Las lecturas de hoy nos
impresionan por su tinte apocalíptico. Todas ellas se dan en un contexto
de sufrimiento y persecución. Cuando la vida corre peligro, ¿cómo mantener la
esperanza? La profecía de Malaquías nos habla del juicio de Dios, un día ardiente
en que los malvados perecerán como la paja y los justos brillarán como el Sol.
Quizás este sea el deseo de muchas personas que sufren injustamente: ¡el mal no
puede tener la última palabra! No es que Dios quiera destruir a nadie, pero
serán las consecuencias de su mal obrar las que llevarán a la ruina a los
injustos.
San Pablo avisa a los
cristianos de Tesalónica. Corría la creencia de que el fin del mundo estaba
próximo y, por tanto, algunos creían que no valía la pena esforzarse por
trabajar ni preocuparse por la economía. Esto provocaba conflictos en la
comunidad: había quienes vivían ociosos, ganduleando y metiéndose en las vidas
ajenas. Pablo es rotundo. Mientras estemos en esta tierra hemos de trabajar y
esforzarnos como el primer y el último día, con ganas y siendo solidarios con
los demás.
Jesús también recoge el
temor social al fin del mundo. Es un miedo que nos resulta muy familiar:
guerras, hambrunas, epidemias, cambio climático… Para muchos el fin es
inminente, y no pocas corrientes religiosas e ideológicas fomentan este pánico
colectivo. Hasta los grandes organismos internacionales se han sumado al discurso catastrofista, para persuadir a la ciudadanía. ¿Qué hacer? Jesús es realista y claro: no sabemos el día ni la hora,
y quienes pretendan dar una fecha concreta son farsantes o iluminados, falsos
profetas de los que conviene no fiarse. Hay que seguir viviendo, cada día su afán, y haciendo lo mejor
que podamos, sin perdernos en fabulaciones sobre el futuro. Que no cunda el
pánico. Es en el presente donde se da la salvación, día a día, con
perseverancia.
El escrito de Lucas
recoge una situación que vivieron las primeras comunidades cristianas: la
persecución religiosa. Las palabras de Jesús, por un lado, son crudas. No
oculta lo que les espera a los creyentes: sufrirán rechazo y represión, incluso
serán traicionados y abandonados por familiares y amigos. Pero al mismo tiempo
también da esperanza: para Dios no se pierde nadie, él está con sus fieles
amigos hasta el final, protegiendo hasta el último de sus cabellos. Dios no nos
ahorrará problemas, porque respeta tanto nuestra libertad como la de nuestros perseguidores.
Pero sí nos garantiza una cosa: él estará a nuestro lado. Con él venceremos,
aunque quizás de una manera diferente a como lo esperamos. La nuestra será la
victoria de la cruz. Y todos sabemos que, después de la cruz y la noche llega
el alba de la resurrección.
Jesús no es un gurú que nos halaga y nos da falsas esperanzas. No promete un éxito fácil. Pero sí nos promete algo que vale más que todo: su ayuda y su presencia. El Espíritu Santo nos inspirará nuestra defensa y jamás quedaremos abandonados. Esta convicción ha de darnos fuerzas para superar absolutamente todos los retos que se nos presenten cada día, ¡sin miedo! Con confianza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.
2 comentarios:
Quién confía en el Señor no quedará defraudado,sigamos perseverando en la oracion
Que hermosa Homilía. Con confianza me encanta esa palabra.
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