2022-11-04

32º Domingo Ordinario C - Un Dios de vivos

En Jerusalén, Jesús mantiene discusiones con los saduceos, que niegan la resurrección. ¿Cómo les demuestra Jesús que Dios no es un Dios de muertos, y que la vida no se acaba en esta tierra? Lecturas de la misa: 2 Macabeos 7, 1-14; Salmo 16; 2 Tesalonicenses 2, 16 - 3, 5; Lucas 20, 27-38

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Aún tenemos reciente la celebración de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos y las lecturas de hoy vuelven a tocar este tema. La muerte, uno de los grandes misterios que nos acechan, nos hace pensar, y a menudo dudar y temer. Lo único que sabemos de la vida es que tiene un límite: empieza en un momento y termina en otro. Antes de ser engendrados, no existíamos, pero… ¿qué sucederá después? ¿Realmente hay otra vida? ¿Es el alma eterna e inmortal? ¿Resucitará nuestro cuerpo algún día? ¿O son todo fantasías y consuelos, aptos sólo para personas de mente simple y supersticiosa?

Hay un hecho, y es que desde los albores de la historia el ser humano ha intuido que el espíritu no puede morir, y tiene que haber algún tipo de vida más allá de la muerte. No hay una sola cultura que no contemple esta posibilidad. Un entierro digno, una creencia en un más allá, son signos distintivos de todas las civilizaciones. Pero la incredulidad también es algo antiguo. Pensar que todo se acaba aquí no es exclusivo materialismo ni del ateísmo moderno. Siempre ha habido escépticos. En tiempos de Jesús los saduceos no creían en la resurrección y se burlaban de estas creencias. Por eso ponen a prueba a Jesús con este ejemplo extremo. Una mujer que ha enviudado siete veces, ¿de quién será la esposa, en el más allá?

Jesús es rotundo en su respuesta. En primer lugar, la vida más allá de la muerte no es equiparable a nuestra vida mortal, finita y limitada. No existe la muerte ni las necesidades biológicas que nos afectan a todos, por tanto no tiene sentido procrear, pues todos seremos eternos. Las relaciones entre personas serán distintas. ¡No podemos imaginarlo! En segundo lugar, cuestionando la resurrección los saduceos están cuestionando al mismo Dios. Un Dios de Abraham, de Isaac, de Moisés…, de tantos que fallecieron hace tiempo, ¿puede seguir siendo su Dios, si están muertos? Dicho de otro modo: ¿qué clase de Dios es el que llama a la existencia a unas criaturas para luego permitir que sean aniquiladas por la muerte? ¿Qué sentido tiene crear para luego destruir? Si una madre desearía que sus hijos no murieran jamás… ¿no lo va a desear Dios, que es amor infinito? La conclusión lógica es que Dios no nos condena al exterminio. Dios es un Dios de vivos. Nos hace eternos. Terminará la vida mortal, en esta tierra. Nuestro cuerpo físico perecerá, pero la muerte no será un final definitivo, sino un paso. Será el umbral de otra vida que perdurará para siempre, de otro modo y en otra dimensión, que llamamos cielo.

Aún y así podríamos pensar que todo son conjeturas fruto del deseo… pero no es así. Jesús regresó de la muerte para contárnoslo. Sus apariciones después de resucitado transformaron radicalmente a sus discípulos. Ya no creemos porque nos gustaría: creemos porque Jesús vino, lo anunció y le creemos a él y a sus testimonios. ¿Qué sentido tendría inventar algo tan increíble y asombroso? A donde él fue iremos todos y viviremos para siempre. También nosotros tendremos, un día, un cuerpo glorioso y resucitado.

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