2 Samuel 7, 1-16
Salmo 88
Romanos 16, 25-27
Lucas 1, 26-38
Muchas veces hemos escuchado esta frase: “Celebramos el
misterio de la Navidad”. ¿Un misterio? Parece que la Navidad, el Belén, el Niño
Jesús, no son algo misterioso, sino muy familiar, entrañable, algo muy
conocido. Quizás tanto que no nos damos cuenta de que estamos celebrando un
acontecimiento extraordinario que ha cambiado la historia de la humanidad.
¿Qué es un misterio? Un misterio es mucho más que un enigma
o un milagro. Misterio y místico tienen la misma raíz. Un misterio es una
realidad que se nos escapa, que nunca podremos comprender del todo ni podremos
explicar como explicaríamos cualquier fenómeno natural. Un misterio esquiva las
leyes de la física y las matemáticas. Un misterio nos sobrepasa y nos da
vértigo. Pero al mismo tiempo nos envuelve, tan cercano y tan íntimo como el
corazón que late en nuestro pecho.
Navidad es un misterio, sí. Es un misterio que Dios, el
inmenso, se haga pequeño. Es un misterio que el Creador se haga criatura. Es un
misterio que el todopoderoso se haga tan frágil, tan vulnerable, tan
dependiente. Es un misterio que cuando Dios decide entrar a participar en la
historia del mundo lo haga con tanta sencillez, con tanta discreción y
humildad, rodeado de gentes pobres e insignificantes. Es un misterio que Dios
actúe con este estilo tan poco espectacular, casi como entrando “por la puerta
trasera”. Sin ruido, sin poder avasallador, sin magia ni prodigios… Es un
misterio de belleza increíble que Dios elija, como puerta para entrar en este
mundo, el cuerpo de una joven mujer.
Que Dios se haga humano para compartir nuestro destino es un
misterio que jamás llegaremos a agotar. Los autores del Nuevo Testamento lo han
intentado explicar a su manera, con poesía y con textos llenos de simbolismos y
profecías. Lucas narra la anunciación del ángel Gabriel a María. San Pablo, en
el breve texto que leemos hoy nos habla de este misterio que se ha mantenido en
secreto durante siglos. ¿De qué misterio habla? Del Dios cercano, del
Dios-con-nosotros que viene a plantar su tienda entre los hombres porque quiere
que seamos como él. Y ese misterio, ese plan que nadie podía haber imaginado,
ahora el mismo Dios lo revela, con Jesús.
Dios ya no puede hablar más claro. Nos ama y nos quiere
libres, plenos, gozosos. Cuando los profetas ya no podían hacer ni decir más,
Dios mismo viene a traernos la buena noticia. Jesús es la transparencia de
Dios. Ya no hay más profecías, anuncios y promesas: él está aquí. Ya vive entre
nosotros.
Siempre queda, sin embargo, la libertad humana. Somos libres
para aceptar, pero también para rechazar incluso lo que vemos ante nuestros
ojos. Pero a quien se deja tocar por este misterio la vida le cambia
radicalmente, como le sucedió a Pablo. Quien se deja amar por Dios, arde y no
puede hacer otra cosa que esparcir ese fuego como luz en el mundo. Así lo hizo
el apóstol, y así lo leemos hoy en esta lectura prenavideña. ¡Dios viene! Con
él tenemos todo cuanto necesitamos para renovar nuestra vida. Que estas Navidades
sean un tiempo de oración intensa, en que podamos encarar el nuevo año con un
espíritu de gozo y regeneración. Que en la fiesta del Nacimiento de Jesús
también nosotros experimentemos un renacimiento muy hondo.
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