Levítico 19, 1-2.17-18
Salmo 102
1 Corintios 3, 16-23
Mateo 5, 38-48
La primera lectura de hoy
da un giro de tuerca a la afirmación del Génesis. Dios crea al hombre a su
imagen y semejanza. ¿Nos damos cuenta de la enormidad de esta frase? ¡Somos
similares a Dios! Para dejarlo claro, resuena el mandato del Levítico: Seréis santos
porque yo soy santo. ¿Es posible alcanzar tal perfección? Jesús, en el
evangelio, no rebaja la exigencia: Sed perfectos como vuestro Padre celestial
es perfecto. Y nos habla de superar los viejos mandatos del ojo por ojo y
diente por diente, la vieja justicia del premio y el castigo, de la retribución
y la reparación. Amar al enemigo, rezar por quienes nos persiguen... ¿No está poniendo el listón demasiado alto? ¿Es realmente viable esta imitación de Dios?
Es curioso. Los humanos,
por un lado, queremos ser como dioses. Queremos independizarnos de Dios y
emprender hazañas gloriosas. Por otro lado, queremos encajar a Dios en nuestros
esquemas. Aspiramos a hacer cosas grandes. Pero luego pretendemos elevar a la
divinidad nuestros impulsos, intereses o pasiones. Queremos ser como Dios, sin contar
con Dios, y luego deificamos cosas que no tienen nada de divinas. ¡Qué
confundidos estamos! No es de extrañar que haya tantos conflictos en la
sociedad y tanto sufrimiento en nuestras vidas. La embriaguez efímera del éxito
se mezcla con la depresión del fracaso y así vamos viviendo a trompicones, zarandeados
de un extremo a otro, sufriendo inútilmente y sin crecer. Necesitamos un poco
de luz.
San Pablo nos da claves.
No somos Dios, pero somos templos de Dios. Albergamos su aliento sagrado en
nosotros siempre que queramos acogerlo. Ser perfectos, amar a los enemigos,
perdonar y rezar por quienes nos perjudican parece imposible. Solos no podemos.
Pero con Dios, ¡todo lo podemos! Somos limitados, pero a la vez somos vasija
del tesoro del Espíritu Santo. Todo es vuestro, dice san Pablo. Y vosotros de
Cristo, y Cristo de Dios. ¡Qué hermosa pertenencia! No, Jesús no nos pide demasiado. Vivimos envueltos en su
amor, sostenidos por su amor, salvados por su amor. Saber que somos suyos nos
da alas, fuerza y ánimo para afrontar cualquier dificultad. Con él somos
capaces de un amor heroico, similar al suyo. Sin él lucharemos contra gigantes
y caeremos en el intento. Con él basta que ofrezcamos lo que somos y tenemos,
poco o mucho. Él lo recoge todo. Él lo transforma todo y hace posible lo que
nos parecía imposible.
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