2013-03-15

La mujer adúltera


«Los escribas y fariseos le trajeron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante delito de adulterio. En la Ley nos ordena Moisés apedrear a estas; tú, ¿qué dices? […] Como ellos insistieran, Jesús se incorporó y les dijo: El que de vosotros esté libre de pecado, arroje la primera piedra».

Una situación comprometida

Jesús ve ya próxima su pasión y se retira al monte de los Olivos para orar. Necesita meditar sobre el sentido de su donación, que pasa inevitablemente por la muerte. Al amanecer, sereno y lleno de Dios, acude al templo para instruir a su pueblo. Es en este momento cuando los fariseos y los escribas aprovechan para traerle a una mujer sorprendida en adulterio. Quieren comprometerlo, haciendo referencia a la ley y la tradición judías. La dureza de los fariseos está lejos de entender la misericordia de Dios. Acusan a la mujer y quieren condenarla a morir. Jesús, compadecido de ella, responde con una táctica inteligente a la tendenciosa pregunta y les da una respuesta lapidaria: «Quien esté libre de culpa que tire la primera piedra».
Llenos de odio y de rencor, los fariseos y los escribas reconocen, a regañadientes, que en ellos también hay pecado. Y se alejan, uno a uno. Los acusadores no soportan la franqueza de su oponente y lo dejan solo con la mujer. Entonces Jesús ejerce el ministerio del perdón. Tiene piedad de la mujer adúltera y la perdona. Con un talante dulce y exigente a la vez, le pide que no peque más. Es un fiel reflejo del corazón compasivo y ardiente de Dios, que nos invita a vivir llenos de su gracia y de su amor.

El legalismo religioso

En esta intensa lectura, Jesús se nos muestra como un hombre libre respecto a la ley. Por encima de la rigidez legal, antepone el bien de la persona. También hay en su respuesta una apelación a la coherencia. Muchas veces guardamos una extremada dureza en el cumplimiento de la ley, pero en cambio se nos escapan otras actitudes de delicadeza, comprensión y misericordia. La ley debe estar al servicio de la persona, este es el mensaje de Jesús.

Contra el machismo judío

El mundo semita marginaba a la mujer. En esa cultura, como en otras tantas, las mujeres sufrían las consecuencias de un menosprecio social. Muchas conductas que hoy consideramos moralmente reprobables eran permitidas a los varones, por el hecho de ser hombres y, en cambio, eran condenadas en la mujer. Jesús sale a favor de la mujer. En esta ocasión, la defiende porque está en una situación débil y vulnerable. Pero también la defiende porque para Él es digna y valiosa, igual que el hombre. Jesús rompe con esa tendencia machista y apuesta por el valor de lo femenino y la paridad en la dignidad de ambos sexos.

Otra concepción de la ley

La ley es el amor: esta es la gran revolución de Jesús. No hay ley que valga por encima de la dignidad de la persona. La ley no lo justifica todo. Este mensaje de Jesús es especialmente actual hoy, cuando la legislación se politiza para servir a diversas ideologías. Muchas veces se quieren justificar leyes y decisiones apelando a los sentimientos humanitarios, jugando con la buena fe de las gentes, para favorecer intereses ocultos de grupos de poder. Jesús, en la cruz, muestra la máxima expresión del amor y de la libertad, que la ley ha intentado aniquilar. Toda ley que trata de suprimir la vida de un ser humano no está fundamentada en valores religiosos. La vida es un valor supremo; si la ley no está al servicio de las personas y de su dignidad, se convierte en un instrumento de dominación.

El perdón, muestra del mayor amor

Una de las características que distingue a los cristianos es el perdón. Quien ama perdona sin límites, como recuerda san Pablo en su carta a los Corintios. «Porque mucho has amado, mucho se te perdona», son las palabras de Jesús a la mujer pecadora que le unge los pies.

A la mujer adúltera, que buscaba el amor tal vez de manera un tanto frívola y errada, Jesús le enseña el amor incondicional y verdadero. La mujer conoce la pureza del amor auténtico con el perdón de Jesús y queda restaurada. Libre de su condena, se siente amada y perdonada, a punto para empezar una nueva vida. El perdón regenera y da fuerzas para recomenzar.

Finalmente, Dios es el único libre de pecado y de culpa. Jesús, pudiendo condenar, no lo hace. La Iglesia, los cristianos, tampoco podemos juzgar ni condenar a nadie. Hemos de ser misericordiosos y comprensivos, como el mismo Dios. 


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