2018-10-18

El que quiera ser primero...

29º Domingo Ordinario - B

Isaías 53, 10-11
Salmo 32
Hebreos 4, 14-16
Marcos 10, 35-45

Descarga la homilía para imprimir aquí.

Muchas veces nos asombramos, leyendo la Biblia, cuando descubrimos el estilo de Dios. Él no hace las cosas como nosotros, sigue otra lógica. Pero es una dinámica que no deja de cautivarnos porque revela un corazón amoroso que nos atrae.

Los seres humanos tendemos a la grandeza. Nos gusta lo espectacular, lo bello y lo imponente. Y nos gusta destacar, se reconocidos y alabados. Diríase que el sueño de muchísimos hombres es llegar a ser héroes, ricos, poderosos o celebridades. Queremos ser recordados, dejar huella. El sueño de muchas mujeres también es ser reinas y señoras, ya sea de la familia, de la comunidad, de una empresa o de un pueblo. Ese afán por dominar y sentirse superior es algo que nos acecha siempre.

En cambio, el estilo de Dios es diferente. Dios, siendo grande, se hace pequeño. Él busca servir, y no ser servido. Es el rey que se arrodilla y nos lava los pies… El rey que no ha venido a abrumarnos con su poder, sino a dar su vida por nosotros. Jesús lo encarnó con su vida: su máxima acto de libertad fue entregar todo su poder hasta morir en la cruz, sin rebelarse contra quienes lo mataban. En la máxima impotencia, decía un teólogo, Dios muestra su mayor grandeza.

Pero Jesús, antes de morir, era un hombre popular. Las gentes lo seguían. Sus discípulos estaban entusiasmados. Quizás soñaban un reino de Dios no muy distinto a los imperios humanos. Quizás esperaban, en ese reino, convertirse en ministros, consejeros y mandatarios. Santiago y Juan, los hermanos Zebedeos, abrigaban tal vez sueños de esta índole. Por eso le piden a Jesús: queremos sentarnos, uno a tu derecha, otro a tu izquierda. Queremos ser los favoritos del rey, los hombres de confianza del gran jefe… Jesús los debió mirar con amor y tristeza a la vez. ¡No sabéis lo que decís! ¿Seréis capaces de pasar por lo que voy a pasar? ¡Sí!, responden ellos. Jesús admite que quizás sí, algún día ellos también serán capaces de entregar su vida, como realmente hicieron. Cuando su corazón se convirtió, fueron fieles seguidores de Jesús y dieron su vida. Pero ese lugar preferente… «no me toca a mí concederlo, está reservado». ¿Quiénes somos los hombres para decidir en lugar de Dios?

A continuación, Jesús pronuncia una de sus enseñanzas clave. «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.»
En el reino de Dios las cosas funcionan de otro modo. En realidad, no hay un rey y muchos vasallos: todos somos reyes, hijos del Rey de reyes, y nos servimos unos a otros, tratándonos con respeto y dignidad, con amor. El Rey de reyes es el primero en servirnos y nos da ejemplo. En este reino no se compite por ser el primero, sino por servir y ayudar. Si el mundo funcionara así… ¡cómo cambiarían las cosas!

En la segunda lectura, de la carta a los hebreos, el apóstol nos recuerda que precisamente porque tenemos un Dios tan humano, tan cercano, tan servidor, podemos contar con él siempre. Nos comprende, entiende nuestras debilidades y nuestros anhelos, empatiza con nosotros, conoce nuestras necesidades… No es un Dios temible y lejano, sino un Dios próximo, comprensivo, siempre dispuesto a ayudar y a perdonar. Con él, como decía san Pablo, todo lo podemos, porque nos conforta y nos fortalece. Con él somos capaces, como pretendían los Zebedeos, de beber el mismo cáliz de Cristo. Con él aprendemos a amar hasta entregar la vida.

No hay comentarios: