Lecturas:
Isaías 62, 1-5
Salmo 94
1 Corintios 12, 4-11
Juan 2, 1-11
Homilía
¿A qué comparar el amor que Dios tiene a la humanidad? En la
Biblia surge continuamente una imagen: amor esponsal. Una boda, la alegría de
los esposos, el deseo de los amantes, la imagen de una novia que es recibida
por el novio, cubierta de sedas y joyas, entre cánticos y danzas. Belleza,
alegría, gozo íntimo. Dios quiere derramar su amor en nosotros, llenándonos la
vida de fiesta.
Jesús también utilizó esta comparación: el reino de Dios es
un banquete, una boda, una celebración llena de regocijo y belleza. Juan, en su
evangelio, relata el primer “signo” del reino que hace Jesús. No es una curación
ni un milagro espectacular, sino una señal festiva: convertir el agua en vino. Si
alguien se hizo una imagen de un Dios severo y serio, ¡qué lejos está del
evangelio! Dios es amigo de la alegría y de la fiesta.
Pero en el relato de las bodas de Caná hay muchos detalles
que podemos aplicar a nuestra vida. Fijémonos en María, la madre de Jesús,
siempre atenta a lo que ocurre. María es modelo de mujer despierta, que percibe
las necesidades de los demás y actúa. En este caso, como no puede hacer otra
cosa, avisa a su hijo. Y se vale de los criados para empujarlo a actuar, al
estilo de las decididas matriarcas bíblicas, que no se detienen ante nada
cuando se trata de perseguir un buen fin.
¿Por qué se resiste Jesús? No ha llegado su hora, dice. No
quiere precipitar las cosas, el reino debe construirse poco a poco… Pero Jesús
no resiste la petición insistente de una madre, ni el sufrimiento de los novios
que pueden quedar avergonzados, ni la decepción de los invitados. Si algo puede
precipitar la acción de Dios, es el dolor humano y una súplica ferviente.
Pero Dios nunca actúa solo. Como dice san Pablo en su carta,
él actúa en todos, y es a través de nuestro esfuerzo y creatividad como va a
resolver las cosas. Nuestros carismas son regalos de Dios que nosotros hemos de
regalar a los demás. En las bodas de Caná, estos talentos son representados por
las tinajas de agua: agua clara que purifica. El agua simboliza nuestro
esfuerzo y nuestra voluntad. Pero sin la acción de Dios, nunca se convertiría
en vino. De la misma manera, nuestros esfuerzos, sin la gracia de Dios, son
derroche vano. ¿Qué hacer? Como los criados, hemos de presentar nuestras
tinajas ante Dios. Ofrezcámosle lo que somos y hacemos. Pongamos ante él
nuestra vida, nuestros sueños, nuestros talentos y empeños. Y él lo
transformará, haciendo que dé frutos buenos.
En la lectura de Pablo se refleja una realidad de las
primeras comunidades, trasladable a nuestras parroquias y comunidades de hoy.
Cada cual tiene sus carismas, dones y habilidades. Podemos reservárnoslos para
nosotros mismos, o para acrecentar nuestros propios intereses, ya sea de
crecimiento económico, profesional, prestigio… Los talentos de Dios usados en
bien propio pueden llenarnos momentáneamente. Pero se agotan y se pierden, como
el vino que se acaba. En cambio, si los ponemos al servicio de los demás, de
forma generosa y humilde, Dios los mejorará y los multiplicará, como ese vino
de gran calidad que nadie esperaba al final de la boda. Y muchos más podrán beneficiarse
y alegrarse con nosotros.
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