Isaías 22, 19-23
Salmo 137
Mateo 16, 13-20
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Todo el mensaje de los
evangelios podría condensarse en la pregunta que Jesús dirige a sus discípulos.
Es una pregunta crucial para todos los que nos llamamos cristianos. Porque de
su respuesta dependerá la autenticidad de nuestra fe.
Primero Jesús les
pregunta: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Y escucha sus
respuestas, que son el eco de lo que el mundo piensa sobre él. También hoy
podríamos llenar libros y páginas con lo que la gente dice de Jesús. ¡Hay tantas
opiniones y teorías! A Jesús le han colgado todo tipo de etiquetas: profeta, sanador,
místico, revolucionario, alma disfrazada de humano, avatar de una larga serie
de seres iluminados, hombre bueno, rabí campesino o filósofo cosmopolita poseedor
de conocimientos esotéricos. A parte, tenemos la imagen de Jesús que nos ha
transmitido la Iglesia, y el que podemos conocer a través de las Escrituras y
de la teología. ¿Con cuál de ellas nos quedamos?
Pero luego Jesús cambia
la pregunta: ¿Quién decís vosotros que soy yo? ¡Esto es más difícil de
responder! Si nos la hiciera a nosotros, ¿qué le diríamos? ¿Contestaríamos con
una respuesta aprendida, de catecismo, o sabríamos responder con sinceridad,
con lo que realmente sale de nuestro corazón? ¿Qué es Jesús para mí, ahora y
hoy? ¿Qué significa en mi vida? ¿Qué importancia tiene para mí? ¿Cómo me
relaciono con él?
Jesús, ¿quién eres para
mí?
Pedro responde con
palabras que hoy nos suenan familiares, pero en aquel entonces debían ser
rompedoras y audaces. Tú eres el Hijo de Dios vivo. ¿Cómo podía saberlo? Pedro
no habla por lo que ha oído u aprendido, sino por lo que vive. Ha compartido
muchas horas con Jesús, lo ha visto curar, predicar y caminar por los caminos
de su tierra. Ha hablado con él, ha comido con él y ha navegado con él por el
mar de Galilea. Lo ama y le seguiría hasta la muerte… Pero ¿cómo puede saber
que este rabino extraordinario es el mismo Dios, encarnado?
Hay cosas que se saben
por experiencia, otras por razonamiento o sentido común. Pero hay otras que
sólo podemos saberlas si alguien nos las cuenta. Afirmar que Jesús es Dios no
puede hacerse si no es por revelación. ¿Quién le descubre a Pedro la identidad
de Jesús? El mismo Dios, el Padre, que ha logrado entrar en el corazón de este
discípulo tan entusiasta y sincero, tan deseoso de que venga su Reino, aunque
todavía no ha madurado lo bastante como para comprender que este reino debe
pasar por la cruz…
Jesús felicita a Pedro,
no por su inteligencia o penetración, sino porque ha recibido un regalo de su
Padre: la revelación de quién es él. ¿Quién puede recibir los dones de Dios, si
no tiene el corazón abierto? Por eso Jesús confía en Pedro, aunque sabe que
todavía le fallará. Confía en él pese a sus defectos y cobardías. Confía en el
corazón abierto que ha recibido la voz del cielo. Y por eso le dice: Te daré
las llaves del reino de los cielos. Lo que ates en la tierra, quedará atado en
los cielos.
La autoridad de Pedro y,
en consecuencia, la de todos los papas, viene de aquí. No de sus méritos y su
valía, sino del hecho que es Jesús mismo quien le da las “llaves del reino”.
Todo lo que haga en la tierra quedará sellado en el cielo. Del mismo modo,
nosotros podemos aplicarnos la frase. Cuando hacemos algo por Jesús, o en su
nombre, o por su amor, nuestras acciones en la tierra quedan inscritas,
también, en el cielo. Nada de lo que aquí hagamos dejará de tener su eco ante
Dios.
¿Quién es Jesús para
nosotros? Si queremos conocerlo, no nos faltan medios. Tenemos las escrituras y
la enseñanza de la Iglesia. Tenemos la eucaristía para encontrarnos con él,
físicamente, en el sacramento del pan. Tenemos a nuestros prójimos, imagen
predilecta de Dios, y en especial a los más pobres y necesitados. Tenemos,
finalmente, la oración, espacio donde abrir el alma y comunicarnos con él. Conocer
a Jesús y cultivar la amistad con él debería ser el centro de nuestra vida, si
es que queremos vivir como cristianos auténticos. Y no hay mejor medio de
conocimiento que el trato diario, frecuente, sincero y tierno. Como sucede
entre los enamorados, que cuanto más se ven y más hablan, más se desean y se
conocen, así también podemos alimentar nuestra amistad con él.
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