Juan Bautista, desde la cárcel, envía a sus discípulos a preguntar a Jesús: ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? Por respuesta, Jesús les muestra lo que está haciendo: los ciegos ven, los cojos caminan... a los pobres se les anuncia el Reino de Dios. Su presencia todo lo cambia y todo lo renueva. ¿Hay mejor prueba de que él es quien tenía que venir?
Lecturas: Isaías 35, 1-10; Salmo 145; Santiago 5, 7-10; Mateo 11, 2-11
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La primera lectura de Isaías y el salmo 145 arrancan una sonrisa de
nuestros labios y llenan nuestra mente de imágenes preciosas. Un desierto que
florece tras años de sequedad, una tierra fértil, un pueblo que se regocija y
vive en paz y abundancia. Dios es generoso y provee a sus criaturas: en el
mundo hay lugar para todos, alimento para todos, espacio para que todos puedan
crecer y ser felices. ¡Este es el deseo de Dios! Paz, salud, alegría son los
signos de su reino.
Pero ¿qué vemos alrededor? Parece que el mal se ha adueñado del mundo.
Vemos guerras, injusticias, pobreza y conflictos sin fin. La discordia se ha
instalado en nuestros hogares, en el trabajo y en el vecindario. La mentira, la
crítica y la intolerancia campan en la sociedad. Ni siquiera nuestras
parroquias son inmunes a estos males. Podemos preguntarnos: ¿dónde está el
reino de Dios?
Santiago en su carta nos dice: tened paciencia. El reino se está forjando.
El reino está naciendo y sufre dolores de parto, como diría san Pablo. El reino
lo está construyendo Dios y nosotros estamos participando en esta obra con
nuestra actitud y nuestro quehacer, día a día. Más que cuestionar dónde está,
deberíamos preguntarnos: ¿estoy yo trabajando por este reino? ¿Colaboro a
construirlo o más bien lo estorbo? ¿Me quejo mucho y hago poco?
Juan Bautista, en la cárcel, sufría la noche oscura de la fe. Después de
tantos esfuerzos anunciando al Mesías, ¿era Jesús realmente el que tenía que
venir? Jesús responde a los discípulos de Juan: id y contadle lo que veis. Los cojos andan, los ciegos ven, el reino es
anunciado a los pobres… No son metáforas: son realidades. Son las señales
inequívocas de que el reino de Dios, realmente, ya está aquí, ya se está
forjando, y Jesús es quien el pueblo esperaba: el Dios-con-nosotros que viene a
ser compañero del hombre y trabaja codo a codo con él y por su bien. ¿Qué hacía
Jesús? Anunciar, sanar, abrir las puertas del cielo a las almas hambrientas de
pan, de justicia, de afecto, de Dios. ¿Y hoy? Todos los bautizados somos
ciudadanos de ese reino en construcción. Juan Bautista lo anunció, nosotros ya
formamos parte de él. Y todos estamos llamados a seguir la misión de Jesús,
cada uno en su lugar, con los talentos que Dios nos da.
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