Lecturas:
Nehemías, 8, 2-10
Salmo 18
1 Corintios 12, 12-30
Homilía
Las tres lecturas de este domingo contienen auténticos
tesoros para nuestra fe. La primera, del libro de Nehemías, y el evangelio de
Lucas, nos presentan dos escenas en las que la Palabra de Dios se lee en
público. La carta de san Pablo recoge una imagen genial del apóstol para
explicar qué es la comunidad cristiana. Si tuviéramos que destacar una frase de
cada lectura podríamos subrayar estas tres:
«No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es
vuestra fortaleza.»
«Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un
miembro.»
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír.»
Unidas, una tras otra,
completan un mensaje hermoso: hoy se cumple una promesa, largamente esperada y transmitida
en las escrituras. El reino de Dios ya no es un futuro, una esperanza ni una
ilusión, sino una realidad, presente. La liberación ya está aquí, tal como
proclama Jesús en la sinagoga. ¡No hay que esperar más! Con él, Dios ya está
con nosotros.
Y si Dios está con nosotros,
¡nada de llantos ni lamentos!, como dice la primera lectura. Nada de tristezas
ni golpes de pecho: el gozo del Señor es vuestra fortaleza. Dios se goza con
sus hijos, y sus hijos se gozan por el amor que reciben de su Padre. La
presencia de Dios no es represora ni severa, sino que llena al hombre de
alegría.
Pero Dios hace algo más que
estar cerca, o con nosotros. Dios nos hace parte de él mismo, nos invita a
compartir su propia vida. Con Jesús, ya no es que Dios sea nuestro aliado: es
que nosotros formamos parte de Dios.
San Pablo ofrece esta
metáfora audaz y precisa de lo que es la Iglesia: un cuerpo. Un cuerpo con
muchas partes, que expresan su diversidad. Al igual que cada miembro es
diferente, no hay dos personas iguales y todas pueden aportar algo bueno al
grupo. Todas son dignas y buenas, y para que el cuerpo esté sano es importante
que todas funcionen en armonía, coordinadas, a una. Esta unidad es la que nos
hace crecer y desplegarnos.
La imagen de Pablo no sólo
señala que la diversidad es buena, sino que es necesaria. No todos podemos
hacer lo mismo; el cuerpo no es todo ojos, ni todo oídos o todo manos o pies.
¡Sería monstruoso! De la misma manera, una comunidad, una sociedad uniforme y
cortada por el mismo patrón, sería un engendro mutilado, incapaz de funcionar y
de producir obras buenas y creativas.
Buena reflexión para la
Iglesia, pero también para el mundo político y social. En la arena política, la
diversidad no debería verse como una guerra de enemigos, sino como una riqueza
de pensamiento y experiencias que, en sintonía, puede mejorar la sociedad. Qué
diferentes serían las cosas si los políticos, en vez de atacarse y luchar por
el poder, consiguieran ponerse de acuerdo para gobernar con sensatez, buscando
el bien común y no los intereses del partido. Qué madurez demostrarían si
lograran gobernar coordinando personas de tendencias y mentalidades plurales.
En la naturaleza, libro que nos
habla de Dios, también lo vemos. Toda forma biológica compleja, todo organismo,
se ha formado uniendo partes diversas. La vida es diversidad y a la vez unión. Cuanto
más diverso es un ecosistema, más fuerte y más sano es. En cambio, la
uniformidad y la división traen la ruptura y la muerte.
Tenemos en nosotros todo el
potencial para vivir, ahora, el reino de Dios. Es decir, para ser libres, para
ser felices, para desplegar todos nuestros talentos y ponerlos al servicio de
los demás. No hay excusas. Jesús nos apremia: Ese día ha llegado. Si queremos,
podemos hacerlo posible ya. Dios está con nosotros, ¿hemos olvidado este gozo?
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