La Transfiguración de Jesús
Lucas 9, 28-36
Los tres evangelios
sinópticos, Mateo, Marcos y Lucas, narran la transfiguración en el Tabor con
palabras casi idénticas. Esto significa que el relato se transmitió fielmente
entre las primeras comunidades, y que fue una experiencia impactante y
fundamental para los discípulos.
Jesús lleva tiempo
avisando a sus amigos que su final, en Jerusalén, será previsiblemente una
muerte violenta. Es realista: sabe que lo perseguirán y lo condenarán porque
conoce a su gente y sabe que los grupos de poder no van a aceptarle a él, ni su
persona ni su misión. Pero, por otro lado, Jesús no quiere hundir a sus
discípulos en el miedo ni en la desesperanza. El realismo ante el mal no
significa derrotismo ni inmovilidad. Jesús quiere que sus amigos tengan también
otra certeza: que él es el Hijo de Dios, y que, como tal, su historia no
terminará en la derrota ni en la muerte. Por eso se lleva a sus tres amigos más
íntimos, Pedro, Santiago y Juan, a un monte alto. El monte es el lugar donde
cielo y tierra se tocan, un lugar de oración, de contemplación silenciosa y de
adoración. Y es allí donde los discípulos ven, claramente, quién es Jesús. El cielo
se abre y lo acompañan dos grandes personajes de la historia de Israel, vivos
en el más allá, Moisés y Elías. Moisés representa la Ley, el corazón de la
identidad judía. Elías es el portavoz de los profetas, la voz de Dios en el
mundo. Entre ellos, como suprema ley y supremo profeta, está Jesús. En él se
culmina la ley de Dios y la profecía. Ya no son necesarios más leyes ni anuncios,
porque el reino de Dios ha llegado con él. El Shemá hebreo se concreta: Israel, escucha… ¿a quién? Dios mismo responde
desde la nube celeste: a mi Hijo amado, predilecto, elegido. Escuchadle a él.
Los discípulos quedan
desconcertados, como toda persona que vive una experiencia mística y todavía no
sabe muy bien cómo explicársela. Tendrán que guardarla en su corazón, meditarla
largamente y asimilarla para poder, un día, contarla. Por eso dice el evangelio
que, de momento, no contaron a nadie nada.
Ciertas vivencias no pueden ser divulgadas de inmediato, hasta que no son
interiorizadas y comprendidas.
La reacción de Pedro es
muy humana, pero tampoco es la que Dios quiere. Como siempre, Pedro es el
hombre de acción. Propone levantar tres tiendas, una para Moisés, otra para
Elías y otra para Jesús. La mayoría de personas creen que esta reacción es un
poco ingenua y alocada. Pedro se siente tan bien ahí arriba que quisiera
quedarse para siempre en éxtasis. Y está tan aturdido que sólo piensa en poner
unas tiendas para su Maestro y los ilustres invitados bajados del cielo.
Pero esta propuesta de
Pedro, según los teólogos más profundos, va más allá. La palabra “tienda” en la
cultura judía significa algo más que un refugio para guarecerse. Tienda es la
tienda de la alianza, el tabernáculo itinerante del éxodo, el lugar donde
habita Dios, el templo portátil que se recordaba en la fiesta de los
tabernáculos o de las tiendas. En lenguaje moderno, diríamos que Pedro le dijo
a Jesús: mira, vamos a construir tres capillas, o tres templos. Uno para ti,
otro para Moisés y otro para Elías. Es decir: vamos a levantar tres edificios
para glorificaros. ¡La vanidad humana convertida en devoción!
¿No es esta la actitud de
muchos creyentes? Queremos poner a Dios en un pedestal y, allí, bien colocado,
adorarlo y rendirle culto. Queremos glorificarlo encasillándolo en templos y
edificios, en estructuras y liturgias. Pero luego, cuando salimos de la
iglesia, volvemos a nuestra vida cotidiana y nos olvidamos de él. Esta reacción
de Pedro es la misma que la del rey David queriendo construir un templo al
Señor del cielo y la tierra, o la de Salomón. El templo, en realidad, no da
gloria a Dios, sino a los hombres; y termina siendo una prisión dorada que
intenta atrapar a Dios en los esquemas humanos.
El evangelista dice que
Pedro no sabía lo que decía. No, no
lo sabe, pero pronto tendrá una respuesta. Lo que Dios quiere no son tantos
cultos, ni edificios ni pompas. No quiere ser encerrado en estructuras. Dios quiere
que escuchemos a su Hijo amado y que lo amemos, como él lo ama. Hacer caso a
Jesús: ese es el verdadero culto y la verdadera adoración. Cuántas veces,
pretendiendo adorar a Dios, lo único que hacemos es escucharnos a nosotros
mismos y nuestras oraciones, y no sabemos escucharle a él. ¡Qué ruidosas y
pretenciosas son nuestras devociones, a veces!
Jesús devuelve a sus amigos a la
realidad, con sencillez. Y descienden del monte. Escuchad y guardad en vuestro
corazón lo que habéis vivido. Quizás Pedro, Santiago y Juan todavía no han
entendido mucho lo que han visto y oído… Pero lo comprenderán cuando Jesús
resucite, un año más tarde. Sabrán que su maestro es realmente Dios y que
después de la muerte y la aparente derrota, su amor, su reino, prevalecerán. El
Tabor se convierte en un faro de esperanza.
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