2022-12-03

Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego - 2º Domingo de Adviento A

Juan Bautista predica en el Jordán. Convertíos porque está cerca el reino de los cielos.
Lecturas: Isaías 11, 1-10; Salmo 71; Romanos 15, 4-9; Mateo 3, 1-12.



El evangelio de hoy nos presenta a Juan Bautista con su fogosa predicación. Juan no dejaba indiferente a nadie. Su discurso gustaba, pero tampoco era cómodo. A quienes se bautizaban por curiosidad, o por quedar como santos, los increpa con dureza. ¿Hacéis esto por parecer buenos? Lo que importa es la conversión auténtica, el cambio de vida. No bastan las palabras y los gestos simbólicos, hay que abrirse al vendaval de Dios, que sacude nuestra alma y nos invita a dejar nuestros lastres y esclavitudes personales.

Preparad el camino al Señor. ¿Qué significa esto, para nosotros, hoy? Jesús ya vino, y Jesús está vivo hoy. Pero si no le abrimos nuestra casa —nuestra alma— estamos igual que aquellos judíos del siglo I que esperaban al Mesías y escuchaban perplejos a Juan Bautista. Preparar el camino significa estar atentos, velar, escuchar. Dios puede hablar y visitarnos de muchas maneras.

Yo os bautizo con agua. El agua es purificación y es vida. El bautismo de Juan es un paso importante en la preparación ante la venida del Señor. Implica un proceso de limpieza espiritual y compromiso con el bien, y es un acto de voluntad que requiere nuestro esfuerzo. Muchas personas centran su vida en la práctica virtuosa y la pureza interior. Buscan la perfección moral y se esfuerzan por mejorar y cambiar. ¿Qué descubren? Como san Pablo, se dan cuenta de que cambiar es dificilísimo y no basta con la voluntad. Uno nunca se cambia a sí mismo del todo, pese a la ascesis y la disciplina. Dios tampoco quiere que nos mutilemos ni nos deformemos espiritualmente. Nos hace falta algo más: el bautismo por Espíritu Santo y fuego. Si el agua es voluntad nuestra, el fuego es don y acción de Dios. Será él, derramando su amor, quien nos cambiará. No tendremos que forzarnos; él nos transformará desde adentro, con pasión y ternura, haciéndonos crecer y dando fruto. Nuestra hazaña no será alcanzar la perfección por mérito propio (esto despertaría nuestra vanidad, y nos alejaría de Dios), sino abrirnos a su amor y a su misericordia, los únicos que pueden cambiarnos y dar a nuestra vida un sentido nuevo y pleno.

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