13º domingo Tiempo Ordinario -C-
«Mientras
iban andando su camino, hubo un hombre que le dijo: Yo te seguiré a donde
quiera que fueres. Pero Jesús le respondió: Las raposas tienen guarida, y las
aves del cielo nidos, mas el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.
A otro, le dijo: Sígueme. Mas este respondió: Señor, permíteme que vaya antes y
dé sepultura a mi padre. Le replicó Jesús: Deja a los muertos sepultar a sus
muertos, pero tú, ve y anuncia el Reino de Dios…».
Seguirlo sin condiciones
Jesús sabía muy bien que su
misión era redimir a la humanidad. Pero esto pasaba por dirigirse a Jerusalén,
donde le esperaba la muerte en cruz y, posteriormente, la resurrección. Con su
muerte Jesús llevaría a cabo el máximo gesto de entrega. Es en este contexto y
en esta tesitura espiritual que Jesús emprende el camino a Jerusalén.
Se encuentra con varios hombres que quieren seguirlo, pero… seguir
a Jesús es caminar a la intemperie, sin seguridades. La única certeza es saber
que caminamos hacia el Padre. El camino no es fácil y está lleno de riesgos.
Unirse a Jesús y caminar con Él es tener claro que siempre estaremos en su
corazón y que la meta nos espera en el cielo.
Pero no tendremos nada seguro en el mundo.
«Deja que los muertos entierren a sus muertos», dice Jesús.
El hombre que quiere seguirle le da un sí, pero condicionado. De ahí esa
respuesta rotunda.
Abrirse a otra familia
Jesús no pide que rompamos los lazos familiares, por
supuesto, sino que lo sigamos sin condiciones, con serenidad y total confianza.
Cuando se sigue a Jesús no se rompe con nada, más que con aquello que nos puede
impedir acercarnos a Dios. No se trata de abandonar la familia de sangre, pero
sí de abrirnos a una familia mucho más extensa, que trasciende la biológica: la
familia del pueblo de Dios. En esta familia, todos somos hijos de Dios y
hermanos, «nación consagrada, estirpe elegida, pueblo santo».
Dejarlo todo no
debe leerse literalmente. Cada cual debe saber estar en su familia, en el trabajo,
en su ciudad, en medio de la sociedad, desempeñando sus tareas, dando
testimonio y evangelizando desde su lugar. Lo importante es la actitud del
corazón.
La excusa más frecuente
Seguir a Jesús no es sencillo hoy. ¿Qué excusas le podemos
poner?
Posiblemente, la más frecuente sea esta: «No tengo tiempo».
Estamos tan metidos en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestros
compromisos, en mil y una cosas, que no tenemos tiempo para seguirlo. ¿No suena
esto un poco a excusa? Dios nos lo ha dado todo. Suya es la existencia que
disfrutamos, suyo el tiempo de que disponemos. ¿No sabremos darle, al menos,
una parte?
Dios no quiere que seamos irresponsables con nuestras
obligaciones, pero sí nos pide un tiempo para Él. Un tiempo que quizás perdemos
vanamente en ocio innecesario, en televisión, en cosas vacías y estériles.
Seguir a Dios implica un sacrificio. Pero podemos seguirlo desde nuestro hogar
y desde nuestras opciones profesionales.
El que mira atrás no es apto para el Reino del Cielo, leemos
en los evangelios. Vemos cómo Eliseo, fiel a la llamada del profeta Elías, lo
sigue para ser su ayudante y, más adelante, lo sucederá como profeta. Mata a
sus bueyes, obsequia a su familia y lo deja todo. Entierra su pasado. «Enterrar»
significa sepultar todo aquello que nos quita vida. Para ello es preciso ser
valientes.
Fidelidad para perseverar
Para los que ya somos cristianos, la llamada hoy, no es solo
a seguir a Jesús, pues ya creemos en Él, sino a mantenernos fieles.
La gente se cansa. A todos nos cuesta desvelar nuestra fe y
nos olvidamos de Aquel que nos ha hecho existir y nos lo ha dado todo. Nos
cuesta seguirlo porque sabemos que esto
implica tiempo, compromiso, cambiar nuestras actitudes, nuestros criterios,
nuestra forma de pensar… y poner toda nuestra confianza en Él.
Muchas personas rehusarán escucharnos. Jesús es paciente, no
se enfada ante los que rechazan su mensaje. Cuando sus discípulos le piden que
haga descender fuego del cielo sobre aquella aldea que no los quiere recibir, Él
los reprende y se marchan de allí. La verdad no puede ser impuesta a nadie, y
Jesús lo sabe. Con dolor, puesto que los que se cierran al amor de Dios viven
ensimismados, intoxicados en su cerrazón, faltos de oxígeno. Pero Jesús nos
dice que, si bien unos lo rechazarán, otros abrirán su corazón. Por esto hemos
de continuar trabajando, entusiastas, tenaces, para difundir nuestra fe.
Valentía, tenacidad y confianza: con estas tres virtudes
podremos emprender nuestro camino de seguimiento a Jesús.
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