2013-06-22

Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?


12º domingo Tiempo Ordinario C

«Y vosotros, replicó Jesús, ¿quién decís que soy yo? Respondió Simón Pedro: El Cristo de Dios. Pero él los apercibió que a nadie lo dijeran. Y añadió: Conviene que el Hijo del Hombre padezca muchos tormentos y sea condenado por los ancianos y los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y sea muerto y resucite al tercer día. Así mismo, decía a todos: Si alguno de vosotros quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y lleve su cruz cada día, y sígame. Pues el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mi causa la salvará». 

Una pregunta pedagógica

Además de ponerse en camino para anunciar la buena nueva y obrar milagros, Jesús busca siempre espacios para la oración y para formar a sus discípulos. Alguna vez se retira, solo, a la montaña a rezar, y otras veces lo hace delante de los suyos.

Durante estos espacios de diálogo sosegado, Jesús aprovecha el momento adecuado para preguntar a los discípulos sobre su identidad: «¿Quién dice la gente que soy yo?».

Esa cuestión resulta crucial para los discípulos. Él les plantea este interrogante, pues quiere saber hasta qué punto entienden sus palabras, sus gestos y sus milagros. Pero, sobre todo, quiere saber si han captado su relación filial con Dios Padre. Es entonces cuando ellos descubren realmente quién es Jesús.

A los cristianos de hoy esta pregunta se podría considerar como un examen de catequesis. ¿Quién es Jesús para nosotros?

Lo que el mundo dice de Jesús

Jesús formula su pregunta en una doble dirección. La primera vez, les pide que le digan quién dice la gente que es Él. Y los discípulos contestan lo que han oído: unos dicen que Jeremías, otros que Elías, Juan o alguno de los profetas. También hoy se dicen muchas cosas sobre Jesús y se hacen interpretaciones diversas sobre su persona en libros, documentales y películas. Filósofos y pensadores han escrito largamente sobre la imagen de Jesús de Nazaret, un personaje controvertido que siempre ha levantado pasiones. Incluso ha habido quien sostenía que Jesús era una invención de los primeros cristianos, una fábula de quienes organizaron la Iglesia. Algunos retratos modernos de Jesús nos lo presentan como un lunático, un revolucionario, un librepensador, un rebelde ante las estructuras, un pacifista, un líder carismático o un gurú espiritual. Otros, más románticos, quieren ver a un Jesús ingenuo; muchos piensan que simplemente era una buena persona, y alguna versión incluso aventura que fuera un extraterrestre. La literatura también nos ha legado imágenes dispares de Jesús, que a veces han generado mucha confusión. Algunos autores se concentran en su humanismo; otros movimientos lo reducen a la imagen estética de un hombre lleno de bondad, pero quitándole toda su dimensión divina. Y aún podríamos decir más cosas…

Una experiencia de salvación

Jesús formula la pregunta de nuevo, y esta vez se la dirige a ellos, a sus propios seguidores: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».

A Jesús no solo le interesa saber qué piensa la gente. Le importa mucho más saber qué han comprendido sus amigos, las personas cercanas a Él, que han vivido en su proximidad.

Pedro, el cabeza del grupo, responde con rapidez a esta cuestión tan vital. Y lo hace de manera decidida y acertada: «Tú eres el Mesías de Dios».

Con esta respuesta, Pedro demuestra que ha comenzado a penetrar en la dimensión misteriosa de Jesús. Lo reconoce como Mesías, es decir, el salvador. Y lo sabe, sin dudar, porque se ha sentido salvado por Él. En su interior tiene muy presente aquella escena en la barca, cuando, sacudido por el oleaje, intentó caminar sobre las aguas para alcanzar a su maestro. Cuando el miedo lo hizo vacilar y lo comenzó a hundir, Jesús lo tomó de la mano y lo levantó. Esa experiencia salvadora,  las palabras que le ha escuchado y los milagros que le ha visto obrar, lo convencen de que es realmente el Hijo de Dios que ha venido a rescatar a la humanidad.

Después de salvarlo, Jesús lo llama, al igual que llama al resto de los discípulos. Pedro sabe con certeza que en las entrañas de Jesús está Dios.

¿Quién es Jesús para nosotros?


Hoy también, en la celebración de este domingo, Jesús nos pregunta a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, quién es Él para nosotros. ¿Qué pensamos de su persona? ¿Cómo vivimos nuestra amistad con Él? Y esta pregunta nos lleva más lejos. Jesús quiere saber si nuestro corazón está realmente abierto a Él; si vivimos nuestra vocación cristiana con coherencia; si tenemos la misma valentía de Pedro. En nuestra realidad social, familiar, laboral, ¿cómo vivimos nuestra fe? ¿Estamos enamorados del mensaje de Cristo? ¿Es para nosotros el centro de nuestra vida? ¿Lo llevamos adentro, después de tomarlo en la eucaristía? Jesús también nos está preguntando si el amor y la justicia gobiernan nuestra vida, y si somos capaces, llegado el momento, de darlo todo por amor. Quiere saber si su amistad ha llegado a ocupar un lugar en nuestro corazón, si somos conscientes de que Él nos ha salvado, nos ha liberado de la esclavitud del egoísmo y nos ha sacado del éxodo de nuestra frágil existencia para llevarnos a la vida de su reino.

Es conveniente, de tanto en tanto, preguntarse estas cuestiones profundas que afectan a nuestra fe, para saber si estamos en el camino correcto y comprobar si realmente estamos caminando con Él. 

Tomar la cruz y seguirle

La última parte del texto nos alerta: seguir a Jesús y acompañarlo toda la vida comporta una exigencia: la negación de uno mismo. Negarse a sí mismo, lejos de ser una autoanulación, es la auténtica libertad. Solo el que es capaz de anteponer el amor a Dios y a los demás a sus propios intereses podrá vivir plenamente, libre de trabas. La cruz es esa herencia que todos hemos de asumir y aceptar, nuestras cargas, nuestros límites y nuestras dificultades. Pero quien acepta su cruz y la echa a su espalda, dispuesto a dejarlo todo atrás, alcanza una inmensa libertad interior.

Seguir a Jesús requiere darlo todo, como lo hicieron los apóstoles hace veinte siglos. Hoy, la exigencia es la misma: Dios nos lo pide todo. Pero no nos arrebata nada de lo que realmente anhela y necesita nuestro corazón. Al contrario, cuando decidimos seguirle, nos ofrece el mayor regalo. Ojalá sepamos descubrir que la auténtica felicidad está en decir sí a Dios y en amar a los demás. 

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