2017-02-17

Seréis santos porque yo soy santo

7º Domingo Ordinario - A

Levítico 19, 1-2.17-18
Salmo 102
1 Corintios 3, 16-23
Mateo 5, 38-48


La primera lectura de hoy da un giro de tuerca a la afirmación del Génesis. Dios crea al hombre a su imagen y semejanza. ¿Nos damos cuenta de la enormidad de esta frase? ¡Somos similares a Dios! Para dejarlo claro, resuena el mandato del Levítico: Seréis santos porque yo soy santo. ¿Es posible alcanzar tal perfección? Jesús, en el evangelio, no rebaja la exigencia: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Y nos habla de superar los viejos mandatos del ojo por ojo y diente por diente, la vieja justicia del premio y el castigo, de la retribución y la reparación. Amar al enemigo, rezar por quienes nos persiguen... ¿No está poniendo el listón demasiado alto? ¿Es realmente viable esta imitación de Dios?

Es curioso. Los humanos, por un lado, queremos ser como dioses. Queremos independizarnos de Dios y emprender hazañas gloriosas. Por otro lado, queremos encajar a Dios en nuestros esquemas. Aspiramos a hacer cosas grandes. Pero luego pretendemos elevar a la divinidad nuestros impulsos, intereses o pasiones. Queremos ser como Dios, sin contar con Dios, y luego deificamos cosas que no tienen nada de divinas. ¡Qué confundidos estamos! No es de extrañar que haya tantos conflictos en la sociedad y tanto sufrimiento en nuestras vidas. La embriaguez efímera del éxito se mezcla con la depresión del fracaso y así vamos viviendo a trompicones, zarandeados de un extremo a otro, sufriendo inútilmente y sin crecer. Necesitamos un poco de luz.

San Pablo nos da claves. No somos Dios, pero somos templos de Dios. Albergamos su aliento sagrado en nosotros siempre que queramos acogerlo. Ser perfectos, amar a los enemigos, perdonar y rezar por quienes nos perjudican parece imposible. Solos no podemos. Pero con Dios, ¡todo lo podemos! Somos limitados, pero a la vez somos vasija del tesoro del Espíritu Santo. Todo es vuestro, dice san Pablo. Y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios. ¡Qué hermosa pertenencia! No, Jesús no nos pide demasiado. Vivimos envueltos en su amor, sostenidos por su amor, salvados por su amor. Saber que somos suyos nos da alas, fuerza y ánimo para afrontar cualquier dificultad. Con él somos capaces de un amor heroico, similar al suyo. Sin él lucharemos contra gigantes y caeremos en el intento. Con él basta que ofrezcamos lo que somos y tenemos, poco o mucho. Él lo recoge todo. Él lo transforma todo y hace posible lo que nos parecía imposible.

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