2007-02-25

Las tentaciones

Ante la flaqueza y el cansancio

Después del bautismo en el Jordán, Jesús se retira al desierto. En el Jordán queda de manifiesto su filiación con Dios y su misión apostólica.
Este relato en el desierto es significativo para dar cohesión a la figura de Jesús. Las tentaciones responden a una hábil sutileza del diablo. El diablo conoce bien al hombre, sus lagunas, su ego, sus ambiciones. Y también conoce muy bien a Jesús.

Jesús, después de cuarenta días, pasa hambre. El diablo aprovecha la fragilidad y el cansancio del momento para manipular la voluntad de Jesús.

Está claro que Jesús está unido profundamente al Padre y el demonio no puede con él. Pero, cuántas veces por cansancio, por dolor, por debilidad, caemos en las sutiles manifestaciones del diablo. Con diferentes apariencias, él sabe aprovechar la debilidad y el desencanto, las malas experiencias, para mostrarse como un seudo salvador y prometer el cielo que él ha perdido.

La tentación del poder económico

El diablo le propone a Jesús convertir las piedras en pan. Él puede hacerlo y acabar así con su necesidad. Se trata de una tentación que alude al poder económico. Jesús multiplicó los panes y las multitudes entusiastas querían hacerlo rey. Es una trampa muy hábil del demonio. Bajo la apariencia de humanidad, reduce la salvación y la felicidad del ser humano al bienestar puramente material.

La tentación de sucumbir al poder económico para comprar con él falsas seguridades, falsos paraísos, es muy grande. Especialmente en los momentos de angustia y dificultades. Hoy día, en que la inestabilidad del mundo es acusada y las personas nos acostumbramos rápidamente a vivir con cierta comodidad, ceder al poder del dinero y rendir culto a la riqueza económica es una tentación muy frecuente, en la que es fácil caer movidos por causas que parecen muy razonables.

Es cierto que toda persona debe luchar por su supervivencia y por una vida digna y próspera, también económicamente. Pero nuestra salvación y la plenitud de nuestros deseos no se encuentran solamente en los bienes materiales.

El afán por dominar el mundo

La segunda tentación es esta: “Si me adoras, te daré todos los reinos que el mundo me ha dado”. En esta tentación el diablo se siente por encima de Jesús. Pero en realidad, es un ángel excluido, que ha participado de los poderes celestiales y que en su momento cayó y quedó reducido. Ahora quiere recuperar su estatus y su poder.

Esta tentativa del demonio se refiere al poder político y a todas las formas de potestad sobre las personas, desde la dominación militar, la represión, la manipulación… Cuando una persona vive centrada en sí misma y desea que el mundo gire a su alrededor, no resiste la tentación de dominar y someter a los demás a sus antojos. El poder es una droga sutil que atrapa a muchas personas, ávidas de protagonismo y henchidas de orgullo. Pero tiene un precio muy alto, como el diablo indica. “Todo esto te daré si te postras ante mí”.

Jesús responde: “Adorarás a tu Señor y sólo a él darás culto”. Cuando somos egoístas, cuando nuestra única meta en el mundo es el dinero, el sexo, el poder, la ambición, todo los que nos complace sin tener en cuenta a los demás, ¿no nos estaremos arrodillando ante el diablo?

Jesús dirá que sólo tenemos que adorar a aquel que es la bondad, aquel que desea nuestra felicidad sin engaño, aquel que es Amor. Aún va más allá; a Dios no sólo hay que adorarlo, sino abrazarlo y tenerlo adentro.

La tentación del poder religioso

Con la tercera tentación, el demonio insta a Jesús a arrojarse de lo alto del templo: “Los ángeles del Señor te recogerán”. Jesús responde: “No tentarás al Señor tu Dios”. El diablo aprovecha toda ocasión para engrandecer nuestro ego. Cuando la persona alcanza cierto prestigio y un elevado reconocimiento puede llegar a pensar que tiene licencia para hacer cualquier cosa. Está por encima del bien y el mal y acaba endiosándose a sí misma. El diablo sabe que Jesús tiene poder. Es un hombre carismático. El pueblo lo escucha y lo sigue. Jesús podría manipular y dominar fácilmente a sus adeptos. Pero renuncia a ello. No quiere alardear, haciendo una exhibición de su capacidad para hacer milagros. Su poder es el poder del amor, el servicio, la misericordia.

Por el bautismo todo cristiano participa del poder de Cristo. Cuanto más vivamos nuestra condición de cristianos unidos a Dios el diablo más se alejará de nosotros, porque no nos podrá hacer caer en la tentación.

Pero mantengámonos unidos, fieles y alerta. Porque la realidad del mal siempre está acechando, intentando debilitarnos y apartarnos de Dios.

2007-02-18

Un tratado del amor cristiano

Más allá de la ética y el humanismo

Jesús se dirige a los suyos, a aquellos que de verdad y sinceramente lo escuchan. Con un tono exigente, dice a sus discípulos: Amad a vuestros enemigos. Jesús va nucleando lo que es esencial de su mensaje, especialmente dirigido a sus apóstoles.

Jesús establece los límites del amor por debajo. Tratar a los demás como queremos que ellos nos traten es un amor que roza los mínimos. Corresponde a la ética y al civismo más elementales. Pero es también el principio del amor cristiano: el amor humano.

Con contundencia, afirma de nuevo: Amad a los enemigos. Del amor filantrópico y los gestos de solidaridad hemos de pasar al amor de caridad, del ágape, porque si no, nos quedamos en un mero humanismo. Hemos de pasar al humanismo cristiano.

Amar al enemigo

Amar a los enemigos es la prueba para medir la autenticidad del amor cristiano. Jesús nos da unas pistas para definir lo que es específico de este amor. Bendecid a los que os maldigan. Es decir, no tengáis en cuenta los maltratos verbales y amad con dulzura y comprensión a quienes nos atacan. Rezad por aquellos que quieren dañar vuestra dignidad y vuestra buena fama, aquellos que os injurian, por celos o maldad; rezad por aquellos que quieren manchar vuestro nombre.

A quien te pegue, preséntale la otra mejilla. El perdón es consustancial al amor. Jesús está llevando hasta el extremo la definición del amor y cómo ha de ser la actitud radical del cristiano: asumir con paz todas las agresiones.

El perdón, consustancial al amor

Amad a los enemigos. Esta es una característica esencial del amor cristiano. Es la forma de amar de Jesús, un amor sin límites, sin barreras, un amor trascendental, que supone no tener al agresor como enemigo, sino como alguien receptor de perdón.

Llegar a considerar al enemigo como a un amigo pide una gran conversión personal. Si no podemos convertir al otro en amigo, al menos podemos respetarlo y perdonarlo. Para una víctima, es tremendamente costoso llegar a perdonar a su agresor. Pero el coste de su odio es mucho mayor aún que el del perdón. Cuando la víctima es capaz de perdonar a quien la dañó podrá ganar la paz interior y, tal vez un día, ese enemigo podrá llegar a ser su amigo o, al menos, dejará de ser motivo de odio y amenaza.

La justicia ante los crímenes y las ofensas cometidas es necesaria, pero no suficiente para cerrar heridas. El perdón es necesario para completar la justicia, es lo único que puede sanar a las personas rotas por el dolor.

El amor tampoco juzga. Jesús nos enseña a ser indulgentes con los límites de los demás.

Doctores en amor

Podemos saber mucho sobre doctrina y religión. Muchas personas son doctas en teología. Pero Jesús nos llama a ser doctores en amor. Y esto pasa por el sacrificio y la cruz. No basta con tener una gran formación; hemos de trascender del conocimiento para hacerlo realidad, vida en nosotros. Estamos llamados a pasar de la teología al Cristocentrismo: hacer de Cristo el centro de nuestra vida. De la teoría hemos de pasar a la praxis del amor cristiano.

El amor es generoso

Otra característica del amor cristiano es la donación generosa sin esperar nada a cambio. Dar tiempo, nuestro conocimiento, ayuda, dulzura, e incluso algo de nosotros, de nuestros bienes materiales, si fuera preciso. Propios del amor son la bondad y la compasión; sufrir con el que sufre y acompañarlo en su dolor. También lo es la humildad, nadie está totalmente en posesión de la verdad.

El amor implica cuidar, mimar, tratar bien al otro. Demostrar cuidado hacia aquellos que amamos es muestra de nuestra generosidad. El amor no ha de ser frío y distante, sino cálido y cercano. Cuidar es una forma de amar.

El amor de Dios no tiene límites, es generoso, rebosante, nos colma y plenifica. Así ha de ser el amor de los cristianos.

2007-02-11

Las bienaventuranzas

Un tiempo de retiro necesario

Antes de hacer algo importante, vemos cómo Jesús siempre se aparta un tiempo a solas para orar y meditar. Después de elegir a los Doce, sube al monte, donde permanece horas en soledad antes de descender para continuar su misión. Los cristianos, a ejemplo suyo, deberíamos hacer lo mismo. Antes de los momentos cruciales de nuestra vida, un tiempo de retiro y reflexión nos puede ayudar a dar los pasos más acertados.

De la montaña mística, Jesús baja a la realidad pastoral en medio del mundo. Entonces, levantando los ojos, se dirige a sus discípulos, que aguardan en medio de la multitud. Jesús no sólo comunica con la voz. Es un hombre que mira al frente y transmite un mensaje con la mirada. Sus ojos son interpeladores, llegan al alma de quien lo contempla. Esta vez, Jesús se dirige a sus apóstoles. Lo que va a decir, aunque sea ante todo el pueblo, está especialmente destinado a los suyos.

Dichosos los pobres de espíritu

Dichosos los pobres, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Jesús nos exhorta a ser humildes y a reconocer que la máxima riqueza es la experiencia de Dios en nuestra vida. La pobreza evangélica se entiende como desprendimiento, entrega, generosidad. Jesús bendice en sus seguidores estas actitudes.

Dios no bendice la pobreza como carencia física y social. Dios bendice al pobre que sufre por ello. Con sus palabras, Jesús nos expresa que Dios está al lado de los pobres. Pero las bienaventuranzas no son un mero consuelo, una promesa de una recompensa en el más allá por los sufrimientos que se viven en la tierra.

Jesús no habla en clave sociológica ni política, sino espiritual. El pobre de espíritu es la persona sencilla, humilde, que no cae en la soberbia ni se endiosa. Reconoce su pequeñez y sus límites con realismo. Esta bienaventuranza también debe entenderse en su contexto. Jesús habla a sus discípulos, que un día serán pastores y guiarán a otras personas, y les advierte que no sean orgullosos ni se otorguen un poder espiritual sobre las gentes. Jesús es el primer pobre: siempre insiste en que sus palabras son las del Padre, que le envía; recuerda a sus seguidores que no llamen a nadie bueno, ni a nadie maestro, sino a Dios, y se llama a sí mismo servidor de Dios. San Pablo, más tarde, dirá que no es él, sino Cristo, quien vive en él, y avisará con energía a aquellos que colocan en un pedestal a los pastores olvidando que, finalmente, todos son enviados de Dios. Esta bienaventuranza es una llamada a la humildad espiritual y a la renuncia a todo poder e influencia sobre las almas.

Dichosos los que pasan hambre

Dichosos los que padecen hambre y sed de justicia, porque un día serán saciados. No podemos ser indiferentes ni dejar de ocuparnos del hambre física, que azota a tantas personas. Pero el gran hambre del mundo es el hambre de Dios. Como cristianos, hechos a imagen de Dios, necesitamos alimentarnos de aquel que nos ha creado. Quedamos saciados ya aquí, cuando nos nutrimos del pan de la eucaristía y de la palabra. La comunión y la palabra de Dios son nuestro alimento. Si abrimos nuestro corazón a la vida de Dios, seremos saciados ya en esta vida sobre la tierra.

Los que estamos saciados hemos de procurar que otros puedan comer, tanto del pan material, necesario para vivir, como del pan espiritual.

Dichosos los que lloran

Bienaventurados los que lloran porque serán consolados. Consuelo no significa simple conmiseración ni complacencia en el dolor. Dios es inmensamente misericordioso. Las lágrimas del hombre son las lágrimas de Dios. Él sufre con el hombre que llora.

Seguir a Dios requiere de un estiramiento espiritual, de una exigencia, que tal vez nos hará llorar. El crecimiento espiritual también implica un sufrimiento, un dolor como el del parto, que acaba en gozo. Dios no se complace en el dolor, pero se apiada del que llora y está a su lado.

Con estas palabras, Jesús también avisa a sus discípulos que sufrirán por su causa. El seguimiento de Jesús les comportará dolor e incomprensión.

Dichosos cuando os persigan por mi causa

Bienaventurados cuando seáis perseguidos, calumniados y rechazados por causa mía. Hoy, nadie es perseguido por su fe, pero sí puede ser socialmente rechazado. Ciertas ideologías y tendencias políticas persiguen de forma sutil e intelectual la fe. Las arenas del circo son hoy los medios de comunicación. Y este combate es cruel: hay quienes desean destruir la dimensión religiosa del hombre, debilitando la fe con ideologías y doctrinas que ofrecen pseudo cielos.

A los discípulos, Jesús les recuerda que la fe a menudo pasa por el martirio. Y así será. La mayoría de ellos morirán por seguir a Jesús y difundir el evangelio.

Ser bienaventuranza para los demás

Con las bienaventuranzas, Jesús está señalando cuatro grandes causas de dolor en el mundo: la pobreza, el hambre, la tristeza y la persecución por rechazo. Estos cuatro grandes males, causados por el hombre, tienen su solución. Los remedios están en nuestras manos. La pobreza puede ser combatida con generosidad. Ante el hambre y la sed, física, emocional y espiritual, podemos saciar a los demás con caudales de amor; la tristeza es vencida con alegría; la persecución y el rechazo se contrarrestan ofreciendo ayuda y amistad.

Cada uno de nosotros puede ser bienaventuranza para los demás: podemos ser el pan del pobre, el pañuelo para los que lloran, la compañía cálida para el que sufre. Podemos dar serenidad a los perseguidos, brindándoles aliento, infundiéndoles coraje, recordándoles que no están solos y que Dios está de su parte. En Dios está el consuelo, el gozo, el alivio y la paz. Cada cristiano está llamado a ser vaso del agua divina que apaga la sed del mundo, necesitado y ávido de Dios.

2007-02-04

La pesca milagrosa

El milagro de saber cambiar

Jesús se convierte en un gran comunicador de la palabra de Dios. No sólo porque es un buen retórico, sino porque tiene muy clara su misión: hacer llegar a todos la buena noticia del amor de Dios y su deseo de felicidad a todo hombre. La gente se agolpa a su alrededor porque necesita que esas palabras iluminen sus vidas. Jesús, enérgico y firme, cala en lo más hondo de esos corazones que buscan un sentido religioso a su existencia.

Después de dedicar horas a la predicación de la palabra, Jesús entra en acción. Devuelve la esperanza a unos pescadores que faenan en la oscuridad sin obtener nada. La crudeza del frío, bregando sin descanso y sin resultados, desanima a Simón y a sus compañeros. Jesús, con palabras llenas de aliento, les pide que remen mar adentro y que vuelvan a echar las redes. Simón, fiándose de sus palabras, abre su corazón. Dejando su desánimo, vuelve a lanzar las redes. Ese acto de fe se convierte en un milagro. Pescan tantos peces que las redes casi revientan. Pero el verdadero milagro es que Simón, a pesar del cansancio y del abatimiento, vuelve a lanzar las redes y se fía de la palabra de Dios.

Aquella dura noche se convierte en un amanecer cálido, su estéril acción en un fecundo y generoso trabajo, su desaliento en esperanza y alegría; y, sobre todo, su apatía en fe renovada. Simón cambia de rumbo, obedece las palabras de Jesús y se produce la pesca milagrosa.

Sacar fuerzas de donde no las hay, con una sincera oración, puede producir milagros. Llenar nuestra vida de esperanza y amor la hará fecunda, cargada de frutos y de inmensos dones de caridad.

Las tres misiones de Jesús

En esta lectura vemos que Jesús tiene muy claras tres misiones. La primera es instruir. Jesús dedica largas horas a predicar. Sentado en la barca de Pedro, enseña a las gentes, consciente de su vocación de anunciar la palabra de Dios.

Acompaña a la palabra su capacidad para obrar milagros. Estos prodigios respaldan su predicación. El milagro no sólo debe entenderse como un hecho sobrenatural, sino como el poder de llegar a tocar el corazón de la gente, moviendo su libertad, despertando su capacidad de amar.

Finalmente, la tercera misión de Jesús es la llamada. Sabe que para llevar a cabo su obra necesita discípulos, hombres liberados que se entreguen al servicio del evangelio y cooperen en su misión. Por eso Jesús llama a sus apóstoles. A la llamada siempre le precede una actitud humilde. Pedro así lo hace: reconoce, cayendo de rodillas, su pequeñez y sus muchas faltas. La sencillez de Pedro es clave en la llamada. Le pide a Jesús que se aparte de él, pecador. Pero Jesús hará lo contrario. Sin negar su pequeñez, lo llama a estar con él.

Dos actos de confianza

Pedro responde porque se fía de Jesús. Su primer acto de confianza es volver a remar mar adentro, echar las redes de nuevo, contra toda esperanza. El segundo se da cuando escucha su llamada y lo sigue. Jesús no necesita pedirle que renuncie a todo por él; ya sabe que Pedro se ha dado cuenta de que lo más grande que puede alcanzar es estar a su lado, aprender de su maestro.

Pedro, valiente, fiándose de él, sigue a Jesús. Su vida cambia de rumbo. A partir de ahora se adentrará en las aguas turbulentas del pecado para rescatar a las gentes que se ahogan. Esta será su vocación. Pedro deja sus redes de pescador para iniciar un ministerio de libertad.

2007-01-28

Nadie es profeta en su tierra

El corazón cerrado y la duda

El texto que leemos hoy es continuación del pasado domingo. Narra lo que sucede después de la proclamación de Jesús del texto del profeta Isaías en la sinagoga. Todos quedan maravillados de sus palabras. Pero, a continuación, el discurso de Jesús contiene un alto nivel de exigencia. De la aprobación y la admiración, la gente de su pueblo pasa a la crítica y al deseo de matarlo. El pueblo se extraña de la profundidad de sus palabras y se pregunta: “¿Quién es éste? ¿No es el hijo del carpintero?” Lucas pone ya de manifiesto el progresivo recelo del pueblo judío hacia Jesús. Un hombre de un entorno sencillo y humilde, ¿cómo puede expresar estas bellas y profundas verdades? Surgen el desprecio y los celos hacia él. Envidia y desprecio que se irán fraguando hasta llegar a una hostil actitud de rechazo.

Jesús expresa apenado que nadie es profeta en su tierra. No escapa ante las críticas y recelos propios del ser humano. Cuántas veces hemos oído esta frase en boca de grupos, de familias, de comunidades, de vecinos… "Este, ¿nos puede decir algo?" Con nuestro desdén manifestamos la inseguridad y una falta de humildad para reconocer y ver lo bueno que tienen los demás, quizás aún mejor que nosotros. Los judíos se enfurecen especialmente cuando Jesús hace referencia a personajes y episodios del Antiguo Testamento, como Elías y la viuda de Sarepta y Eliseo y el leproso Naamán. Con estas narraciones, Jesús pone el dedo en la llaga ante la actitud de cerrazón de su pueblo. Se refiere claramente a su hipocresía religiosa, les insinúa que sólo los que abren el corazón a Dios serán salvados y escogidos. Su don y su gracia serán para los humildes y sencillos que pongan sus vidas a su servicio. El rechazo hacia Jesús se va recrudeciendo, porque habla con claridad y no tiene miedo a nada ni a nadie.

Pasar de la crítica al bien hablar

Esta lectura es un revulsivo para los cristianos de hoy. Gastamos horas sin fin para criticar a los demás: qué hacen, qué piensan, cómo hablan… Perdemos un tiempo precioso de la forma más absurda.

Ante el anuncio de la buena nueva, debemos sentirnos impulsados a hablar de cosas buenas y bellas, para sacar a la luz aquello de bueno que tiene cada persona. Una de las grandes misiones del cristiano es justamente ir a contracorriente en esto. No hablemos nunca mal de nadie.

Para dejar de hacer críticas destructivas necesitamos, por un lado, ser comprensivos y misericordiosos, a la vez que muy conscientes. Es una frivolidad perder el tiempo en críticas banales. Una actitud humilde nos ayudará a reconocer los dones de los demás. En la sencillez se manifiesta el soplo del Espíritu. Las palabras de las gentes de Nazaret pueden resultarnos familiares. ¿Quién es éste o ésta? Si lo conocemos de hace tanto tiempo… ¿qué tiene que decirnos de nuevo? Pues bien, aquella persona humilde que vive a nuestro lado también nos puede enseñar muchas cosas.

Pedimos milagros

La gente espera milagros espectaculares de Dios. El gran milagro ya se ha producido: somos herederos de su palabra. El gran milagro es su permanencia constante en la Eucaristía. Dios se nos da a sí mismo: lo que nos dé por su providencia será por añadidura. Pero el mayor regalo ya lo tenemos: Cristo resucitó y nos abrió el camino a una nueva vida.

No podemos salir de una celebración eucarística admirados de cuanto hemos oído y volver a nuestras actitudes fáciles y cómodas de criticar y señalar a los demás. Aprendamos a valorar el milagro inmenso de la presencia de Cristo entre nosotros. Ser conscientes de la grandeza de este don transformará nuestra vida. Nos hará responsables a la hora de emplear nuestro tiempo y nuestras palabras. Que nuestras palabras reflejen la bondad de Dios, y nuestro tiempo sea invertido en acrecentar su Reino.

2007-01-21

Hoy llega la liberación

Sentirnos hijos de Dios, raíz de nuestra fuerza

Jesús, abierto al Espíritu, va cohesionando su misión. Su fuerza radica en sus convicciones y en su adhesión total al Padre. Sus palabras y sus gestos van calando profundamente en el corazón de mucha gente. Todos admiran su hondura y el contenido de cuanto predica.

Como buen judío, Jesús participa en el estudio y el conocimiento de la Torah en la sinagoga, como es costumbre, los sábados. En la sinagoga, con voz recia, proclama el pasaje del profeta Isaías. Es un momento crucial en su ministerio público. La voluntad de Dios y la libertad de Jesús convergen en un momento decisivo para salvar la humanidad.
“El Espíritu del Señor reposa sobre mí”, dice el texto. Jesús tiene una conciencia clara de su filiación con Dios, porque lo ha ungido. Siente que su Espíritu reposa suavemente sobre su corazón. De aquí viene toda su energía espiritual. Manifiesta el deseo de aquel que le ha enviado. Su vida y sus palabras no se entienden sin esta clara opción.

Un mensaje liberador

Él ha venido a anunciar a los pobres el evangelio; a aquellos cuya gran riqueza es Dios; a anunciar a los cautivos su libertad, a aquellos que saben que la libertad del hombre es el amor; a anunciar el año de gracia. Todos aquellos que se abren a Dios sinceramente recibirán gracia sobre gracia.

“He venido a dar libertad a los oprimidos”, dice también Jesús. ¿Quiénes son los oprimidos? Todos aquellos que sufren, que padecen el yugo de la tristeza, el dolor o un poder que los anula como personas. Una de las grandes misiones de la Iglesia es contribuir a la liberación del sufrimiento humano y de su opresión.

Cada cristiano está llamado a ser liberador

Los bautizados tenemos toda la capacidad y dones de Dios para reproducir en nosotros la vida de Cristo. Cada vez que leemos un texto bíblico y en la medida en que estamos abiertos a Dios se cumplen en nosotros las Escrituras. Unidos a Cristo, estamos llamados a una misión redentora. La Iglesia es heredera de esta gran vocación de Cristo.

El mensaje de Jesús es un anuncio, una buena noticia. El evangelio no es un conjunto de normas morales ni una doctrina, sino el gozoso anuncio de nuestra liberación. La gran liberación es soltar las cadenas del yo, que es la mayor esclavitud. El egoísmo es el gran cautiverio que aflige a la humanidad. Romper las cadenas del egoísmo y el narcisismo es la otra gran misión de la Iglesia en el mundo.

2007-01-14

Boda en Caná

María confía en su hijo

En la primera etapa de su ministerio público, Jesús es invitado a una boda en Caná de Galilea con sus discípulos. También va con ellos María, su madre, siempre solícita y atenta a cuanto sucede a su alrededor.

En plena boda, se quedan sin vino. María interviene para que la fiesta no se pare. No puede faltar el vino, y pide a su hijo que actúe. Jesús le contesta que no ha llegado su hora. Son palabras que quizás María no entiende. Pero se fía totalmente de él.

Siempre se ha fiado de su hijo. Dice a los criados: Haced lo que él os diga. Es una de las pocas frases que ponen los evangelistas en boca de María, pero es suficiente para expresar la unión profunda con su Hijo. En esos momentos, Jesús convierte el agua en vino. Se trata de su primer milagro público. Con esta manifestación Jesús hace patente su íntima relación con Dios.

Haced lo que él os diga

Todos somos tinajas vacías. Vacías de sentido, de esperanza, de valores. María intercede por nosotros ante Jesús para que llene nuestra tinaja de amor, de fe y de esperanza.

También el mundo está vacío, sediento de Dios, de Espíritu. Para llenarlo, sólo nos falta escuchar. “Haced lo que él os diga”. Son las únicas palabras que María dirige, no a su hijo o a sus parientes, sino a las gentes. Haced lo que él os diga. Puede hablar con firmeza, porque ella ha pasado por la experiencia de confiar en Dios. Sabe de quién se fía. María no dice “decid lo que él dice”, o “decid lo que él hace”, sino “haced”. Trasladada a hoy, su exhortación nos invita a actuar, a trabajar, a construir espacios de amor. Nos llama a vivir desde Dios, abriendo parcelas de su Reino en este mundo.

La liturgia de hoy nos llama a escuchar y a seguir la voz de Dios. Nos invita a escuchar a Jesús para poder hacer de nuestra vida algo bueno y fructífero.

La ley del amor

Si en el antiguo testamento había muchos ritos de purificaciones, Jesús en el nuevo testamento convierte el rito en una fiesta. Las normas del código de Moisés se reducen a una: amar como él nos ama. De las leyes y la exigencia de la tradición judía pasamos a la entrega generosa del amor, que convierte nuestra vida en una celebración festiva. Del antiguo testamento pasamos al nuevo: de la ley pasamos al amor. Jesús también convierte nuestra pobre e insípida vida en una vida intensa y sabrosa, una auténtica fiesta donde nunca pueden faltar el pan y el vino eucarístico.

El milagro de la confianza

El milagro sólo puede darse cuando hay confianza. El espacio del milagro es el amor. Cuando hay amor, los corazones pueden tocarse, porque el mismo amor es ya un milagro, tierra abonada para que se produzca una transformación. Claro que Jesús podía hacer milagros. Pero el gran milagro es que cada uno de nosotros, pobre tinaja vacía, sepa desear su presencia y abrir el corazón a su amor, invitándolo a entrar.

El agua se convierte en vino. Igualmente, toda nuestra existencia queda transformada por la presencia de Dios. Y él nos invita a vivir plenamente la alegría, convirtiendo nuestra vida en una fiesta.

2007-01-07

Epifanía trinitaria en el Jordán

La Trinidad se manifiesta en el Jordán

Con el bautismo cerramos el tiempo de Navidad y Epifanía y nos introducimos de lleno en el ministerio público de Jesús.

El bautismo de Jesús es el inicio de su vida pública, de su gran misión. Esta es posible gracias a su convicción profunda de su filiación con Dios Padre.

En el Jordán se manifiesta la Trinidad. Dios Padre, en la voz que sale del cielo. El Espíritu Santo, que desciende en forma de paloma. Y el mismo Hijo, Jesús. En él se halla la plenitud de la misión trinitaria: hacer presente en el mundo el amor de Dios.

El sentido de la filiación

El convencimiento del amor del Padre lleva a Jesús a salir de Nazaret para emprender su gran aventura y convertirse en predicador de la palabra de Dios. Después del bautismo, cada cristiano es hijo de Dios y todos somos hermanos, unos de otros. Nos une, no la sangre humana, sino la misma sangre de Cristo. Todos los que comemos de su pan y bebemos de su cáliz formamos parte de la familia cristiana.

Cada eucaristía es un momento epifánico en el que se nos revela la Trinidad. Unidos a Cristo, cada uno de nosotros es un hijo amado y predilecto de Dios.

Jesús saca esa enorme fuerza de su unión con el Padre. De esta unión surge la gran empresa apostólica de fundar la Iglesia. Unidos a él, con esta convicción, dejamos de ser niños y adolescentes espiritualmente, para iniciar una vida nueva de adultez cristiana. Esta madurez implica caminar con Jesús hasta entregarse, hasta la cruz. Y también resucitar con él.

Fiesta de Reyes

La búsqueda de Dios es universal
Esta es la fiesta de los que buscan sentido a sus vidas. Los magos, sabios y científicos de su tiempo, buscaron y encontraron una estrella que los guió hacia la cueva de Belén. Cuántas personas viven en la oscuridad, buscan la luz y no la encuentran. En sus vidas no hay esperanza.

Para los cristianos el futuro existe: es Cristo, Dios, la Iglesia. El futuro está en trascender de nosotros mismos. Muchas personas caminan a tientas sin que nadie las oriente. Desean crecer, encontrar la fe, encontrarse con Dios. Y no siempre encuentran esa estrella que los guíe. Los magos son imagen de toda la humanidad, todos los continentes, todas las culturas en busca de Dios.

Todo ser humano está llamado a conocer a Dios. Esta es la fiesta de la universalidad en la búsqueda del mensaje evangélico.

El evangelio de hoy representa un abrazo cultural de todos los pueblos. Todos están llamados a recibir esa inmensa alegría que llenó a los magos, cuando vieron la estrella posarse sobre el establo de Belén.

Nuestro mejo regalo: entregarse

Hoy es una fiesta hermosa. Recuperemos el sentido religioso de la ofrenda, del obsequio. Los mejores regalos que podemos ofrecer son la transferencia de valores, la donación de nuestro tiempo, brindar un sentido a la vida, dar esperanza. Cada uno de nosotros es un mago que puede regalar a quienes le rodean aquello que les falta: alegría, confianza, afecto, consuelo, tiempo, experiencias religiosas…

¿Hemos dedicado bastante tiempo a la familia, a la comunidad, a la Iglesia, a nuestros hijos? ¿Hemos regalado nuestra experiencia y sabiduría? Lo mejor que podemos dar es el tesoro que llevamos dentro. Y, de esto, lo mejor es el amor. Más que juguetes y regalos, los niños necesitan ternura, afecto, creatividad, educación, valores, compañía de sus padres, de la Iglesia, de la sociedad.

Durante estos días festivos, se da un enorme gasto económico. Los cristianos deberíamos ser muy conscientes. Si tan sólo destináramos el 10 % de lo que consumimos y gastamos a obras sociales, o a contribuir a sostener la gran labor de las misiones, ¡cuántos problemas ayudaríamos a paliar!

Del pesebre a la eucaristía

Cristo es el gran regalo que cambia nuestra vida. Ese Niño Dios se nos hace pan y comida. Cada día que venimos a la Eucaristía, los cristianos contemplamos el misterio del Dios que se hace sacramento para que su presencia sea eterna entre nosotros. La fiesta de los Magos, que nuestra civilización ha convertido en un acontecimiento social donde los regalos tienen el protagonismo, tiene un sentido espiritual: el mayor regalo es la donación de Jesús. Dios se nos hace presente a través de él, y muchas son las gentes que lo necesitan. Cada cristiano que se regala a sí mismo, como Jesús hizo con su propia vida, es el mayor obsequio. Seamos Reyes Magos para los demás.

2007-01-01

María, reina de la paz

La paz nace de la ternura

Celebramos hoy la fiesta de la maternidad divina de María. Cuando meditamos sobre María, ahondando en sus profundos cauces, encontraremos un caudal inmenso de aguas cristalinas.

Del corazón de María , de sus entrañas, de su libertad, nace la Iglesia. Por eso la llamamos madre de la Iglesia. Es un modelo para todos los cristianos y para la sociedad de hoy. Necesitamos ahondar en su torrente de belleza para encontrar las raíces más profundas de la paz.

María, abierta, deja que Dios penetre hasta lo más hondo de su ser. Se deja invadir por su amor. Por eso es la madre de la paz.

La paz nace de la ternura. El entorno de María conoce esa paz que surge de la comunión con Dios. Los pastores, que reciben el anuncio gozoso del nacimiento de Jesús, corren a adorarlo, encuentran al recién nacido y se admiran ante él. Después, regresan contando maravillas y alabando a Dios por todo cuanto han visto y oído. Dejarse maravillar por un niño es tener corazón de niño. Es dejar que la ternura despierte en nuestro interior. Y de esa ternura brota la alabanza.

Cada cristiano, como los pastores, ha recibido también esa buena noticia. A través de las lecturas sagradas y las celebraciones de estos días, hemos podido admirar la belleza de ese misterio tan grande: el de un Dios inmenso que se hace niño. Con los pastores y los ángeles, lo glorificamos y alabamos también a María. Porque ha sido su corazón abierto el que ha hecho real este misterio de la encarnación de Dios.

Muchos niños en el mundo son explotados, abusados y utilizados. En esos pequeños que sufren, como señaló el Papa en su homilía de Nochebuena, está Dios. Su grandeza es la renuncia total al poder. Siendo grande, se hace frágil y pequeño, para despertar nuestra ternura y nuestro amor.
La paz nace de la experiencia de la ternura de Dios. El Belén es una manifestación de esta ternura. El Dios inabarcable se hace pequeño. Ante esta nueva, estamos llamados a construir el mundo de nuevo, partiendo de la inocencia de los niños.

Construir la paz en el mundo

Hoy también celebramos la Jornada Mundial de la Paz, tal como la instituyó el papa Pablo VI. Si Jesús es llamado el Príncipe de la Paz, María es la Reina de la paz. La Iglesia es ese ejército que trabaja por la paz en el mundo y los cristianos somos los soldados que hemos de luchar porque esa paz cunda y sea duradera.

¿Cómo conseguir la paz en el mundo? Mucho se ha dicho y escrito. Pero ahora es necesario que recemos y luchemos por ella, apoyándonos en Jesús y en el testimonio de la reina de la paz.

La paz no es posible sin unas hondas y firmes convicciones éticas: surge de un profundo amor y respeto hacia los demás.

No hay paz sin respeto a la diversidad y a la diferencia del otro. Se habla mucho del “choque cultural”; podríamo hablar mejor de abrazo cultural. María es modelo de acogida. La Iglesia es puerta del cielo, apertura, hospitalidad. La mujer –y la mayoría de creyentes hoy son mujeres- es acogedora y recibe a quienes se llegan hasta este umbral.

La identidad femenina

Como María, la Iglesia nos invita a ser transmisores de la vida de Dios. María interpela especialmente a la mujer del siglo XXI que, a veces por desorientación o por diversas tendencias sociales, filosóficas o políticas, pierde su identidad.

La plenitud de la mujer se encuentra en María y en su maternidad abierta a todo el mundo. No sólo puso su vida y sus entrañas para hacer posible la encarnación. María estuvo presente en los momentos clave de la vida de Jesús: en las bodas de Caná, al inicio de su vida pública, en su muerte al pie de la cruz, en el nacimiento de la Iglesia en Pentecostés... Siempre firme, su presencia dio fuerzas a sus apóstoles para que la vida siguiera, para que no huyera la esperanza.

Más allá de las ideologías “de género”, la Iglesia nos propone ahondar en el “plus” de la mujer. Es importante que la mujer esté en el lugar que le corresponde en la sociedad y en la Iglesia. Toda mujer cristiana es llamada a proyectar la imagen de María.

El rol de la mujer en la Iglesia viene ilustrado por María. La Iglesia debe estar impregnada de la maternidad, de lo contrario no será creíble. Dulzura, caridad, servicio y atención hacia los más necesitados deben ser sus distintivos. Como Madre, debe mostrar solicitud amorosa hacia toda la humanidad.

2006-12-31

La sagrada familia

La familia, clave para la cohesión social

La familia de Nazaret se convierte en un ejemplo para todas las familias del mundo y nos muestra la gran importancia de la institución familiar para el futuro de los niños y los jóvenes.

La familia es el primer espacio donde una persona crece, se desarrolla y se educa. En ella aprende sus valores, se ejercita en la convivencia y aprende a escuchar, a dialogar, a ser comprensiva y solidaria. Es la primera escuela, y la más importante, para la formación de los futuros ciudadanos. Los niños transmiten aquello que reciben en su hogar. Por eso es tan importante que en la familia haya armonía y, sobre todo, mucho amor.

Hoy día vemos que la institución familiar es cuestionada. Sociólogos y psicólogos hablan de la crisis de la familia. Los gobiernos, con diversas leyes, pretenden cambiar el concepto de familia, equiparándola a otras realidades humanas muy distintas. Al mismo tiempo, vemos cómo crecen graves problemas, como la violencia doméstica, en las calles y en las aulas; la droga, las adicciones y una gran desorientación entre los jóvenes. Todas estas problemáticas son consecuencias de la inestabilidad familiar. Debiéramos ser muy conscientes del beneficio que una familia sólida y unida puede aportar a la sociedad. La familia es pilar de estabilidad. Si en ella se cultivan el respeto, el diálogo y la comprensión se pueden evitar muchos de estos males. Las familias equilibradas son agentes de cohesión social.

Qué se aprende en familia

Los hijos se alimentan del amor de sus padres. Una relación de pareja armoniosa, llena de afecto, ofrece un inmenso caudal de valores a los hijos. Les permitirá crecer y, un día, emprender su propio camino.

Es importante que en familia se viva la concordia, la coherencia, la transparencia y el diálogo. Es en familia donde mejor se pueden adquirir la capacidad de convivencia y el sentido de responsabilidad ante los demás.

Abandonar el afán posesivo

Los padres deben tener muy claro que los hijos, además de ser hijos suyos, ante todo, son hijos de Dios. Como Ana, la madre de Samuel el profeta, deben saber ofrecer a sus hijos a Dios y a la vida. No son meramente fruto de su unión biológica, sino fruto de la historia y de la vida de Dios que fluye a través de la humanidad. Por tanto, llegado el momento, deben propiciar que los hijos vuelen y lleven a cabo sus propios proyectos, aunque éstos sean muy diferentes de aquello que los padres deseaban, o los puedan llevar por caminos muy diversos.

Este momento de separación es duro y a veces difícil de sobrellevar, pero tanto padres como hijos deben estar preparados para dar el salto. Si en la familia ha habido respeto, amor y diálogo, la separación será menos traumática y podrá superarse. La relación entre padres e hijos entrará en una nueva dimensión, de libertad y amistad.

La otra gran familia: la Iglesia

Tan importante como la familia de sangre es la familia espiritual: la Iglesia. Esta familia también nos llama y pide nuestra entrega y dedicación. La comunidad cristiana es nuestra otra gran familia. Y también requiere de amor, generosidad, diálogo y comprensión. Nos pide una parte de nuestro tiempo y nuestros esfuerzos. Es importante que los cristianos fortalezcamos nuestras comunidades, allá donde estemos. ¿Cómo podemos ser familia cristiana si no nos saludamos, si no nos preocupamos unos por otros? ¿Qué comunidad somos si no conocemos los nombres unos de otros?

La familia espiritual, la Iglesia, está unida por algo aún más fuerte que los vínculos de la sangre: es Jesús quien une a todos los cristianos. Es una familia sin territorios, pero con un gran corazón.

La familia de Nazaret, un ejemplo vivo

Aprendamos de la familia de Nazaret. Cada uno de sus miembros nos da un magnífico ejemplo, tanto para vivir en la familia carnal como en la Iglesia.

Aprendamos la entrega decidida de María, su apertura a Dios, su valor, su confianza.

Aprendamos de la discreción y la humildad de José, siempre atento, siempre velando por el bien y la seguridad de su familia.

Y, finalmente, aprendamos de Jesús, nuestro mejor maestro. Obediente a sus padres, Jesús no descuidó su gran familia espiritual ni renunció a su vocación. Era muy consciente de que, por encima de sus padres terrenales, su Padre era Dios. Y, como dijo a María y a José en el templo, “también debo ocuparme de los asuntos de mi Padre”. El deber familiar no fue obstáculo para que Jesús viviera plenamente su filiación divina y se lanzara a construir esta otra gran familia de la que todos formamos parte: la Iglesia.

2006-12-25

La palabra que acampa entre nosotros

El evangelio de Juan comienza con este himno de la palabra, o el verbo, identificándolo con Dios. Jesús es la palabra de Dios. Una palabra que se convierte en verbo, en acción. Y esta acción es donarse, entregarse por amor. La comunicación más directa entre el hombre y Dios Padre es el mismo Cristo.

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
Con esta frase, Juan quiere expresar que desde el principio Jesús estaba en el corazón de Dios Padre. Pero también Dios habitaba en Jesús.

En la palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres.
La comunicación es vida. La palabra de Dios contiene vida en sí, transforma al ser humano, penetrando hasta lo más hondo. No es una palabra muerta, vacía o frívola. En la medida en que nos abrimos, esta palabra va haciendo mella en nosotros y nos convierte.

La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió... Al mundo vino, y en el mundo estaba... y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Cuánta gente aún desconoce a Dios. Y muchos incluso lo rechazan, negándose a conocerlo. Nuestra misión como cristianos es ser rayos de luz, faros que iluminan esa frontera oscura, donde mucha gente vive en el arcén, ansiando ver.

El hombre hoy busca el éxito sin Dios, descartando su presencia. En cambio, Dios quiere contar siempre con el hombre. Lo hace su compañero, aún más: lo hace su hijo. Quiere confiar y compartir con él su tarea creadora. Se arriesga al rechazo y a la negación. Porque está apasionadamente enamorado de su criatura, y busca su amor.

Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios... Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Aquellos que acogen la Palabra tendrán vida eterna. Los humildes de corazón, los que esperan, los que confían, a ellos se les da la plenitud. El Padre comparte su gloria con el Hijo.

Cuando nos abrimos, también compartimos con él la gracia de Dios. Tan frágiles, apenas motitas de polvo en el abismo, Dios se enamora de nosotros. Nos seduce con pasión, con delicadeza. Incansable, nos llama a su cálida presencia. Nos conquista para saborear con él su gloria.

2006-12-24

María se pone en camino

Una mujer solidaria

María, como su hijo Jesús, siempre es sensible a las necesidades humanas. Siempre dispuesta, siempre atenta, María sale corriendo para visitar a Isabel, su prima, que está encinta. Acude a su lado para atenderla en los últimos meses de su embarazo. La acompaña el tiempo necesario para darle su apoyo en aquel momento tan crucial del nacimiento de su hijo, Juan.

De la actitud de servicio nace la auténtica alegría. El encuentro de las dos mujeres es gozoso. Unidas y felices, comparten una misma experiencia de Dios. Se saludan, se elogian, alaban a Dios. Isabel reconoce la vida de Dios que hay en el corazón de María, y ésta canta la grandeza del Señor. Se siente profundamente amada por Dios, llena de un don inmenso que sabe derramar, contagiando a su prima Isabel de un gozo inagotable.

Los fieles al Señor son compensados con una fecundidad divina. De nuestro corazón, desierto y estéril, pasamos a ser un oasis fecundo. Para Dios no hay nada imposible.

El alborozo del bebé en las entrañas

En esta lectura es hermoso constatar cómo el pequeño Juan, desde el seno materno, percibe la alegría del encuentro entre las dos mujeres. La criatura salta de gozo en su vientre.

Los niños, aún antes de nacer, ya comparten las experiencias de sus padres, especialmente de la madre. Desde las entrañas maternas, los bebés captan sus emociones, sus palabras, los abrazos que dan y reciben. Por esto las vivencias de la madre son muy importantes en la vida y desarrollo posterior de sus hijos, ya desde los meses del embarazo. Cuando un niño percibe el amor de sus padres o la alegría a su alrededor, salta en el vientre; de alguna manera, quiere participar también de esa experiencia.

María, portadora de Dios

María hace algo más que ser solidaria. Visita a Isabel, la acompaña, la atiende en sus necesidades y la ayuda. Pero aún va más allá. María trae un regalo muy especial a su prima, y ésta se percata inmediatamente de ello. María le trae a Dios, cobijado en su seno. Isabel se exclama y alaba a Dios con alegría profunda porque reconoce ese gran don que María lleva dentro y que le trae con su presencia.

La Iglesia, como María, tiene esta doble misión. Como institución humana, no puede desatender las necesidades de las personas y debe estar al lado de quienes sufren o padecen carencias. Pero no se limita a esta labor humanitaria. La Iglesia tiene como gran misión ser portadora de Cristo, como lo hizo María. Ha de llevar a Dios a todas las gentes. Cuando la Iglesia llega a personas con el corazón abierto y sensible, como Isabel, se produce un encuentro gozoso. Aquel que recibe el gran regalo de Dios estalla en alegría, como el hijo de Isabel saltó alborozado en su vientre.

Isabel dice a María: “Bendita tú porque has creído; las promesas de Dios se cumplirán en ti”.
Esta frase contiene un gran mensaje para todos los creyentes. Benditos somos cuando creemos y confiamos en Dios. Porque él tiene un sueño para nosotros, que sólo pide nuestra fe y nuestra disposición. Si sabemos ser fieles y ponernos en camino, como María, el sueño de Dios se cumplirá en nosotros. Y ese sueño no es otro que una promesa llena de todo cuanto puede hacernos más plenos y felices.

Dios sueña, también, que cada uno de nosotros sepa llevar su presencia a las demás gentes. Esta es nuestra misión como cristianos. María nos muestra el camino. Que cada cual sea visitador y lleve la luz y la alegría de Dios a quienes le rodean.

2006-12-17

¿Qué hemos de hacer?

Juan, el precursor

El pueblo judío vive expectante ante la venida del Señor. Juan el Bautista predica su inminente llegada. Y muchos, en este contexto, le preguntan: “¿Qué tenemos que hacer?”. La respuesta de Juan contiene una fuerte carga social y moral, que implica una profunda conversión: compartir los bienes, no abusar de los cargos ni aprovecharse del poder sobre los demás… Para el Bautista la expectación implica un cambio profundo y radical de los corazones. Muy especialmente apela a la generosidad y la solidaridad con los más necesitados. Juan anuncia que el que tiene que venir elevará aún más las exigencias evangélicas.

Bautizar con Espíritu Santo y fuego significa que del ritualismo se pasa a la entrega generosa de la propia vida. Refiriéndose a Jesús, Juan dice: El os bautizará con la fuerza del amor de Dios, que transformará totalmente vuestras vidas.

Conversión de vida

En un momento en que el mundo está falto de esperanza, cabe preguntarse qué hemos de hacer. Esta pregunta es tan importante como cuestionarnos qué debemos saber o tener.

Saber implica conocimiento; tener alude a nuestra riqueza. Hacer refleja una actitud moral. Cuanto hacemos tiene que ver con nuestros valores y con aquello en que creemos.
San Juan Bautista exhorta a sus seguidores. Estos le están pidiendo una orientación moral, y él les da varias indicaciones, que son pistas para los creyentes de hoy.

La primera de todas es compartir. En un mundo donde se dan enormes desigualdades e injusticias, Juan propone una ética solidaria y generosa. El estado se ocupa de atender una parte importante de las necesidades sociales. Pero no debe ser el único. La sociedad también debe preguntarse qué hacer ante los retos que se presentan.

Otras recomendaciones que da Juan se refieren al abuso de poder y de autoridad. Con esto, nos está invitando a reflexionar sobre nuestra vida y a replantearnos nuestra conducta.

En todos nuestros ámbitos

¿Qué hacer en los diferentes ámbitos de nuestra vida? Podemos ir revisando uno por uno.

En la familia, ¿qué hacemos para mejorar nuestras relaciones, la comunicación, la afectividad?

En el ámbito social, ¿cómo mejoramos nuestra relación con nuestros vecinos, nuestros compromisos públicos, nuestro trabajo?

En la comunidad de creyentes, ¿cómo podemos aportar más?

En nuestra relación con Dios, ¿qué podemos mejorar?

Dios nos ha creado para el amor. La gran respuesta a esta pregunta: ¿qué hemos de hacer?, es ésta: Amar. Olvidarse de uno mismo. Darse cuenta de que el yo no tiene sentido sin un tú; es el “nosotros” el que tiene sentido y nos hace crecer. Estamos llamados a vivir como familia de Dios.
En esta familia, la esperanza es nuestro estandarte. Trabajar por la paz es nuestra gran misión.

2006-12-10

Una voz que grita en el desierto

La voz que despierta

20 siglos después, la Palabra de Dios sigue irrumpiendo en nuestro tiempo llena de significado. El autor sagrado nos sitúa en el contexto histórico de la llamada de Dios a Juan, hijo de Zacarías. Esta lectura es de una enorme vigencia hoy. Dios sigue penetrando con su palabra en nuestra sociedad, apelando a los cristianos y a las personas que creen.

Juan Bautista recorría toda la región predicando un bautismo de conversión para los pecados. Su misión es ir calentando el corazón de las personas para el momento decisivo. La Palabra de Dios ya es penetrante por sí misma, pero su venida a nuestro corazón requiere que esté totalmente preparado, convertido, limpio para que Dios pueda albergarse en él. Por eso Juan es la voz que grita, potente, para sacudirnos de nuestro letargo.

Una voz grita en el desierto.
Muchas veces necesitamos que alguien grite en el yermo de nuestra existencia y nos haga despertar. Vivimos ensimismados en nuestras cosas y sólo una voz apremiante nos puede interpelar. Preparad el camino al Señor. Allanemos sus senderos, dejemos vía libre, quitemos del alma todo aquello que impide que Dios entre en nuestra vida. Hemos de allanar los senderos de nuestro corazón.

Elévense los valles, desciendan los montes y colinas. El autor sagrado nos está llamando a mirar alto, desde la trascendencia, superando nuestra pequeñez limitada. Nos llama a mirar con anchura de corazón el horizonte inmenso. Contemplemos la vida, los acontecimientos, la naturaleza, a Dios mismo, con toda la amplitud de nuestra mira espiritual.

Lo que está torcido se enderezará. ¿Cuántas veces vamos por caminos errados y retorcidos? Necesitamos abandonar los recónditos parajes de nuestro egoísmo interior que impiden la entrada a Dios. Enderecemos nuestra vida hacia Él. Miremos más allá de nosotros mismos: Dios sigue actuando en nuestra propia vida. ¡De cuántas cosas buenas somos testigos! Podemos admirar la bondad, la justicia, la belleza de tantas personas que, antes que nosotros, han decidido enderezar su vida para dejar de mirarse a si mismas y mirar hacia afuera, personas que han apostado por algo hermoso, como lo es la misión de evangelizar. En ellas, hasta lo más escabroso se nivela.

¿Con qué fin hacía todo esto Juan Bautista, el más grande entre los judíos pero el más pequeño de los cristianos, porque todavía no lo era del todo? Con el único fin de que todos vieran la salvación de Dios. Este es el gran cometido de la Iglesia: que todo el mundo pueda descubrir a Dios. La misión de la Iglesia es que las gentes puedan descubrir el sentido trascendente de su vida y saborear el amor de Dios. En definitiva, que todos puedan ser salvados por la infinita misericordia de Dios Padre.

Una misión para hoy

Aquellos que nos nutrimos de la Eucaristía, alimentándonos del pan de Cristo y de su sangre, también tenemos la misión de allanar los corazones de la gente. Pero, para poder hablar, primero hemos de creer nosotros, disponiendo nuestro corazón y toda nuestra vida ante Dios. Es así como nos convertiremos en voces que gritan en medio de la sociedad estéril y fría, invitando a las gentes a abrir su corazón. Los cristianos hemos de ser esas voces que denuncian lo que es injusto y que predican el inmenso amor de Dios. Voces entusiastas, creativas, con ilusión. Si nos faltan las ganas de trabajar y el entusiasmo, no saldrá la voz potente que habla del amor de un Dios que nos ama.

La palabra de Dios, que es preciosa, nos entra como una miel deliciosa y exquisita, pero, una vez la tenemos dentro, se vuelve exigente. Seamos precursores de nuestro tiempo, como Juan Bautista, aunque el mundo aparezca como un desierto árido, seco y escabroso. La sociedad necesita rejuvenecerse espiritualmente. Y depende de nosotros que la Iglesia aporte esa semilla de renovación y de vida plena a todas las gentes.

2006-12-08

María Inmaculada

Llena de gracia

En esta fiesta que celebramos, de la Concepción Inmaculada de María, quisiera centrarme en algunas palabras del hermoso diálogo entre la Virgen y el ángel.

El ángel Gabriel la saluda con estas palabras: “María, llena de gracia”. ¿Por qué se produce este encuentro? Porque María está llena de Dios. Su corazón se abre al don del Espíritu Santo y es fecundada por él.

Podemos trazar un paralelo entre la figura de María y la Iglesia. Al igual que la Virgen, la Iglesia está en manos del Espíritu Santo y debe abrirse continuamente a él. El Espíritu nunca deja de actuar, aún hoy. A pesar de sus errores históricos, a pesar de las luchas y del descrédito que recibe, la Iglesia subsiste y sigue viva porque el soplo del Espíritu Santo sigue alentándola. “El Señor está contigo”, dice el ángel a María. También está con la Iglesia, y continua fecundándola.

María y Eva

Las lecturas de hoy comparan a dos mujeres: el libro del Génesis nos habla de Eva, que, seducida por la serpiente, rompe su pacto de amistad con Dios y es expulsada del Edén. El nuevo testamento nos presenta a María, en contraposición, como la mujer que sella una alianza imperecedera con Dios.

Eva desconfió de Dios. Esta pérdida de confianza la hizo perder el paraíso. En cambio. María cree y se fía de Dios. Y se convierte ella misma en el paraíso de Dios. Sus entrañas serán el cielo que albergará al Hijo.

La encarnación de Dios viene por una mujer. Con ella, toda mujer queda potenciada y el género femenino es enaltecido. ¡Qué trascendencia tan grande en una palabra tan pequeña, en un sí!

La oración de la presencia

María no hace grandes cosas ni destaca por hechos llamativos. Pero su gran hazaña es que está, ahí donde tiene que estar. Por eso el Espíritu Santo la encuentra. María sabe estar ante Dios, en oración y en silencio. Sabe estar donde tiene que estar y cuando tiene que estar. Qué gran lección para todo cristiano. A veces nos afanamos por hacer mucho, cuando tal vez la primera misión es saber estar allí donde tenemos que estar, con presencia abierta y receptiva.

Y Dios fecunda la vida de María. En los planes de Dios, no sólo interviene la voluntad humana, sino su fuerza divina. María pregunta, “¿Cómo será esto, pues no conozco varón?”. Al igual que María, muchos podemos preguntarnos cómo será posible que Dios haga fructificar nuestra vida, nuestros esfuerzos. Pero nuestras limitaciones y nuestro egoísmo no son obstáculo para Él. Nada hay imposible para Dios. Quien se abre a él ve cómo su vida se inunda de belleza y, en su momento, dará frutos.

Servir es reinar

Las palabras de María, “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, merecen una explicación. En su respuesta debe leerse su total aceptación y disponibilidad para cumplir la voluntad de Dios. La palabra “esclava” no ha de interpretarse como signo de esclavitud. Nada más lejos de Dios que querernos esclavos. Él siempre cuenta con nuestra libertad, y de ahí que la encarnación venga precedida por este diálogo entre el ángel y la joven María. Dios espera el sí libre y decidido de la Virgen. Por “esclava” debemos leer una actitud de entrega y de servicio. María se pone a entera disposición del Señor. Como Jesús, su Hijo, quien dijo tantas veces que “el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida”. Pues en el Reino de Dios, el primero es el último y se arrodilla para servir. Quien reina, sirve. Es así como María, siendo servidora de Dios, se convierte en Reina en el cielo.

2006-12-03

Adviento, tiempo de esperanza

Apocalipsis interior

Leemos en el evangelio de Lucas hechos apocalípticos que no dejan de recordarnos la situación de los tiempos presentes. El caos se apodera del el universo, se adueña de nuestro corazón y nos invade por dentro. Pero, más allá de la literalidad del texto, más allá de los temblores de la tierra y de la caída de los astros, mucho más hondamente, tiembla nuestra alma, se sacude nuestro corazón y rebrotan nuestras inquietudes. Hoy, podemos hablar de profundas crisis en las relaciones personales, en las familias, en el mundo político, económico y cultural...

En nuestro corazón también se dan apocalipsis, luchas interiores que nos acongojan, como si el Sol se apagara dentro de nosotros. Recordemos las noches oscuras de San Juan de la Cruz, o la agonía del propio Cristo ante la inmediatez de su pasión.

Cuando se produzca todo esto, dice Jesús, levantaos y alzad la cabeza, porque llega el momento de vuestra liberación. Frente a este caos, es importante asumir el conflicto interior y levantar la mirada.

Adviento, tiempo de esperanza

La Iglesia, sabia pedagoga, aprovecha este tiempo de Adviento, de espera, para tomar el pulso a nuestra esperanza. El cristiano está llamado a vivir la esperanza, una virtud teologal que debe convertirse en actitud vital.

En este marco del Adviento, la espera se convierte en preparación. No esperamos algo, sino a alguien. De la misma manera que con cada cambio de estación hacemos modificaciones en nuestro hogar, cambiamos la decoración, preparamos la casa para el invierno, en esta época del año también hemos de adecuar nuestro corazón, vistiéndolo con el color de la esperanza. Aquel a quien esperamos es Jesús, el que culmina todos nuestros deseos y expectativas.

Educar para la esperanza

La esperanza no es un estado psicológico, sino una actitud –una virtud –que pide ser trabajada y ejercida. Una persona sin esperanza es alguien sin ilusión, sin metas, sin sueños… Tener encendida la esperanza nos da un norte. Hemos de esperar en la humanidad, esto es, en quienes nos rodean: en nuestros familiares, en los amigos, los sacerdotes en sus feligreses, los maestros en sus alumnos, los empresarios en sus trabajadores, los políticos en los ciudadanos… Para ello se necesita saber esperar, tener paz interior, confianza, paciencia y comprensión con los ritmos vitales de las personas.

La crisis de la esperanza

En cada etapa vital se dan profundas crisis de fe, esperanza y caridad. La crisis de la fe es propia de los jóvenes y adolescentes, la crisis del amor se da agudamente en la ancianidad y, a su vez, la crisis de la esperanza es propia de la edad adulta. Es en esta etapa, llegada la adultez, cuando surge esa duda angustiosa: todo aquello por lo que hemos trabajado y luchado, todo aquello que creíamos, parece haber sido inútil o parece haber llegado al fracaso. ¿Es realmente así?

No. Si hemos luchado y trabajado con empeño porque creíamos en ello, sin esperar otra compensación a cambio, nunca es un fracaso.
¿Cómo superar la crisis de esperanza?

Cuando esto suceda, nos encontramos ante el reto de demostrar que realmente somos cristianos y que esperamos, contra toda esperanza. Es el momento de aprender a manejar el conflicto interior, que sólo se resuelve delante de Dios. Sólo con Él llegará la liberación. Instalarse en la esperanza nos libera de la apatía, de la desconfianza, del abatimiento. Es entonces cuando nace la madurez espiritual. Cuando alguien es capaz de asumir y dar un sentido trascendente a su dolor, ese hombre, esa mujer, o esa comunidad está creciendo y camina hacia el reino de Dios Padre.

2006-11-26

Cristo Rey, la renuncia al poder


34 Domingo Tiempo Ordinario - A


Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. Mateo 25, 31-46

Un reino diferente


En el contexto de la Pasión, Pilatos, inseguro y presionado por el pueblo judío, le pregunta a Jesús si él es rey. En ese momento de dolor, camino hacia la cruz, Jesús contesta de una manera trascendida. En esa respuesta refleja la clave de su misión: Mi reino no es de este mundo

Está claro que su misión es eminentemente espiritual. El trabajo apostólico de Jesús es anunciar, incluso asumiendo la muerte, el reinado de Dios, un reinado que va más allá de los criterios lógicos de este mundo. En él se asume una concepción del mundo basada en el amor y en el servicio a los demás. Una visión que para muchos puede llegar a ser contradictoria y opuesta a la tendencia actual; una visión que llega a cuestionar los poderes fácticos, fundamentados en el egoísmo y en el enriquecimiento personal. 

 La ambición, llevada al límite, es el reino de las tinieblas. El reinado de Dios es un reinado de luz, de amor, de vida, donde el pobre y el desvalido, los que sufren, los humildes, son especialmente amados. En este reinado ellos son los preferidos del rey. Éste dobla su rodilla para poner su corona a los sencillos de corazón. Es un rey que asume su propia muerte para salvar la humanidad. Un rey que no tiene nada, que lo entrega todo, hasta su propia vida. La salvación es la misión de Cristo, Rey del universo. Es rey también de nuestro mundo, donde reina para siempre, si nos abrimos a él. 

Una pedagogía de la libertad 


En este diálogo, Jesús interpela a todos los gobernantes y personas con cargos de responsabilidad. En el reino de Dios se da una renuncia a todo poder. Como consecuencia, es un reinado basado en la libertad. Jesús es un rey que no se arma, no tiene ejércitos, ni propiedades ni territorios. Su único territorio es el corazón de cada persona. 

En el reino de Dios no se producen luchas ideológicas, sino que impera el servicio, la entrega, la generosidad. El poder, allí donde se forja, acaba siendo corrupto, incluso dentro de la propia Iglesia o en otros ámbitos, donde adopta aspectos muy subliminales: en la familia, entre los matrimonios, en el mundo de la empresa... El poder es, de alguna manera, querer jugar a ser dioses, dominando todo y a todos. 

Cristo nos propone abandonar toda ambición de poder. El Dios "todopoderoso" sólo lo es en el amor. Jesús no necesita el poder. En cambio, es el poder quien lo mata. Porque toda clase de poder lleva consigo la muerte. La renuncia al poder es vida, libertad, donación. Jesús así lo demostró. Fue profundamente libre, hasta para entregar su vida por amor. Cristo Rey se convierte en el gran pedagogo de la libertad y nos invita a seguirlo: nos invita a abandonar el poder y a aprender a ser libres. Porque la renuncia al dominio nos da una enorme libertad interior y la alegría sana e inagotable de saber que no tenemos nada, nada nos ata ni atamos a nadie; sólo nos resta el amor y la libertad para entregarnos.

2006-11-19

Llamada a la esperanza

Con un tono apocalíptico, Jesús se dirige a los suyos. En el fondo, Jesús nos está comunicando que, por encima de todas las calamidades y dificultades, siempre sale el sol de la esperanza. Después de un crudo invierno llega la suavidad de los colores de la primavera.

Muchas veces, en nuestra vida, podemos sentir angustia, vemos cómo nuestros grandes valores parecen perder su brillo y toda nuestra existencia se tambalea. El evangelio de hoy nos llama a tener serenidad y confianza en Dios. Ni un átomo del universo se mueve sin que él lo quiera. Él está con nosotros.

Pero, más allá de una lectura existencial, Jesús nos quiere decir algo más hondo. Podemos extraer la dimensión moral y espiritual de sus palabras. Para muchos sociólogos y sicólogos el mundo atraviesa una crisis de valores. Se multiplican problemas como el deterioro del medio ambiente, la desigualdad económica entre el norte y el sur, la corrupción política, el neoliberalismo exacerbado, el terrorismo, las injusticias hacia los más pobres, la falta de visión ética de los gobernantes… ¿No creemos que el universo de nuestras estructuras y organizaciones se está derrumbando?

En Dios superamos las dificultades

Una falta de visión moral sobre nuestros actos provoca situaciones límite, incluso más. Si todo va hacia el abismo, es porque en el fondo queremos apartar del mundo a aquel que lo ha erigido: el mismo Dios. Por respeto y amor a la libertad del hombre tal vez Dios se aparte sigilosamente, permitiendo que ocurran estos acontecimientos y las consecuencias a veces catastróficas de sus actos. Ni los cielos artificiales, ni la ciencia ni la tecnología pueden quitar el sitio a Dios. Cuando nos apartamos de la luz, todos quedamos en las tinieblas y nos precipitamos hacia el vacío. Pero, a pesar de todo, a todos aquellos que aman Dios nunca los dejará de lado. Él siempre aparecerá entre las nubes del egoísmo para darnos esperanza.

2006-11-12

El óbolo de la viuda

El valor del sacrificio

Una de las características más importantes para educar e instruir es la capacidad de observar. Jesús sabe ver, meditar, interiorizar y comunicar, aspectos muy importantes de un pedagogo. En esta ocasión Jesús observa a la gente y sus actitudes delante del arca de las ofrendas. Y aprovecha las circunstancias para asentar doctrina. Se percata de que muchos echan enormes cantidades de dinero y, sin embargo, una anciana, viuda, echa unas pocas monedas. Jesús rápidamente se da cuenta de que, pese a ser poco, es todo cuanto tenía. Jesús señala a sus discípulos el valor del gesto de aquella anciana. Su generosidad es más auténtica y sincera que la de aquellos que echan sin esfuerzo alguno, dando de aquello que les sobra. Para Jesús no hay que donar lo que a uno le sobra, sino algo más, que implique un poco de sacrificio y hasta renuncia por aquello que crees. En el esfuerzo se encuentra el sentido último de la generosidad y de la solidaridad.

Ese poquito esfuerzo de muchos podría, hoy, ayudar a cubrir muchas necesidades de la Iglesia. Muchos somos los creyentes y la Iglesia aún está muy carente. Necesita de nuestro tiempo, de nuestro dinero y de nuestra libertad para extender el Reino de los Cielos.

La recompensa de la generosidad

La historia de la primera lectura, del profeta Elías, nos muestra otro acto de generosidad, casi heroico. La viuda de Sarepta que acoge al profeta en su casa es una mujer pobre. Apenas tienen para comer, ella y su hijo. Y, no obstante, Elías le pide que le amase un panecillo para él y que tenga confianza en Dios. Ella así lo hace, y ve cómo las palabras del profeta se cumplen. Jamás faltará la harina en su hogar ni el aceite en su alcuza. Dios es providente con aquellos que han sabido ser generosos y han dado, aún de lo que les hacía falta.

Podríamos trasladar esta bella historia a nuestra realidad de Iglesia hoy. Todos nos sentimos conmovidos ante el desprendimiento de la viuda de Sarepta. Ese gesto nos invita a hacer lo mismo.

Vemos a nuestro alrededor muchas necesidades, que la Iglesia, en sus múltiples apostolados y obras sociales, intenta buenamente cubrir. Ante todo, en la Iglesia encontramos el mayor alimento que nos da fuerzas y alienta nuestra vida interior: el mismo Dios. Y Dios nos lo ha dado todo. Cuanto tenemos es un don suyo: la vida, la inteligencia, nuestro trabajo, nuestra familia, nuestra prosperidad mayor o menor, nuestro pan de cada día... ¡Todo, finalmente, nos lo ha dado Dios!

¿Qué podemos darle a él? Toda ofrenda será pequeña. Pero él no mirará su cuantía, sino el valor que le hemos dado. Cuando Dios forma parte importante de nuestra vida, cuando sentimos que su familia -la Iglesia- es nuestra familia, y se convierte en una realidad entrañable e imprescindible, no podemos dejar de ser generosos. La medida del esfuerzo, del pequeño sacrificio, del amor con que donemos nuestra aportación, será la medida de nuestro auténtico amor y compromiso con Él.

Hasta la persona más pobre puede dar su óbolo, su pequeño talento, para ayudar a la Iglesia, para contribuir a la obra de Dios en el mundo. Y Dios vela por aquellos que son generosos, respondiendo con el ciento por el uno. No hay acto de desprendimiento realizado con amor que no quede recompensado.