Lecturas:
Jeremías 33, 14-16
Salmo 24
Tesalonicenses 3, 12, 4, 2.
Lucas 21, 25-36
Homilía:
Empezamos un nuevo año litúrgico, esta vez del ciclo C. En
Adviento muchos nos hacemos propósitos, e incluso trazamos nuestro calendario de
eventos para prepararnos a celebrar la Navidad con más hondura y sentido. Las
lecturas de hoy nos pueden inspirar para ello, en especial la segunda, de san
Pablo a los cristianos de Tesalónica.
Cuesta poco hacernos propósitos, incluso nos motiva y nos
entusiasma. Pero cumplirlos no es tan sencillo. Fallamos, no somos constantes,
cualquier cosa nos distrae o dificulta las cosas. El desánimo puede vencernos. Al
final, acabamos haciendo lo de siempre.
Quizás es porque cuando nos proponemos algo contamos mucho
con nuestras propias fuerzas, pero poco con la de Dios. Queremos invertir una
buena dosis de voluntad, de creatividad, de esfuerzo. Pero somos más volubles y
débiles de lo que pensamos. Y siempre hay excusas para abandonar. ¿Cómo
mantenernos firmes en el camino?
Pablo nos da pistas en su carta. «Que el Señor os colme y os
haga rebosar de amor mutuo y amor a todos». Este es el secreto: si estamos
colmados del amor de Dios, seremos como una fuente que rebosa y no nos costará
lo más importante, que es amar a los demás y transmitir bondad. Pero, además,
el amor de Dios «afianza los corazones». Es su amor el que nos permite seguir
fieles y nos da fuerzas más allá de nuestra capacidad. Un enamorado desafía el
mundo por su amor; la persona que ama tiene un coraje sin límites.
¿Cómo llenarnos de este amor de Dios? Este puede ser un buen
propósito de Adviento: acudir al Padre. Buscar espacios de silencio y de
comunión con él. Dejarnos mecer en sus brazos, dejarnos llenar de su ternura. La
oración es poderosa y llega más lejos que nuestra fuerza de voluntad. Pero para
rezar, como para amar, hay que querer. Hemos de querer buscar esos momentos
íntimos con Dios. Busquémoslos como los enamorados buscan tiempo para estar juntos. Poco a poco
iremos adquiriendo el gusto de la oración y ya no podremos vivir sin ella. Dios
ama con gratitud y, por poco que le demos, compensará con creces. Pablo exhorta
a que nos comportemos de manera que agrademos a Dios. Lo primero que agrada a
Dios, de nosotros, es que pasemos un tiempo con él. Lo que le gusta somos
nosotros, nuestra compañía, nuestra presencia. Sólo nos pide estar ahí. Que
contemos con él. Y él nos dará la fuerza, la sabiduría y las virtudes
necesarias para hacer todo lo demás.
Todos tenemos malos días en los que cuesta amar, cuesta ser
amable y servicial, cuesta levantarse y ponerse a trabajar. Pablo nos da un consejo
de buena psicología. No nos quedemos enredados en nuestros sentimientos:
«comportaos así y seguid adelante». Es decir, actuad bien y el bien acabará
llenándoos. Haced lo que tenéis que hacer. Aunque no nos apetezca, él sabrá
sacar frutos de toda acción que emprendamos con buena voluntad.
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