2024-03-08

Tanto amó Dios al mundo

4º Domingo de Cuaresma B

Evangelio: Juan 3, 14-21

El evangelio de hoy nos lleva a un diálogo nocturno, a escondidas, entre Nicodemo, jefe de los fariseos, y Jesús. Nicodemo ha conocido a Jesús en Jerusalén, lo ha oído predicar y ha visto cómo expulsaba a los mercaderes del Templo; quizás ha visto u oído de sus milagros y está asombrado e inquieto. Algo en su interior lo lleva a hablar con él porque intuye que en sus palabras late la verdad. Pero Nicodemo todavía vive atrapado en su esquema mental antiguo, en la Ley judía y en sus enseñanzas. Jesús, poco a poco, le irá abriendo el horizonte.

Y lo que Jesús le revelará es de una belleza y hondura vertiginosa. Dios, este Dios que todo buen judío debía adorar con todas sus fuerzas, llevando su ley impresa en el corazón, no es un juez. No es un rey autoritario, no mira el mundo con ira, esperando detectar a los pecadores para condenarlos. No está vigilando a ver si uno cumple o no cumple, si falla o acierta, si es puro o impuro, según las leyes rituales y las tradiciones. 

Jesús desvela un rostro diferente de Dios. En primer lugar, ama. Ama al mundo sin límites. En segundo lugar, ¡tiene un hijo! Dios es Padre, y su hijo es él mismo. Y en tercer lugar, Dios está dispuesto a sacrificar a ese hijo amado para que todos los demás seres humanos se salven.

En la mente de un hombre antiguo esto no podía caber. ¿Cómo Dios va a sacrificar a su propio hijo? ¿Cómo Dios va a dar algo por los hombres? ¿No debería ser al revés? Son los hombres los que deben entregarse, ofrecer sacrificios y adorar a Dios. Y he aquí que Jesús revela un Dios que está listo para hacer lo contrario, porque no quiere juzgar, sino salvar. Y no pide nada a cambio, más que confiar en él. Dios ofrece porque ama, y ama porque quiere. Lo único que necesita hacer el hombre es abrir su corazón a la luz.

Esta lectura enlaza con el prólogo de Juan, un poema bellísimo que contiene, condensado, todo el mensaje del cuarto evangelio. Jesús, enviado por Dios, es la luz que viene al mundo. Pero una parte del mundo la rechaza. ¿Por qué? La explicación es bien simple: la luz lo descubre todo, bueno y malo. La luz señala defectos, pecados e imperfecciones. Y nadie quiere verse totalmente expuesto. El orgullo y el miedo a menudo dominan la voluntad humana. Muchos quieren tapar sus sombras y les molesta la luz.

La misión de Jesús no es juzgar ni condenar, sino salvar. La luz también es una llamada a cambiar y a obrar el bien. Quienes rechazan la luz se pierden a sí mismos. La tiniebla es su condena, y no el decreto de Dios. Por eso Jesús avisa una y otra vez. Mientras dure nuestra vida, siempre nos llamará para que nos aproximemos a la luz y, con humildad, nos dejemos curar por su amor. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muchas gracias por compartir tan valiosas reflexiones. Dios le bendiga.

Joaquín Iglesias Aranda dijo...

¡Gracias por seguir y comentar!