«Los
escribas y fariseos le trajeron a una mujer sorprendida en adulterio, y
poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en
flagrante delito de adulterio. En la
Ley nos ordena Moisés apedrear a estas; tú, ¿qué dices? […] Como
ellos insistieran, Jesús se incorporó y les dijo: El que de vosotros esté libre
de pecado, arroje la primera piedra».
Una situación comprometida
Jesús ve ya próxima su pasión y se retira al monte de los Olivos
para orar. Necesita meditar sobre el sentido de su donación, que pasa
inevitablemente por la muerte. Al amanecer, sereno y lleno de Dios, acude al
templo para instruir a su pueblo. Es en este momento cuando los fariseos y los
escribas aprovechan para traerle a una mujer sorprendida en adulterio. Quieren
comprometerlo, haciendo referencia a la ley y la tradición judías. La dureza de
los fariseos está lejos de entender la misericordia de Dios. Acusan a la mujer
y quieren condenarla a morir. Jesús, compadecido de ella, responde con una
táctica inteligente a la tendenciosa pregunta y les da una respuesta lapidaria:
«Quien esté libre de culpa que tire la primera piedra».
Llenos de odio y de rencor, los fariseos y los escribas
reconocen, a regañadientes, que en ellos también hay pecado. Y se alejan, uno a
uno. Los acusadores no soportan la franqueza de su oponente y lo dejan solo con
la mujer. Entonces Jesús ejerce el ministerio del perdón. Tiene piedad de la
mujer adúltera y la perdona. Con un talante dulce y exigente a la vez, le pide
que no peque más. Es un fiel reflejo del corazón compasivo y ardiente de Dios,
que nos invita a vivir llenos de su gracia y de su amor.
El legalismo religioso
En esta intensa lectura, Jesús se nos muestra como un hombre
libre respecto a la ley. Por encima de la rigidez legal, antepone el bien de la
persona. También hay en su respuesta una apelación a la coherencia. Muchas
veces guardamos una extremada dureza en el cumplimiento de la ley, pero en
cambio se nos escapan otras actitudes de delicadeza, comprensión y
misericordia. La ley debe estar al servicio de la persona, este es el mensaje
de Jesús.
Contra el machismo judío
El mundo semita marginaba a la mujer. En esa cultura, como
en otras tantas, las mujeres sufrían las consecuencias de un menosprecio
social. Muchas conductas que hoy consideramos moralmente reprobables eran
permitidas a los varones, por el hecho de ser hombres y, en cambio, eran
condenadas en la mujer. Jesús sale a favor de la mujer. En esta ocasión, la
defiende porque está en una situación débil y vulnerable. Pero también la
defiende porque para Él es digna y valiosa, igual que el hombre. Jesús rompe
con esa tendencia machista y apuesta por el valor de lo femenino y la paridad
en la dignidad de ambos sexos.
Otra concepción de la ley
La ley es el amor: esta es la gran revolución de Jesús. No
hay ley que valga por encima de la dignidad de la persona. La ley no lo justifica
todo. Este mensaje de Jesús es especialmente actual hoy, cuando la legislación
se politiza para servir a diversas ideologías. Muchas veces se quieren
justificar leyes y decisiones apelando a los sentimientos humanitarios, jugando
con la buena fe de las gentes, para favorecer intereses ocultos de grupos de poder.
Jesús, en la cruz, muestra la máxima expresión del amor y de la libertad, que
la ley ha intentado aniquilar. Toda ley que trata de suprimir la vida de un ser
humano no está fundamentada en valores religiosos. La vida es un valor supremo;
si la ley no está al servicio de las personas y de su dignidad, se convierte en
un instrumento de dominación.
El perdón, muestra del mayor amor
Una de las características
que distingue a
los cristianos es el perdón. Quien ama perdona sin límites, como recuerda san
Pablo en su carta a los Corintios. «Porque mucho has amado, mucho se te
perdona», son las palabras de Jesús a la mujer pecadora que le unge los pies.
A la mujer adúltera, que buscaba el amor tal vez de manera
un tanto frívola y errada, Jesús le enseña el amor incondicional y verdadero.
La mujer conoce la pureza del amor auténtico con el perdón de Jesús y queda
restaurada. Libre de su condena, se siente amada y perdonada, a punto para
empezar una nueva vida. El perdón regenera y da fuerzas para recomenzar.
Finalmente, Dios es el único libre de pecado y de culpa.
Jesús, pudiendo condenar, no lo hace. La Iglesia , los cristianos, tampoco podemos juzgar
ni condenar a nadie. Hemos de ser misericordiosos y comprensivos, como el mismo
Dios.
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