2012-12-29

La primera escuela


Festividad de la Sagrada Familia

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Lc 2, 41-45.

La familia, clave para la cohesión social

La familia de Nazaret se convierte en un ejemplo para todas las familias del mundo y nos muestra la gran importancia de la institución familiar para el futuro de los niños y los jóvenes.

La familia es el primer espacio donde una persona crece, se desarrolla y se educa. En ella aprende sus valores, se ejercita en la convivencia y aprende a escuchar, a dialogar, a ser comprensiva y solidaria. Es la primera escuela, y la más importante, para la formación de los futuros ciudadanos. Los niños transmiten aquello que reciben en su hogar. Por eso es tan importante que en la familia haya armonía y, sobre todo, mucho amor.

Hoy día vemos que la institución familiar es cuestionada. Sociólogos y psicólogos hablan de la crisis de la familia. Los gobiernos, con diversas leyes, pretenden cambiar el concepto de familia, equiparándola a otras realidades humanas muy distintas. Al mismo tiempo, vemos cómo crecen graves problemas, como la violencia doméstica, en las calles y en las aulas; la droga, las adicciones y una gran desorientación entre los jóvenes. Todas estas problemáticas son en buena parte consecuencia de la inestabilidad familiar. Deberíamos ser muy conscientes del beneficio que una familia sólida y unida puede aportar a la sociedad. Si en ella se cultivan el respeto, el diálogo y la comprensión se pueden evitar muchos de estos males. Las familias equilibradas son pilares y agentes de cohesión social.

Qué se aprende en familia

Los hijos se alimentan del amor de sus padres. Una relación de pareja armoniosa, llena de afecto, ofrece un inmenso caudal de valores a los hijos. Les permitirá crecer y, un día, emprender su propio camino.

Es importante que en familia se viva la concordia, la coherencia, la transparencia y el diálogo. Es en familia donde mejor se pueden adquirir la capacidad de convivencia y el sentido de responsabilidad ante los demás.

Abandonar el afán posesivo

Los padres deben tener muy claro que los hijos, además de ser hijos suyos, ante todo, son hijos de Dios. Como Ana, la madre de Samuel el profeta, deben saber ofrecer a sus hijos a Dios y a la vida. No son meramente fruto de su unión biológica, sino fruto de la historia y de la vida de Dios que fluye a través de la humanidad. Por tanto, llegado el momento, deben propiciar que los hijos vuelen y lleven a cabo sus propios proyectos, aunque éstos sean muy diferentes de aquello que los padres deseaban, o los puedan llevar por caminos muy diversos.

Este momento de separación es duro y a veces difícil de sobrellevar, pero tanto padres como hijos deben estar preparados para dar el salto. Si en la familia ha habido respeto, amor y diálogo, la separación será menos traumática y podrá superarse. La relación entre padres e hijos entrará en una nueva dimensión, de libertad y amistad.

La otra gran familia: la Iglesia

Tan importante como la familia de sangre es la familia espiritual: la Iglesia. Esta familia también nos llama y pide nuestra entrega y dedicación. La comunidad cristiana es nuestra otra gran familia. Y también requiere de amor, generosidad, diálogo y comprensión. Nos pide una parte de nuestro tiempo y nuestros esfuerzos. Es importante que los cristianos fortalezcamos nuestras comunidades, allá donde estemos. ¿Cómo podemos ser familia cristiana si no nos saludamos, si no nos preocupamos unos por otros? ¿Qué comunidad somos si no conocemos los nombres unos de otros?

La familia espiritual está unida por algo aún más fuerte que los vínculos de la sangre: es Jesús quien une a todos los cristianos. Es una familia sin territorios, pero con un gran corazón.

La familia de Nazaret, un ejemplo vivo

Aprendamos de la familia de Nazaret. Cada uno de sus miembros nos da un magnífico ejemplo, tanto para vivir en la familia carnal como en la Iglesia.

Aprendamos la entrega decidida de María, su apertura a Dios, su valor, su confianza. Aprendamos de la discreción y la humildad de José, siempre atento, siempre velando por el bien y la seguridad de su familia. Y, finalmente, aprendamos de Jesús, nuestro mejor maestro. Obediente a sus padres, no descuidó su gran familia espiritual ni renunció a su vocación. Era muy consciente de que, por encima de sus padres terrenales, su Padre era Dios. Y, como dijo a María y a José en el templo, “también debo ocuparme de los asuntos de mi Padre”. El deber familiar no fue obstáculo para que Jesús viviera plenamente su filiación divina y se lanzara a construir esta otra gran familia de la que todos formamos parte: la Iglesia.

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