«Cuando
llegaron al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí. […] A la
hora sexta, las tinieblas cubrieron toda la tierra hasta la hora nona, se oscureció
el sol y el velo del templo se rasgó por medio. Jesús, dando una gran voz,
dijo: Padre, en tus manos entrego mi espíritu. Y diciendo esto, expiró. Al
verlo, el centurión glorificó a Dios, diciendo: Verdaderamente, este era Hijo
de Dios». Lc 22, 14 - 23, 56.
Jesús muere hoy
En el comienzo de la Semana
Santa , la lectura de la Pasión nos sitúa ante la muerte de
Jesucristo. Meditar en ella nos recuerda que Jesús sigue muriendo hoy. Hoy
sigue habiendo Pasión en el mundo, especialmente en la vida de todos aquellos
que sufren. Jesús muere en los niños abandonados, maltratados, hambrientos de
amor. Muere en los adolescentes sin norte, en los jóvenes sin futuro. Muere en
los adultos que deben recomenzar de nuevo, porque han perdido el trabajo o han
sufrido un contratiempo en sus vidas. Muere en los ancianos solos y
abandonados...
¿Quién no se apiada ante la imagen de Cristo en la cruz?
¿Quién será incapaz de compadecerse ante una persona que sufre? No conmoverse
ante el rostro del dolor es vivir indiferente, a espaldas de los que padecen.
No conmoverse ante la Pasión es cerrar el corazón y hundirse en la vaciedad.
En este mundo que rinde culto a la ciencia y a la
tecnología, donde parece que lo tenemos todo, nos falta, sin embargo, algo muy
profundo. El mundo sufre de una enorme falta de esperanza. El dinero, el
bienestar y la ciencia no acaban de llenar el anhelo humano. El hombre y la
mujer necesitan mirar las cosas desde arriba para poder dar sentido a su
existir.
Aceptar el dolor con paz
Jesús clavado en la cruz es la máxima expresión del amor de Dios y de
su entrega. Por amor, libremente, asume su muerte tan injusta. Esa libertad
conlleva una aceptación serena y pacífica del dolor. La Pasión de Jesús
contiene una enseñanza pedagógica: aprender a aceptar el sufrimiento. Jesús no
muere en medio de la desesperación, su agonía no es rebelde ni agresiva. Se
deja llevar, abraza su muerte y abraza el dolor. Se abandona en manos del
Padre.
Cuando miramos al Crucificado, su rostro sangrante nos está
enseñando cómo asumir el dolor cuando este nos sobreviene.
La cruz, señal de un nuevo comienzo
La muerte de Jesús no es un final trágico. El Calvario marca
el inicio de una nueva experiencia. Cristo, trascendiendo el dolor y la muerte,
comienza una nueva singladura.
El cristiano también ha de recorrer un catecumenado largo e
intenso durante su vida, hasta alcanzar la madurez en la fe, en la esperanza y
en la caridad. Ha de morir al hombre viejo para renacer al hombre nuevo. Esta
es la auténtica muerte. Expiramos con Cristo en la cruz para poder renacer a
una nueva vida de Dios.
Acompañar a Jesús
Jesús entra en Jerusalén como rey sencillo y pobre. No lo
hace a lomos de un caballo, como un conquistador, sino a lomos de un borrico,
humilde y pacífico. Y la multitud canta de alegría cuando lo ve llegar.
Así como los suyos lo seguían en su entrada triunfante en
Jerusalén, hoy también nosotros lo seguimos agitando ramos y palmas. A lo largo
de la Semana Santa ,
a través de las procesiones y celebraciones, los cristianos acompañaremos a
Jesús. Estas fiestas no deben reducirse a rituales repetitivos, meramente
estéticos. Hemos de interiorizar su contenido.
La procesión simboliza el seguimiento a Jesús. En los
apóstoles se da un doble seguimiento. Está el seguimiento físico, es decir,
caminar con él, por toda Palestina, viviendo con él, compartiendo con él las
experiencias de cada día. Y hay otro seguimiento interior, el proceso personal
que va desde la llamada hasta la adhesión, a medida que los discípulos
descubren el misterio de Dios en la persona de Jesús.
Los cristianos estamos llamados a vivir este seguimiento
interior. Vivamos la Semana Santa
como una gran interpelación. En ella recordaremos los momentos cumbre de la vida de Jesús.
Que cada cuadro plástico, cada paso procesional,
cada lectura, nos lleve a revivir con hondura los
acontecimientos de la Pasión.
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