5º Domingo de Cuaresma - C
Isaías 46, 16-21
Salmo 125
Filipenses 3, 8-14
Juan 8, 1-11
Las tres lecturas de hoy nos invitan a dejar atrás todo lo que nos ata, nos
esclaviza o nos hunde en el abismo para dejar nacer algo nuevo.
El profeta Isaías habla al pueblo de Israel exiliado con palabras llenas de
esperanza. Lo invita a dejar atrás la nostalgia por lo que ha perdido. Dios
puede hacer que el desierto florezca, sacando frutos del yermo. Así, de las
cenizas de nuestro dolor y fracaso, siempre puede surgir vida, porque el Señor
de la vida nunca nos abandona. ¿Confiamos en Dios? No nos desesperemos nunca,
porque él puede regenerarnos: «Mirad que hago algo nuevo, ya está brotando, ¿no
lo notáis?» Dios no desea nuestra ruina, su gloria es que vivamos en plenitud y
podamos cantarle agradecidos.
Pablo, el hombre renovado tras su encuentro con Jesús, también se ha
desprendido de un gran lastre del pasado. La esclavitud de la ley, la tiranía
del afán perfeccionista y la fuerza de voluntad han dado paso al amor gratuito
de Dios, vertido en Cristo. De ahí nace la confianza y la fe. Sus méritos
propios y su esfuerzo nada valen al lado de la amistad con Cristo. Él es su
amor, su tesoro, su triunfo. Lo demás es nada, «basura». Pablo ha aprendido a
pasar del merecimiento al amor; de la lucha por ganar a la gratuidad del
recibir.
¿Cómo mejor se puede ilustrar la bondad de Dios que con el episodio del
evangelio? Una mujer adúltera, acusada ante Jesús, es utilizada como una
trampa. Si él acepta que la condenen, cumple la ley pero falla a su bondad; si
la perdona, está rompiendo con la ley de Moisés. ¿Qué hará? Jesús es más
inteligente que los acusadores. No romperá con la ley, la llevará hasta su
extremo. ¿Queréis lapidarla? El que esté libre de pecado, el que sea justo y
puro, que lance la primera piedra. Con esto, Jesús les recuerda que solo Dios
tiene la potestad de juzgar y condenar… Los fariseos y letrados se retiran,
confusos y abrumados. Jesús los ha dejado en evidencia. ¿Quién es perfecto para
juzgar sino Dios? Pero Dios, por encima de todo, es misericordioso y clemente.
No desea la muerte de sus criaturas, ni su castigo, sino su redención. No
quiere destruirnos, sino recuperarnos. No se ensaña con los enfermos y los
cautivos del mal, sino que los rescata. Así lo hace Jesús. Ante la mujer que se
ha quedado sola, no la condena. Tampoco niega su pecado. Pero le abre una
puerta hacia la sanación de su alma y la rehabilitación de su vida: «Vete y no
peques más». Con estas palabras de paz y liberación Jesús está abriendo un
sendero de luz en el corazón herido de aquella mujer, utilizada por los
hombres. Está haciendo que en su desierto interior, tal vez lleno de zarzas,
brote algo nuevo. Así es Dios: antes que juez, es padre cariñoso y salvador.
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