2024-01-19

Pescadores de hombres


3r Domingo Ordinario B

Lecturas

Jonás 3, 1.5-10; Salmo 24; 1 Corintios 7, 29-31; Marcos 1, 14-20.

Los primeros apóstoles

Jesús comienza su misión, pero comprende algo importante que todo líder o fundador debe tener presente. No puede trabajar solo, y tiene que enseñar a otros para que, el día que falte, continúen su labor. Por eso Jesús llama a un equipo de hombres que le ayuden en su tarea de extender el Reino de Dios. Primero estarán con él, aprendiendo: serán discípulos. Después, los enviará a la misma tarea que él: serán enviados o apóstoles. ¿A qué? La frase con la que Jesús resume la misión es única e impactante, y no deja de ser un poco misteriosa: venid tras de mí y os haré pescadores de hombres.

¿Pescadores de hombres? Aquellos hombres: Simón, Andrés, Santiago y Juan, eran pescadores de peces. Era su medio de vida y para los peces, ser pescado es la perdición: significa ser capturado y comido. Pero para un ser humano, perdido y flotando en las aguas, la cosa cambia. Ser «pescado» es ser rescatado. Y en la antigüedad, en el mundo judío y en el imaginario bíblico, el mar y su oleaje a menudo eran una imagen del mal, del peligro, de la muerte.

De manera que ser pescadores de hombres se convierte en sinónimo de ser rescatadores de vidas.

Toda la escena del evangelio de Marcos es preciosa y está llena de simbolismos. El mar y la playa son el escenario de nuestra vida: allí donde vivimos, nos movemos y trabajamos. Las redes y las barcas son nuestro trabajo, pero también las ataduras que a veces nos imponemos (o dejamos que nos impongan) y nos impiden vivir en plenitud y en libertad. La llamada de Jesús es siempre la misma: ¡Venid tras de mí! Es decir: Seguidme. Quedaos conmigo, convivid conmigo, aprenden a mi lado. Y después… haréis lo mismo que hago yo.

Jesús nos llama. En nuestro ámbito cotidiano, a cada cual en el suyo. Y podemos seguirlo de mil maneras. Cada cual tiene su vocación y sus capacidades. Lo que importa es nuestra respuesta: ¿somos capaces de soltar las redes, las ataduras, las esclavitudes, para ir tras él? ¿Aceptamos convertirnos, como él, en anunciadores de la buena nueva y portadores de vida, de alegría, de paz, en este mundo?

El mensaje de Jesús es muy sencillo, pero inmenso: El reino de Dios está aquí. Dios está aquí, entre vosotros y por vosotros. No sólo existe: os ama, le importáis y quiere vuestro máximo bien. Creedlo y convertíos: ¡cambiad de vida! No viváis como víctimas, como huérfanos, como criaturas perdidas faltas de sentido. Sois amados y llamados a la plenitud. Escuchar la llamada es el primer paso para convertirse. Y convertirse es renacer.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que hermoso este evangelio,es urgente nuestro trabajo,en este mundo al revés para llevar a tantas personas que parecen zombis el dar a conocer el amor de Jesús