2º Domingo de Adviento - C
Baruc 5, 1-9.
Filipenses 1, 4 - 6. 8-11.
Lucas 3, 1-6.
Las lecturas de hoy nos
hablan de una espera gozosa. El profeta Baruc ve un día glorioso en que
Jerusalén dejará atrás su luto y sus derrotas para resplandecer con la
presencia de Dios. Ponte en pie, Jerusalén, contempla a tus hijos. El Señor
allanará los caminos. Serán días de fiesta y de luz: Israel experimentará que
es amado tiernamente por su Dios.
San Pablo en su carta a
los filipenses anima a una comunidad que ya está viviendo el Reino, pero que
también espera la llegada definitiva de Cristo. Mientras tanto, ¿qué hacer?
Seguir creciendo en el amor, perseverar en la justicia y en los valores.
¿Queremos pruebas? La presencia amorosa de Dios es más
que un deseo, una ilusión o un invento para consolar a los ingenuos. Lucas, con
precisión de historiador, comienza a redactar su evangelio citando fechas y
personajes reales. Su relato no es un mito, sino una experiencia real. Dios vino
al mundo y su llegada fue precedida por el último gran profeta: Juan Bautista. Él
no esperó que Dios allanara los senderos, sino que interpeló al pueblo para que
todos fueran parte activa. ¿Viene el Señor? Abre tu corazón, limpia tus intenciones,
purifica tus obras. Vive esta esperanza con acciones concretas, en tu día a
día. «Conviértete» es otra manera de decir: cambia tu estilo de vida, sé
solidario, no te dejes arrastrar por la corriente consumista y deshumanizadora,
que aturde las mentes y duerme las conciencias. Vive despierto y vive alegre,
porque el Señor está cerca y te ama. No hay noche larga que no termine en una
alborada. Deja que el sol de Dios amanezca en ti.
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