«El
día primero de la semana, María Magdalena vino muy de madrugada, cuando aún era
de noche, al monumento, y vio quitada la piedra del sepulcro. Corrió y vino a
Simón Pedro y al otro discípulo a quien amaba Jesús, y le dijo: Han tomado al
Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
[…] Ella, creyendo que era el hortelano, le dijo:
Señor, si le has llevado tú, dime dónde le has puesto, y yo le tomaré. Le dijo
Jesús: ¡María! Ella, volviéndose, le dijo en hebreo: ¡Rabbuní!, que quiere
decir: ¡Maestro!».
Las
mujeres, primeros apóstoles
Tras la muerte de Jesús, los discípulos quedan sumidos en la duda y en la desolación. Pero,
en la madrugada del primer día de la semana, las mujeres que lo siguen van al sepulcro. Allí encuentran la tumba abierta y al ángel que les
anuncia que su Maestro no está allí. Ha
resucitado.
María Magdalena, la que fue rescatada por Cristo, es la
primera a quien se aparece Jesús. Es significativo que el autor sagrado reseñe
esta primera aparición a una mujer.
En aquella época, la palabra de las mujeres no tenía crédito alguno ni era válida ante un juicio. Y, sin embargo, la fe cristiana descansa en el
testimonio de unas mujeres valientes.
María Magdalena mantenía una pequeña luz en su interior,
pese a la oscuridad que la invadía. Aún amaba. Y esa llamita creció hasta
convertirse en el sol cuando Jesús le salió al camino.
Después de ese encuentro, María echa a correr para ir a
buscar a los discípulos. Es así como se convierte en apóstol
de los apóstoles. Ella es portavoz de la noticia más importante del Nuevo
Testamento: una mujer es la que comunica a los varones la buena nueva de la
resurrección.
La resurrección, pilar del Cristianismo
María asume la autoridad de Pedro en el grupo. Va a encontrarse
con Pedro y con Juan, sabiendo que son los que gozan de mayor confianza con el
Maestro. Ellos corren al sepulcro, se asoman y ven la tumba vacía. Como nos
relata el evangelista, el discípulo amado «vio y creyó». Desde ese momento, sus
vidas darán un vuelco.
El acontecimiento pascual marca el origen del Cristianismo.
La fe cristiana se asienta en la resurrección de Jesús. «Vana sería nuestra fe
si Cristo no hubiera resucitado», recuerda san Pablo. La resurrección es el
fundamento, la piedra angular, la roca granítica que soporta nuestra fe.
Gracias a Jesucristo, hoy podemos
experimentar, ya aquí, en la tierra, una primera vivencia de resurrección.
Podemos paladear la eternidad. Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. A
través del bautismo, todos morimos y resucitamos. El encuentro con Cristo vivo
en cada celebración eucarística nos introduce en la vida de Dios. Y en la
liturgia pascual celebramos esa Vida con mayúsculas. Somos partícipes de esa
gran experiencia. La Pascua
nos prepara para el definitivo encuentro con Jesús en el Paraíso.
Una experiencia que transforma
Está vivo.
Es una afirmación rotunda que sale del corazón. No todo se acaba en la
vulnerabilidad, en la limitación, en la levedad del ser. No todo finaliza con
la muerte. Cada encuentro con Jesús es una resurrección.
Los cristianos hemos de ser cristianos pascuales. Vivir la experiencia de Cristo nos transforma
el rostro, la mirada, el cuerpo… Toda la vida queda traspasada por esos
destellos que inundan el corazón humano. La piedad popular insiste en una
devoción del Viernes Santo, pero hoy, Domingo de Pascua , es
el día más importante para el cristiano. Hoy las iglesias deberían rebosar. ¡No
es un domingo cualquiera! En este domingo, todos somos testigos de la
experiencia sublime de la resurrección.
No lo hemos visto, pero tenemos la certeza. Esta experiencia
pasa por el corazón, no se puede medir ni evaluar científicamente. Fue esto lo
que cambió el corazón de los discípulos. De ser hombres atemorizados y dubitativos pasaron
a ser líderes entusiastas, que difundirían una nueva religión de alcance
mundial. Esta es la grandeza de la Iglesia. Los primeros apóstoles eran hombres y
mujeres como nosotros, gente corriente y limitada, pero que se abrieron al don de Dios.
Esta noticia no puede dejarnos indiferentes. Puede cambiar
nuestra vida. Hemos de
salir de esta celebración radiantes. El sol inunda la
oscuridad del ser humano para transformar su vida.
Dios nos brinda su mayor regalo: una vida nueva, regenerada
y lavada del pecado. La muerte da paso a la vida, la oscuridad se convierte en
la luz; el odio se transforma en amor; de la noche pasamos a un cielo iluminado
por el Sol de Cristo.
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