2022-12-17

La criatura es del Espíritu Santo - 4º Domingo de Adviento

«Cuando José se despertó del sueño, hizo como el ángel le había indicado.»
Mateo 1, 18-24

Lecturas del día: Isaías 7, 10-14; Salmo 23, Romanos 1, 1-7; Mateo 1, 18-24.

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«La Virgen concebirá y dará a luz a un hijo, que será llamado Dios-con-
nosotros». El evangelio de hoy recoge una antigua profecía de Isaías.

El rey Acaz no osa pedir una señal a Dios, pero Dios se la ofrece. ¿Qué
señal es? Una joven dando a luz a un niño. Parece que de Dios
deberían esperarse señales sobrenaturales o espectaculares, signos
inequívocos de su grandeza y poder. Pero una virgen dando a luz...
¡Cada día nacen millones de niños en el mundo! ¿Qué hay de
extraordinario en ello? ¿Qué hay de prodigioso?

Cuando Dios se hace hombre, se encarna y es concebido en el vientre
de una madre, como cualquier niño. Y además lo hace en el seno de
una familia modesta, en un pueblo pequeño, en un rincón insignificante
del vasto Imperio Romano. Dios no viene al mundo al son de trompetas,
rodeado del lujo de un palacio o el prestigio de una familia real. Esto
nos dice mucho de la forma de actuar de Dios. No quiere avasallarnos
ni someternos con la evidencia de su poder. Dios actúa en la historia,
siempre. Pero lo hace con inmensa delicadeza y respeto, con
discreción, incluso en el silencio y en el secreto. No quiere forzar ni un
ápice nuestra libertad. Así es como Dios va trabajando, valiéndose de
medios naturales y humanos, del sí y la cooperación de personas como
María y José. Personas normales y corrientes como nosotros, llamados
a vivir una vida renovada desde la fe en Cristo, como dice San Pablo.

Tanto José como María supieron ver las cosas en profundidad.
Supieron leer lo sagrado oculto tras lo cotidiano. Supieron entender el
lenguaje de Dios, con palabras humanas y sentido divino. Detrás de la
concepción del niño comprendieron la obra del Espíritu Santo. José y
María son los primeros ciudadanos del reino de Dios, el mundo
resucitado, libre de culpas y males. Un mundo que está gestándose,
como el bebé en el vientre materno, llamado a vivir la plenitud de Dios.
Los grandes misterios no están aparte de la realidad llana y sencilla de
cada día. Más bien nuestra realidad es una parte de un gran misterio:
el plan de Dios para el universo y para nosotros. Un plan que comienza
con la creación y da un salto con la encarnación de Jesús. Lo hermoso
de este plan es que Dios, en todo momento, cuenta con nosotros.

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