Eclesiástico 15, 16-21
Salmo 118
1 Corintios 2, 6-10
Mateo 5, 17-37
La imagen de Jesús como un hombre libre que cuestiona la Ley es muy atractiva. En su pugna contra el legalismo judío y su rigidez, hay el riesgo de considerar a Jesús una especie de anarquista, un rebelde sin causa o un infractor. Pero Jesús siempre dejó claro que no había venido a abolir la Ley, sino a darle plenitud. La de Moisés, como muchas normas humanas, era una ley de mínimos. Cumplirla garantizaba una convivencia respetuosa, libre de abusos, violencia y salvajismo. La ley está al nivel de la supervivencia, y Jesús nos llama a algo más que a sobrevivir. El reino de Dios pide algo más que justicia y tolerancia. Si no aspiramos a más, fácilmente caeremos en la trampa legal y no llegaremos ni a los mínimos necesarios.
Jesús comenta tres
mandamientos básicos: no matar, no cometer adulterio, no mentir ni jurar en
falso. Son los tres grandes mandamientos que defienden la vida, el amor y la
verdad. La Ley prohíbe, pero Jesús da un paso más allá y propone algo que
rebasa la justicia terrena: una ley del reino de Dios.
Muy pocas personas
matamos físicamente. Pero Jesús nos habla de otras formas de dar muerte: el
insulto, la calumnia, la crítica. La lengua hiere y mata. Jesús equipara hablar
mal y difamar al otro a un crimen de sangre. Su condena es rotunda: quien llame
imbécil a su hermano será reo de asesinato. ¿Cuántas veces hemos matado con
nuestras lenguas?
El adulterio es una
ruptura del amor. Pero no basta con abstenerse de sexo fuera del matrimonio.
Jesús habla de las intenciones del corazón, de alimentar deseos que nos quitan
la paz y que, al final, enturbian el amor limpio y fiel que debería existir
entre las parejas. Hoy existen muchas formas de ser infiel y de faltar al amor
con la persona a la que un día dijimos sí. ¿De cuántos adulterios virtuales
podríamos acusarnos?
Finalmente, Jesús acusa a
las personas que, para dar solemnidad a sus promesas, apelan a argumentos
religiosos o ponen a Dios como testigo. Como si la simple verdad, honesta,
clara, no fuera suficiente. ¿Qué tenemos que ocultar cuando necesitamos dar
tanto énfasis a lo que decimos? La verdad no necesita gritos ni juramentos.
Pero ¡cuánto nos cuesta ser sinceros! Cuánto nos cuesta decir simplemente sí o
no.
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