12º domingo Tiempo Ordinario C
«Y vosotros, replicó Jesús, ¿quién decís que soy yo? Respondió Simón Pedro: El Cristo de Dios. Pero él los apercibió que a nadie lo dijeran. Y añadió: Conviene que el Hijo del Hombre padezca muchos tormentos y sea condenado por los ancianos y los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y sea muerto y resucite al tercer día. Así mismo, decía a todos: Si alguno de vosotros quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y lleve su cruz cada día, y sígame. Pues el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mi causa la salvará».
«Y vosotros, replicó Jesús, ¿quién decís que soy yo? Respondió Simón Pedro: El Cristo de Dios. Pero él los apercibió que a nadie lo dijeran. Y añadió: Conviene que el Hijo del Hombre padezca muchos tormentos y sea condenado por los ancianos y los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y sea muerto y resucite al tercer día. Así mismo, decía a todos: Si alguno de vosotros quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y lleve su cruz cada día, y sígame. Pues el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mi causa la salvará».
Una pregunta pedagógica
Además de ponerse en camino para anunciar la buena nueva y
obrar milagros, Jesús busca siempre espacios para la oración y para formar a
sus discípulos. Alguna vez se retira, solo, a la montaña a rezar, y otras veces
lo hace delante de los suyos.
Durante estos espacios de diálogo sosegado, Jesús aprovecha
el momento adecuado para preguntar a los discípulos sobre su identidad: «¿Quién dice la gente que soy yo?».
Esa cuestión resulta crucial para los discípulos. Él les plantea este interrogante,
pues quiere saber hasta qué punto entienden sus palabras, sus gestos y sus
milagros. Pero, sobre todo, quiere saber si han captado su relación filial con
Dios Padre. Es entonces cuando ellos descubren realmente quién es Jesús.
A los cristianos de hoy esta pregunta se podría considerar
como un examen de catequesis. ¿Quién es Jesús para nosotros?
Lo que el mundo dice de Jesús
Jesús formula su pregunta en una doble dirección. La primera
vez, les pide que le digan quién dice la gente que es Él. Y los discípulos
contestan lo que han oído: unos dicen que Jeremías, otros que Elías, Juan o
alguno de los profetas. También hoy se dicen muchas cosas sobre Jesús y se
hacen interpretaciones diversas sobre su persona en libros, documentales y
películas. Filósofos y pensadores han escrito largamente sobre la imagen de
Jesús de Nazaret, un personaje controvertido que siempre ha levantado pasiones.
Incluso ha habido quien sostenía que Jesús era una invención de los primeros
cristianos, una fábula de quienes organizaron la Iglesia. Algunos
retratos modernos de Jesús nos lo presentan como un lunático, un
revolucionario, un librepensador, un rebelde ante las estructuras, un
pacifista, un líder carismático o un gurú espiritual. Otros, más románticos, quieren
ver a un Jesús ingenuo; muchos piensan que simplemente era una buena persona, y
alguna versión incluso aventura que fuera un extraterrestre. La literatura
también nos ha legado imágenes dispares de Jesús, que a veces han generado
mucha confusión. Algunos autores se concentran en su humanismo; otros
movimientos lo reducen a la imagen estética de un hombre lleno de bondad, pero
quitándole toda su dimensión divina. Y aún podríamos decir más cosas…
Una experiencia de salvación
Jesús formula la pregunta de nuevo, y esta vez se la
dirige a ellos, a sus propios seguidores: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
A Jesús no solo le interesa saber qué piensa la gente. Le
importa mucho más saber qué han comprendido sus amigos, las personas cercanas a
Él, que han vivido en su proximidad.
Pedro, el cabeza del grupo, responde con rapidez a esta
cuestión tan vital. Y lo hace de manera decidida y acertada: «Tú eres el Mesías
de Dios».
Con esta respuesta, Pedro demuestra que ha comenzado a
penetrar en la dimensión misteriosa de Jesús. Lo reconoce como Mesías, es
decir, el salvador. Y lo sabe, sin dudar, porque se ha sentido salvado por Él.
En su interior tiene muy presente aquella escena en la barca, cuando, sacudido
por el oleaje, intentó caminar sobre las aguas para alcanzar a su maestro.
Cuando el miedo lo hizo vacilar y lo comenzó a hundir, Jesús lo tomó de la mano
y lo levantó. Esa experiencia salvadora, las palabras que le ha escuchado y los milagros que le ha visto obrar, lo
convencen de que es realmente el Hijo de Dios que ha venido a rescatar a la humanidad.
Después de salvarlo, Jesús lo llama, al igual que llama al
resto de los discípulos. Pedro sabe con certeza que en las entrañas de Jesús
está Dios.
¿Quién es Jesús para nosotros?
Hoy también, en la celebración de este domingo, Jesús nos
pregunta a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, quién es Él para
nosotros. ¿Qué pensamos de su persona? ¿Cómo vivimos nuestra amistad con Él? Y
esta pregunta nos lleva más lejos. Jesús quiere saber si nuestro corazón está
realmente abierto a Él; si vivimos nuestra vocación cristiana con coherencia;
si tenemos la misma valentía de Pedro. En nuestra realidad social, familiar,
laboral, ¿cómo vivimos nuestra fe? ¿Estamos enamorados del mensaje de Cristo?
¿Es para nosotros el centro de nuestra vida? ¿Lo llevamos adentro, después de
tomarlo en la eucaristía? Jesús también nos está preguntando si el amor y la
justicia gobiernan nuestra vida, y si somos capaces, llegado el momento, de
darlo todo por amor. Quiere saber si su amistad ha llegado a ocupar un lugar en
nuestro corazón, si somos conscientes de que Él nos ha salvado, nos ha liberado
de la esclavitud del egoísmo y nos ha sacado del éxodo de nuestra frágil
existencia para llevarnos a la vida de su reino.
Es conveniente, de tanto en tanto, preguntarse estas
cuestiones profundas que afectan a nuestra fe, para saber si estamos en el
camino correcto y comprobar si realmente estamos caminando con Él.
Tomar la cruz y seguirle
La última parte del texto nos alerta: seguir a Jesús y
acompañarlo toda la vida comporta una exigencia: la negación de uno mismo.
Negarse a sí mismo, lejos de ser una autoanulación, es la auténtica libertad. Solo
el que es capaz de anteponer el amor a Dios y a los demás a sus propios
intereses podrá vivir plenamente, libre de trabas. La cruz es esa herencia que
todos hemos de asumir y aceptar, nuestras cargas, nuestros límites y nuestras
dificultades. Pero quien acepta su cruz y la echa a su espalda, dispuesto a
dejarlo todo atrás, alcanza una inmensa libertad interior.
Seguir a Jesús requiere darlo todo, como lo hicieron los
apóstoles hace veinte siglos. Hoy, la exigencia es la misma: Dios nos lo pide
todo. Pero no nos arrebata nada de lo que realmente anhela y necesita nuestro
corazón. Al contrario, cuando decidimos seguirle, nos ofrece el mayor regalo.
Ojalá sepamos descubrir que la auténtica felicidad está en decir sí a Dios y en
amar a los demás.
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