2º Domingo Ordinario B
Lecturas
1 Samuel 3, 3b-19; Salmo 39; 2 Corintios 6, 13-20; Juan 1, 35-42
La primera llamada
Cuando vivimos un encuentro que nos cambia la vida, siempre
recordaremos el día y la hora. En nuestra memoria quedarán impresas las
imágenes, como una escena imborrable: el lugar, el ambiente, las voces, los
gestos…, la mirada de aquella persona que nos impactó y que ha dado un vuelco a
nuestra existencia.
Así lo vivieron aquellos primeros llamados. Eran discípulos
de Juan Bautista, buscadores del reino de Dios. Cuando este señaló a Jesús,
fueron tras él.
Jesús ve que lo siguen y les pregunta: ¿Qué buscáis?
¿Qué buscamos? Esta es la pregunta que todos podríamos
hacernos hoy. Parece que vivimos en una era de buscadores… ¿Qué estamos buscando?
¿O a quién?
Tal vez estamos buscando un lugar donde ser nosotros mismos,
donde vivir de verdad, donde encontrarnos.
Tal vez ese lugar no es tanto un espacio físico como una
presencia, una compañía. Quizás ese lugar sean los otros: aquellas personas con
quienes abrir el corazón y compartir un destino.
Jesús conoce la naturaleza humana. Lee el corazón y ve más
allá de las apariencias. Percibe la sed y la búsqueda de aquellos discípulos de
Juan: Andrés y otro cuyo nombre no se da, pero que sabremos más tarde, por el
evangelio, que es aquel «a quien amaba Jesús». Son los dos primeros; los
sedientos de sentido, de propósito, de vida plena.
Jesús también conoce nuestra búsqueda, nuestra sed. Y ¿qué
hace? Venid y lo veréis, dice a los dos galileos. También a nosotros, hoy, nos
dice: Venid y veréis.
No obliga, no fuerza, ni siquiera persuade. Sólo invita. Este
es el estilo de Jesús. Ven, mira lo que hay y, si quieres, quédate. Andrés y su
compañero fueron, se quedaron y ya no volvieron a separarse de él.
¿Hemos conocido de verdad a Jesús? ¿O tan sólo lo conocemos
de oídas, de lecturas, de escuchar homilías y cumplir con el precepto? Quizás
conocemos a Jesús por fe, por estudio, por esperanza o por devoción… Pero, ¿nos
hemos encontrado con él? ¿Ha cambiado nuestra vida, como cambió la de sus discípulos?
¿Hemos oído su llamada? ¿Nos ha impulsado a salir, como a Andrés, para llamar a
otros y decir: ¡Lo hemos encontrado!?
Señor, ¡enciende en nosotros el deseo de conocerte!
¡Despierta en nosotros el anhelo de buscarte! Vamos tan perdidos, buscándonos a
nosotros mismos… Encontrarte a ti es encontrarnos.
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