11º Domingo del Tiempo Ordinario
… una mujer pecadora de la ciudad, luego que supo que se
había puesto a la mesa en casa del
fariseo, trajo un vaso de alabastro lleno de perfume. Y, acercándose por detrás
a sus pies, comenzó a bañárselos con sus lágrimas, y los besaba, y derramaba
sobre ellos el perfume. Viéndolo el fariseo que le había convidado, decía para
sí: Si este hombre fuera profeta, bien conocería quién y qué tal es la mujer
que le está tocando: una mujer de mala vida (…)
Le dijo Jesús: Simón,
¿Ves a esta mujer? (...) Le son perdonados sus muchos pecados, porque ha amado
mucho; pues a aquel a quien poco se le perdona, poco ama.
Lc 7, 36-50
Más allá del cumplimiento de la ley
En el evangelio de este domingo vemos los hermosos gestos de
una mujer ante Jesús. Son gestos de arrepentimiento, pues llora, y también de
ternura: le lava los pies, los besa, los perfuma. El autor nos dice que era una
pecadora, tal vez se trataba de una mujer de la vida, una prostituta. Y Simón,
el fariseo que ha invitado a Jesús, inmediatamente hace un juicio ético sobre
ella. Entonces Jesús le explica la parábola del prestamista y los dos deudores
y le hace una pregunta. Simón responde con certeza: a quien más le perdonó, más
amará a su acreedor.
Los fariseos creían que cumpliendo estrictamente la ley podían
considerar que todo lo hacían bien. Pero Jesús era un hombre libre, sin
prejuicios, más allá de las convenciones sociales y religiosas. Al ver llorar a
la mujer arrepentida, debió conmoverse hondamente. Y, ante el fariseo, le hace
una relación de sus actitudes ante él. No le ha ofrecido agua, mientras que
ella le ha lavado los pies con sus lágrimas; no le ha besado, pero ella no ha
dejado de besarle los pies; no le ha ungido, y ella le ha perfumado con aromas.
En contraste con Simón, más parco en atenciones, la mujer se vuelca ante la
persona de Jesús.
El gesto de Jesús pasa por encima de la ley judía. Se deja
tocar, besar, ungir por la mujer. Es una actitud revolucionaria respecto al
amor y la libertad. Recordemos que fue la ley quien mató a Jesús. Él nos enseña
que, por encima del cumplimiento de la ley, está la caridad y la ayuda a los
demás. Lo más importante es el amor, la misericordia, la ternura, la
delicadeza.
Tocar la pureza de Dios
Aquella mujer necesitaba sentir que Dios la amaba para poder
convertirse. ¡Qué mejor manera de mostrarle este amor que dejarle tocar el
corazón de Dios! Dejándola lavar sus pies, Jesús la acoge y le muestra que Dios
no la rechaza. Y ella cree en este amor. Por eso Jesús le dice: “Tu fe te ha
salvado”.
La mujer pecadora, ungiendo los pies de Jesús, toca la
pureza y la hermosura de Dios. Jesús no queda manchado, al contrario: es ella
quien queda purificada por la experiencia sublime del amor. El amor limpia y
sana. Cada vez que recibimos a Cristo en la eucaristía nos alimentamos de su
amor y quedamos puros.
El corazón arrepentido, la mejor ofrenda
San Pablo lo recuerda en sus cartas: no serán los méritos lo
que nos salve, sino la gracia de Dios. Tampoco será el cumplimiento del
precepto lo que nos salve a los cristianos. Lo que Dios desea es un corazón
convertido, que lo anhele, que lo busque, que lo acaricie.
El fariseo era un perfecto cumplidor de la ley. En cambio,
la mujer seguramente vivía con sentimientos de culpa y de pecado. Llora,
arrepentida. Por eso Jesús la deja acercarse. El salmo 50 canta: “un corazón
quebrantado tú no lo rechazas, Señor”. Dios quiere un arrepentimiento sincero.
Él recoge nuestras lágrimas y nuestra ternura. El gesto de aquella mujer
demostró a Jesús que necesitaba cambiar su vida. ¿Cómo no iba a acoger a los
pecadores, para liberarlos del peso de su pecado y bañarlos con su luz
salvadora?
Necesitamos el perdón
Necesitamos la dulzura, el perdón y la misericordia de Dios.
Si creemos no necesitarla, ¡qué lejos estamos de su amor! Estar a los pies de
Jesús y pedir que nos limpie es una genuina actitud cristiana.
Jesús acoge a todos los pecadores. “Porque has creído,
porque te has arrepentido, porque me has amado mucho, tu fe te ha salvado”.
Como la mujer del evangelio, necesitamos abrir nuestro corazón. Dios nos sigue
para salvarnos; dejemos que nos revele su amor a través de mil gestos
cotidianos, dejémonos tocar por Él.
Esta es la lógica del amor de Dios: rescatar a la oveja
perdida. Jesús la hace sentirse restaurada, redimida, elevada a la categoría de
hija de Dios. Entre el cumplidor y la pecadora que sufre, Jesús opta por ella.
No nos creamos mejores porque cumplimos nuestros preceptos. Jesús muestra una
clara preferencia por los que viven en el arcén, los marginados, los mal
considerados, los que andan errados, necesitados de ser acogidos. Como viva
imagen suya, los cristianos estamos llamados a ser capaces de transformar el
corazón de la gente. Ser cristiano es tener la osadía de ir a contracorriente
de los criterios del mundo por amor a Dios.
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