Día de Navidad
«En
el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la
Palabra era Dios». Jn 1, 1.
Dios es comunicación y vida
El evangelio de Juan comienza con este himno de la palabra,
o del verbo, identificándolo con Dios. Jesús es la palabra de Dios. Una palabra
que se convierte en verbo, en acción. Y esta acción es donarse, entregarse por
amor. La comunicación más directa entre el ser humano y Dios Padre es el mismo
Cristo.
En el principio ya
existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
Con esta frase, Juan quiere expresar que desde el principio Jesús estaba en el
corazón de Dios Padre. Pero Dios también habitaba en Jesús.
En la palabra había
vida, y la vida era la luz de los hombres. La comunicación es vida. La
palabra de Dios contiene vida en sí, transforma al ser humano, penetrando hasta
lo más hondo. No es una palabra muerta, vacía o frívola. En la medida en que
nos abrimos, esta palabra va haciendo mella en nosotros y nos convierte.
De espaldas a la luz
La luz brilla en la
tiniebla y la tiniebla no la recibió [...] al mundo vino, y en el mundo estaba […] y el
mundo no la conoció. Vino a su casa y los suyos no la recibieron.
Cuánta gente aún desconoce a Dios. Y muchos incluso lo
rechazan, negándose a conocerlo. Nuestra misión como cristianos es ser rayos de
luz, faros que iluminan esa frontera oscura donde mucha gente vive en el arcén,
ansiando ver.
El hombre y la mujer de hoy buscan el éxito sin Dios,
descartando su presencia. En cambio, Dios quiere contar siempre con el ser
humano. Lo convierte en su compañero, aún más: lo hace hijo suyo. Quiere
confiar y compartir con él su tarea creadora. Se arriesga al rechazo y a la
negación, porque ama apasionadamente a su criatura y busca su amor.
Dios desea enamorarnos
Pero a cuantos la
recibieron, les da poder para ser hijos de Dios... Y la palabra se hizo carne y
acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo
único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Aquellos que acogen la Palabra tendrán vida eterna. Los
humildes de corazón, los que esperan, los que confían, a ellos se les da la
plenitud. El Padre comparte su gloria con el Hijo.
Cuando nos abrimos, también compartimos con él la gracia de
Dios. Siendo tan frágiles, apenas motitas de polvo en el abismo, Dios se
enamora de nosotros. Nos seduce con pasión y con delicadeza a la vez.
Incansable, nos llama a su cálida presencia. Ansía conquistarnos para saborear
con él su gloria.
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