
Cuando damos, aunque sólo
sea un uno por ciento, o menos, de cuanto tenemos, Dios lo multiplica hasta el
infinito. No regatea. Responde a nuestra generosidad de modo magnificente.
¿Por qué no dar un diezmo
de cuanto poseemos? Finalmente, todo lo que tenemos es porque lo hemos recibido
o bien otros nos lo han dado. Todo nos viene de Dios. ¡Qué menos que devolverle
una pequeña parte de sus dones!
La generosidad implica
gratitud y reconocimiento. Todo lo que tenemos es un regalo. Dios no sólo nos
lo ha dado todo. Se nos da a sí mismo, se entrega, sin límites, a través de su
Hijo Jesús.
El hambre del mundo
Con el pequeño esfuerzo
de aquel muchacho Jesús fue capaz de alimentar a miles de personas. Este relato
nos hace reflexionar sobre el problema del hambre en el mundo. Tan sólo
haciendo un pequeño sacrificio aquellos que tenemos en abundancia podríamos
combatirlo.
En el mundo se derrochan
enormes cantidades de dinero en guerras. Cuánto cuesta matar, y cuánto menos
costaría alimentar a toda la humanidad. Con el coste de una guerra de pocos
días se podría acabar con el hambre. Pero los magnates carecen de la lucidez
para ver que no se debe quitar la vida a nadie ni hacer morir a un solo
inocente por la ambición de poder que los mueve.
Pero con nuestro diezmo,
con nuestra pequeña entrega, podemos mejorar el mundo. La Iglesia contiene un tesoro
inmenso capaz de hacerlo. Es nuestra responsabilidad emplear ese valioso don.
Dios cuenta con nosotros
«Y sobraron doce cestas
de pan», dice el evangelio. Cuando se produce el milagro, cuando el corazón
humano queda tocado, Dios multiplica nuestras posibilidades. Claro que Dios
podría hacer muchísimas cosas, él solo, pero ha querido contar con la
humanidad, con su fe y su libertad, para realizar su obra.
Dios no solamente quiere
librarnos del hambre. Desea que nos saciemos de él, que imitemos su
esplendidez, su capacidad de tocar el corazón, su generosidad. La mayor
tragedia, aún más dolorosa que el hambre, es que muchas personas mueran sin
conocer a Dios, sin probar el alimento divino.
Trabajemos para que la
gente no sufra, para que sepa sacar lo mejor de sí y darlo a los demás.
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