33º Domingo Ordinario - C
Lecturas:
Malaquías 3, 19-20a
Salmo 97
2 Tesalonicenses 3, 7-12
Lucas 21, 5-19
Homilía
En la carta de Pablo y en el evangelio de este domingo asoma
un tema de fondo: el fin del mundo. En tiempos de crisis, esta es una
preocupación que agita a las gentes y provoca actitudes un poco extremas, o de miedo
o de pasotismo. Algunos se angustian innecesariamente, obsesionados por un fin apocalíptico.
Otros, en cambio, puesto que todo ha de terminar pronto, piensan que más vale no
preocuparse por nada, ni afanarse por trabajar, ni adquirir responsabilidad
alguna.
Esto sucedía en la comunidad de Tesalónica. Algunos
cristianos, creyendo inminente el fin del mundo, dejaban de trabajar y, al
estar ociosos, se entrometían en las vidas ajenas, provocando toda clase de
problemas. Pablo les escribe y les da una buena reprimenda. Él siempre ha sido
ejemplo de hombre trabajador, que no quiere vivir a expensas de nadie. Les
recomienda vivir con honestidad y trabajar, y pronuncia esa famosa frase:
«Quien no trabaje, que no coma». Está advirtiendo contra la falsa espiritualidad
del quietismo, tan tentador y dañino como el activismo.
Jesús también se encuentra con mucha gente preocupada por el
fin. Le preguntan, como profeta, cuándo será. Todos buscan señales. Esta
obsesión se ha repetido una y otra vez a lo largo de la historia, y aún hoy
existen grupos religiosos que viven centrados en el fin del mundo, en la
salvación y en la condenación. Otros grupos, no tan religiosos, sino más bien aficionados
a las conspiraciones y al esoterismo, comparten esa convicción.
Jesús nos quita todas esas telarañas de la cabeza. Advierte que
aparecerán muchos anuncios de falsos mesías, y esto ha sido así, y aún lo vemos
hoy. No les hagáis caso, nos dice. Después, enumera una serie de catástrofes
que afligen a la humanidad: guerras, pestes, terremotos… Esto también está
sucediendo hoy, y si le añadimos el cambio climático, muchos podrían creer que
el fin del mundo se acerca. Hace dos mil años, pensaban lo mismo.
Guerras, hambre, enfermedades y desastres naturales son el
pan de cada día y los hemos visto siempre a lo largo de la historia. Jesús dice:
«el final no vendrá de inmediato». No vale la pena perder el tiempo en cábalas.
En cambio, nos avisa a los cristianos de otro mal terrible que llegará: la
persecución.
Y esto también lo hemos visto en diversas épocas de la
historia. Fueron perseguidos los primeros cristianos, y hoy lo son también, en
muchos países del mundo donde son expulsados, maltratados, asesinados y
despojados de casas y bienes. El colectivo cristiano es uno de los que más
sufren hoy en el mundo, y no siempre se presta la suficiente atención a los
crímenes que se cometen contra tantos creyentes.
La solidaridad hacia ellos también es insuficiente: los
cristianos que vivimos en países donde aún podemos practicar nuestra fe en
libertad deberíamos ser muy conscientes de lo que está ocurriendo. Porque, el
día de mañana, bien pudiera ser que la persecución nos alcanzara, de una manera
u otra. En el plano político, mediático y cultural, ya se está dando. Cada vez
son más los gobiernos que, disfrazados de buenismo, pero con intenciones mucho
más autoritarias, intentan eliminar los valores cristianos de la sociedad. Quieren
imponer un pensamiento único para uniformar las conciencias y crear una
sociedad de consumidores sin voluntad, obediente y dócil a sus dictados. La
gente no se da cuenta de que, matando al cristianismo, lo que se está matando
es la libertad, la dignidad y la humanidad.
¿Qué hacer en tiempos de crisis, persecución e
inestabilidad? Sigamos los consejos de Jesús y de Pablo. Por un lado, vivamos
con esperanza y trabajemos sin cesar para ganarnos el pan. Por otro, confiemos
en Dios. Dice Jesús que no vale la pena pertrecharse y armarse de defensas
retóricas. Ante el tribunal humano, el Espíritu Santo nos dará palabras para
defendernos, con una elocuencia y una sabiduría, dice Jesús, que nadie podrá
rebatir. Él hablará por nosotros, no tengamos miedo. Y tanto Jesús como Pablo
nos piden perseverancia y paz: resistir es vencer. «Con la constancia salvaréis
vuestras vidas.»
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