2018-11-08

La mejor ofrenda

32º Domingo Tiempo Ordinario - B

1 Reyes 17, 10-16
Salmo 145
Hebreos 9, 24-28
Marcos 12, 38-44


La primera lectura y el evangelio de este domingo nos presentan a dos mujeres que tienen algo en común: las dos son viudas, las dos son pobres. Y las dos son generosas. La viuda de Sarepta acoge al profeta Elías y, aunque apenas tiene nada en su despensa, le amasa un pan y le da de comer. La viuda del evangelio echa en el cepillo del templo todo cuanto tiene. Las dos mujeres han dado lo que tenían, incluso lo que les hacía falta. ¿Cuál será su recompensa? El profeta Elías dice: «La orza de harina no se vaciará, ni la alcuza de aceite se agotará…». Jesús elogia a la viuda que ha echado más que nadie. ¡Dios tomará en cuenta su ofrenda! A quien es generoso, incluso privándose de algo que necesita, no le faltará nada cuando llegue el momento.

Las lecturas de Elías y el evangelio son un canto a la generosidad. En el mundo hay muchas situaciones de carencia, la diferencia entre ricos y pobres aumenta y la desigualdad salta a la vista. A los ojos de Dios, esto es una injusticia que no puede pasarse por alto. Él, defensor del huérfano y la viuda, es decir, de los más pobres y vulnerables, «ama al justo», como dice el salmo. En este contexto el justo no es quien imparte justicia, sino el generoso, el que socorre a los pobres. El justo según la Biblia es magnánimo de corazón y no mide ni cuenta: da en abundancia, como el mismo Dios. La justicia bíblica va más allá del merecimiento y la retribución. Dios es generoso con todos y a todos nos da: así también espera que seamos nosotros.

Curiosamente, las personas más generosas no son las que más tienen ni las que más podrían ayudar. A menudo son las que tienen lo justo, o incluso poco, las que más dan. Lo vemos en las parroquias y en las comunidades. Cuando se trata de ayudar y contribuir económicamente a alguna necesidad, las primeras en reaccionar son las mujeres, y muy a menudo las mujeres mayores, con una economía muy modesta. Ellas son las modernas viudas del evangelio. ¡Dios las ama y las bendice! La Iglesia se sostiene por ellas.

Se dice que las personas son generosas con una causa cuando confían en ella y en las personas que piden ayuda. En el caso de la Iglesia, la causa no es otra que Jesús, y quienes piden, están pidiendo por el amor de Dios, para expandir su reino. De modo que la generosidad está midiendo nuestro grado de adhesión a Jesús, la confianza en él y en su providencia, la gratitud por sentirnos tan amados.

En la segunda lectura, la carta a los hebreos, el apóstol señala cuál ha sido la ofrenda de Cristo: su propia vida, su cuerpo y su sangre. ¿Qué más nos puede dar? Con su vida, nos abre las puertas del cielo, una vida eterna. ¡Jamás podremos agradecer un don tan grande! Por eso, toda ayuda que podamos ofrecer a la Iglesia será poca. No sólo económica, sino de tiempo, de creatividad, de esfuerzo personal. Si realmente nos sentimos amados y salvados por Jesús, nuestra colaboración deberá salir de forma espontánea, voluntaria y entusiasta. Es generoso quien está agradecido.

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