Isaías 56, 1-7
Salmo 66
Mateo 15, 21-28
Jesús se retira con sus
discípulos a una región pagana, cerca de las ciudades de Tiro y Sidón. Hasta ahora
se ha movido entre las aldeas de su Galilea natal y Judea, territorio conocido,
entre sus paisanos y gentes creyentes en el Dios de Israel. Esta vez se adentra
en territorio extranjero y de ámbito urbano, donde se practican otros cultos y religiones.
Pero, de alguna manera,
su fama de obrador de milagros lo persigue. Una mujer cananea se entera de que
Jesús, el que cura enfermos y expulsa demonios, está allí, y corre a buscarlo. Su
religión no es la de Israel, pero ella tiene fe, no en un sistema de creencias,
sino en una persona. Ella cree en Jesús. Es como si, hoy, una persona de afuera
viniera a la Iglesia pidiendo ayuda. No practica, quizás ni siquiera cree en
Dios, pero cree en las personas. Tiene fe en la bondad de alguien que pueda
escucharla.
La actitud de Jesús parece
de reserva, como si no quisiera hacerle caso. Son sus propios discípulos
quienes piden que la atienda, más por quitarse una molestia de encima que por
otra cosa. Entonces se da un diálogo sorprendente entre Jesús y la mujer. Él la
prueba. Dice que sólo ha venido para las ovejas
descarriadas de Israel; no está bien dar el pan de los hijos a los perros.
Ha venido a rescatar a los perdidos, a los pecadores, a los alejados… Pero,
finalmente, a los de su pueblo. La mujer no se arredra. El amor y la
preocupación por su hija, poseída por un mal demonio, la hacen audaz e
ingeniosa en su réplica: También los
perritos pueden comer las migajas de los hijos. Como queriendo decir que
Dios es para todos, incluso para los no practicantes de una religión. El amor
de Dios es universal y no se limita a un pueblo o a una cultura.
Jesús elogia la fe de la
mujer cananea como no elogiará la de nadie en su pueblo. A sus propios
discípulos, muchas veces, les reprochará su falta de fe. En cambio, esta mujer
cree en él sin dudar. La fe le da coraje, y esto derrumba toda la resistencia
de Jesús. Qué grande es tu fe. Que se
haga como tú deseas. Cuando nuestra confianza es grande, el mismo Dios nos «obedece».
¡Dios nunca se resiste ante una súplica confiada y humilde! ¿Sabremos nosotros
pedirle, confiando en su bondad, igual que esta mujer? Quizás muchos alejados
de la Iglesia, algún día, nos darán una lección de fe a los que creemos estar
cerca…
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