Isaías 61, 1-2. 10-11
Lucas 1, 46-50. 53-54
1 Tesalonicenses 5, 16-24
Juan 1, 6-8. 19-28
El tercer domingo de Adviento es el llamado de la alegría. Y
la segunda lectura de hoy justamente empieza así: «Estad siempre alegres». San
Pablo se dirige a la comunidad de Tesalónica y le da varios consejos que nos
vienen como anillo al dedo a los cristianos que estamos preparando la Navidad.
Decimos que en Navidad Jesús viene a nosotros. En realidad,
ya vino, y se quedó, y está siempre con nosotros en la eucaristía. Pero
recordar su nacimiento, como un cumpleaños, refresca la novedad de ese
acontecimiento que cambió la historia. Las fiestas sirven para renovar el amor
y reforzar vínculos. Sirven para recordar el sentido de lo que hacemos y dar
luz a nuestra vida. Navidad nos recuerda que Dios quiere habitar nuestro hogar,
nuestra casa física y nuestra morada espiritual: nuestra alma.
¿Cuál es la actitud apropiada? Cuando esperamos a una
persona muy querida que viene a visitarnos, en cuanto sabemos la fecha de su
llegada ya empezamos a saborear su presencia. La alegría se anticipa.
Preparamos la casa, preparamos su recepción, detalles para su acogida, regalos,
momentos… Ya estamos viviendo, en el corazón, la fiesta del encuentro.
Con Jesús sucede lo mismo. ¡Viene a nosotros! En cualquier
momento puede llegar… Mientras tanto, la mejor manera de prepararnos es vivir
como si ya estuviera con nosotros. Y san Pablo lo dice: «Estad siempre alegres».
Pensad en su venida, en su cercanía, ¡no estamos solos! «Sed constantes en
orar», añade. Porque orar es ya estar con él, es dialogar con él, intimar con
él.
«No apaguéis el espíritu, no desdeñéis las profecías». ¿Qué
significa esto? Las profecías y el Espíritu nos vienen a menudo por medio de
los demás, o de las Sagradas Escrituras. Aprendamos a leerlas y meditarlas,
escuchemos los mensajes que nos traen, asimilémoslos. «Y quedaos con lo bueno»,
porque todas estas profecías y mensajes que nos dan la Biblia, la Iglesia, los
sacerdotes y otras personas son ayuda y luz para el camino.
«Que el mismo Dios de la paz os santifique totalmente». ¡Qué
hermosa bendición! Santificar quiere decir hacer santo, sagrado, propiedad de
Dios. San Pablo está deseando que todos nos sintamos amados, protegidos y
cuidados por Dios, llenos de sus bienes. Sólo él puede cambiarnos, sólo él
puede curar las heridas que nos enferman el corazón y el cuerpo. Nuestra
voluntad no basta. Hemos de poner todo lo que podamos de nuestra parte… pero
convertirnos requiere un toque de Dios. En sus manos, no temamos porque lo
conseguiremos. «El que os llama es fiel, y él lo realizará».
Hoy se llevan mucho las técnicas de cambio personal basadas
en diferentes disciplinas que se proponen cambiar la mente de la persona,
resetearnos desde adentro y ayudarnos vivir la vida feliz que todos deseamos.
Todo esto es muy legítimo e interesante, pero siempre llega un punto en que no
funciona. Siempre seremos nosotros mismos. Siempre toparemos con nuestros
límites y nuestros defectos. Somos así… ¿Es posible cambiar? Sí lo es, pero no sólo con nuestras fuerzas. Necesitamos
ser muy amados para cambiar. Contemos con Dios y él podrá lavar todas nuestras
manchas, culpas y heridas internas, y darnos «un corazón nuevo». Un corazón
fresco, tierno, alegre y receptivo, que sepa orar, amar y vivir con alegría
festiva este tiempo de espera. Toda nuestra vida en la tierra es Adviento y espera,
pero también es fiesta, si sabemos vivirla acogiéndonos a su regazo.
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