4º Domingo Ordinario - C
Lecturas:
Jeremías 1, 4-19
Salmo 70
1 Corintios 12, 31 - 13, 13
Lucas 4, 21-30
Homilía
Este domingo leemos un fragmento precioso de la carta de san
Pablo a los corintios: el himno al amor.
Se ha dicho y escrito mucho sobre este elogio del amor. Es
una lectura frecuente en misas de bodas y en aniversarios de matrimonios. Suele
citarse para hablar del auténtico amor. Sus palabras son hermosas pero, si las
leemos despacio, veremos que son más que palabras: nos están hablando de la
realidad humana diaria, plagada de dificultades, que todos conocemos y hemos de
afrontar. Y nos dice, también, que el amor es capaz de superar todos los
obstáculos.
San Pablo se dirige a una comunidad muy viva y llena de
talentos. Los cristianos de Corinto sobresalían en diversos dones o carismas.
Había quienes tenían facilidad de palabra, quienes poseían intuición profética,
o prudencia para aconsejar, o una inteligencia para dilucidar la verdad, o una
fe incombustible… Todo esto son dones valiosos, y Pablo los aprecia. Pero son
cualidades que pueden llevar fácilmente al orgullo y a la vanidad. Unos pueden sentirse superiores a otros por
tener más fe, por ser más devotos o más místicos, por ser más fieles, por tener
mayor capacidad de oratoria, o más inteligencia o formación. Si los carismas se
acaban usando para el engrandecimiento personal, terminan siendo puro ruido y
vaciedad: “metal que resuena o platillos que aturden”. Es lo que sentimos
cuando vemos a alguien muy brillante que “se escucha a sí mismo”. Atrae, pero
acaba cansando y no nos inspira verdadera confianza, porque todo gira en torno
a su genialidad o grandeza.
Pablo avisa a los corintios contra esta tentación. Por eso
les propone un “camino mejor”: el carisma que los supera a todos, de lejos. Y
es un don que no es personal o propio sólo de unos, sino que todos podemos
cultivarlo, sin excepción. Es el camino del amor.
Sin amor, dice Pablo, de nada sirven todos los demás
talentos. Ni siquiera la fe, la generosidad extrema, el sacrificio y la
devoción tienen valor alguno. “No sirven de nada”, insiste el apóstol, si no
están movidos por el amor. Podemos ser grandes predicadores, podemos ser
mecenas de la Iglesia o incluso obrar milagros. Si no tenemos amor en nuestro
interior, todo eso es nada. ¡Qué cura de humildad tan grande!
Pero ¿qué es el amor? Pablo no da una definición filosófica
ni metafísica del amor. Tampoco cae en el sentimentalismo romántico. El amor no
son ideas, el amor no es una pasión ni una emoción. El amor es algo distinto, y
muy real. El amor se traduce en acción, y en unas actitudes muy concretas ante
las personas y la vida. El amor es paciencia, es aceptación, es ternura y
amabilidad. El amor suaviza la dureza, cura las heridas, pone paz y alegría
donde falta. El amor perdona, disculpa, comprende. El amor no se cansa, no
rompe relaciones, no descarta nada ni a nadie. El amor abraza, integra, acoge.
El amor no acepta la injusticia ni la mentira. Tampoco la violencia.
Finalmente, el amor es fiel: “No pasa nunca”.
¿Es difícil vivirlo? Sí, pero todos podemos hacerlo real en
nuestra vida. Porque todos tenemos alma, y Dios nos da todo cuanto necesitamos.
Si nos llenamos de su amor, nunca nos faltará amor para dar y vivirlo cada día.
Si dejamos que él actúe en nosotros… amar no sólo será posible, sino
gozoso.
1 comentario:
Me encanta este himno al amor,hay tanta pasión, belleza, humildad ... es un canto a la vida y a las personas. Es tan necesario el amor como el agua, el respirar ... empape monos todos del gran amor que es Cristo.
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