«Se
acercaban a él todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y
escribas murmuraban, diciendo: Este acoge a los pecadores y come con ellos.
Jesús
les propuso esta parábola, diciendo: ¿Quién habrá entre vosotros que, teniendo
cien ovejas y habiendo perdido una de ellas, no deje las noventa y nueve y vaya
en busca de la perdida hasta que la halle?».
Retrato del corazón de Dios
La narración del hijo pródigo es una de las más bellas
del Nuevo Testamento. Con la figura del padre, Jesús revela las entrañas del
corazón misericordioso de Dios para con su criatura.
El hijo pródigo lo tiene todo junto a su padre, pero este respeta
con delicadeza su libertad, aunque sabe que su decisión los hará sufrir a los
dos. La ruptura lo conmueve, pero deja marchar al muchacho libremente. Y, a
partir de entonces, se asoma cada atardecer para divisar en lontananza si ve
llegar a su hijo. Su corazón está volcado ante su posible regreso.
Por otra parte, el hijo, después de dilapidar su herencia,
siente la necesidad de volver. Echa en falta el calor del padre. Lejos se encuentra
solo y vacío, pensando en todo lo que ha perdido. Para el padre esta separación
solo ha sido un paréntesis. Él espera con ansia la vuelta de su hijo.
El hijo vuelve porque, pese a su orgullo, tiene la certeza
absoluta en su corazón de que el padre lo acogerá de nuevo. Por eso regresa
convencido. Cuando ambos se abrazan, el dolor y el arrepentimiento del hijo se
funden con la profunda alegría del padre. El abrazo acaba en una hermosa fiesta
de reencuentro.
Una historia que se repite
Este relato es una historia que se repite en la humanidad
cada vez que el hombre decide independizarse de Dios y alejarse de Él. El hijo
pródigo es reflejo de aquellas personas que olvidan que todo cuanto tienen es
don de Dios y deciden derrochar su existencia a espaldas de aquel que les ama
sin medida.
Llega un momento, trágico, en que el ser humano se encuentra
desnudo ante su soledad. Todos los bienes que ha disfrutado resultan efímeros y
no sirven para alimentar su alma. Se siente vacío. Conoce su finitud y su miseria,
y pasa hambre. Es una necesidad no solo física, sino de afecto, de sentido, de
esperanza. Quizás una de las hambres más terribles que puede padecer la persona
es no tener un motivo para vivir y luchar cada día, una razón para levantarse,
respirar y agradecer su existencia.
Entonces llega la añoranza de la calidez perdida. Movido por
la sed, el corazón humano puede cambiar su rumbo y regresar a la fuente de la
vida. No todas las personas dan este paso, sino aquellas que saben sincerarse
consigo mismas, abrirse y pedir ayuda. La confianza en la bondad del Padre da
la fuerza necesaria para volver. Es misión de la Iglesia ser fiel reflejo
de la misericordia de Dios. Los cristianos hemos de brindar respeto, tacto y
comprensión. De lo contrario, los alejados de Dios nunca sentirán la confianza
necesaria para acercarse.
La lógica del perdón
Pero, en estas ocasiones, la bondad y la misericordia no
siempre son entendidas. Así, vemos como el hermano mayor siente celos y se
enfada con su padre por lo que ha hecho con su hermano menor. De nuevo se
produce un alejamiento y una ruptura. El que no se había ido, en realidad está
lejos del corazón del padre. Y este vuelve a sentir otro dolor: el de su hijo
mayor, que también lo tiene todo, pero no entiende su amor compasivo. A pesar
de todo, el padre quiere continuar la fiesta. Porque su hijo perdido estaba
lejos y ha vuelto; lo daban por muerto y lo han recobrado vivo.
Los cristianos vivimos en una comunidad, cobijados en el
regazo de Dios. Pero muchas veces tampoco entendemos la lógica de su amor y de
su perdón. Como el hermano mayor, nos creemos privilegiados por ser obedientes
y cumplidores con nuestro deber, y nos erigimos en jueces de los demás, a
quienes condenamos sin miramientos. Hemos de entender que uno de los rasgos
característicos del cristiano es el perdón. Sin reconciliación no puede haber
fiesta ni eucaristía. El perdón, que no lleva cuentas de los agravios, que es
inmensamente olvidadizo, es una de las claves del amor de Dios al ser humano.
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