El Bautismo de Cristo
Isaías 42, 1-7
Salmo 28
Hechos 10, 34-38
Marcos 1, 7-11
Hoy el evangelio de Marcos
nos relata el episodio del bautismo de Cristo, el inicio de su misión,
acompañado por la voz potente del Padre y la presencia del Espíritu. La
Trinidad al completo se abraza para dar al Hijo la fuerza y el ímpetu que va a
necesitar.
La segunda lectura nos sitúa
en los inicios del cristianismo, cuando Pedro comienza a hablar de Cristo ante
las gentes. Su mensaje es una buena noticia, para todos sin excepción. Aunque Jesús
predicó a los israelitas y no se movió de su país, su mensaje es para todo el
mundo. Basta que la persona acoja a Dios y practique la justicia, “sea de la
nación que sea”.
Pedro, como el resto de los
apóstoles, no se inventa un discurso bonito sobre la vida y la eternidad, con
el fin de atraer a las multitudes. Pedro habla a partir de su experiencia, de
su vivencia personal con Jesús, y de su descubrimiento, tras la resurrección,
de que aquel maestro al que había seguido durante años por los caminos de
Galilea es realmente Dios. Un Dios
cercano, amigo, que ama y que llama a todos los hombres y mujeres a vivir de una forma
nueva y plena.
Jesús actuaba “ungido por
Dios con la fuerza del Espíritu Santo”, dice Pedro, y esto es lo que se expresa
en el bautismo. La autoridad de Jesús le viene de Dios Padre, y la autoridad de
Pedro y sus compañeros les viene de Jesús. No hablan por sí mismos, sino que transmiten
lo que han recibido de Jesús.
“La cosa empezó en Galilea…” Cuántos
recuerdos y episodios debían llenar la memoria de Pedro y de los otros
apóstoles. Toda persona que ha sido llamada por Dios y ha respondido recuerda
muy bien dónde y cuándo empezó todo. Recuerda, como el discípulo Juan, hasta el
día y la hora. Esos momentos, como un primer enamoramiento, nunca se olvidan.
¿Qué hizo Jesús? Pedro resume
su vida: “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo”. Esta
frase es todo un programa de vida para los cristianos. En este año que
comienza, ¿nos hemos propuesto pasar por el mundo haciendo el bien? ¿Nos hemos
propuesto aliviar, ayudar y consolar a las personas que sufren a causa del mal? Nuestro mundo enfermo de guerras, crisis y malos gobernantes necesita esperanza y manos dispuestas a sostener y a liberar. ¿Convertimos el programa de Jesús en nuestro propio modelo de vida?
La fiesta del bautismo de Cristo
es buen momento para revivir el propio bautismo. Los que fuimos bautizados muy
pequeños no podemos acordarnos, pero con el sacramento de la confirmación
tenemos ocasión de renovar nuestro sí a ser cristianos, no sólo de nombre, sino
convencidos, con el deseo de vivir imitando a Cristo. Y cada vez que celebramos
esta fiesta podemos renovar nuestro sí a Dios. Él es el primero que, con la
gracia del bautismo, nos da su sí, como se lo dio a Jesús: “Tú eres mi hijo
amado”.
Todos somos hijos amados de
Dios. Pero cuántos vivimos ignorándolo u olvidándolo. Cuántos lo desconocen, o
lo niegan. Vivir sintiendo y sabiendo que somos tan inmensamente amados nos
puede cambiar la vida. Ser conscientes de que recibimos tanto amor nos puede
convertir en personas agradecidas, que siempre saben sacar algo bueno de
cualquier circunstancia. Y esto no sólo nos transforma a nosotros, sino que va sembrando
semillas de vida a nuestro alrededor.
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