2014-01-31

La presentación de Jesús


La presentación de Jesús

Nuestro Dios es un judío


  • Como cualquier niño judío, Jesús fue circuncidado a los ocho días de nacer. Este era –y es aún hoy– el signo visible de agregación al pueblo judío, el sello físico de la alianza. Nuestro Dios es un judío. Aquel niño está asumiendo en sus hombros toda la historia de una raza ensangrentada. Perseguida antes de él; perseguida también después. Allí, sobre el altar, sin poder hablar, o hablando con su sangre, Jesús dignifica la circuncisión al aceptarla y, al mismo tiempo, abre los cauces de una alianza más ancha…

  • Llamado Salvador 

  • El nombre era algo muy importante para los judíos. No se elegía por capricho: significaba un destino e influía en el carácter de quien lo llevaba, como un lema. Jesús es la forma griega del hebreo Josué, abreviatura de Yashoúah, que significa Dios salva. Yahvé es salvador: este niño que ahora lloraba bajo el cuchillo circuncidador, iba a cambiar el mundo y a salvar al hombre. ¿Quién lo hubiera pronosticado? Con sangre empezaba este nombre, con sangre concluiría y se realizaría.

  • Jesús. María pronunció este nombre recordando las palabras del ángel. Las recordaba, temblando, allí en la gruta abierta a todos los aires. Temblaba al ver aquella sangre que manchaba los pañales y que no tenía olor a reino ni a victoria. Sabía que salvar era hermoso, pero también que nunca se salva sin sangre. Y pasó un mes. No hubo ángeles, ni milagros. María y José se sentían llenos de gozo. Pero el misterio gravitaba sobre ellos y tenían muchas más preguntas que respuestas.

  • La purificación de la Purísima 


  • Cuarenta días después del alumbramiento, las madres hebreas se presentaban en el templo para ser purificadas. El parto las hacía contraer una impureza legal, no moral, que las impedía tocar objetos sagrados o pisar lugares de culto. ¿De qué iba a purificarse la que era inmaculada? Moralmente, ninguna madre necesita purificarse. Como dice san Pablo: la mujer se salvará por ser madre. María aceptó la costumbre de su pueblo. Más tarde, su hijo purificaría la ley; mientras tanto, ella la cumplía con sencillez y naturalidad.

  • Con aquel niño, el templo estaba siendo invadido por una presencia de Dios como jamás el hombre soñó. Junto a María había otras muchachas, jóvenes y alegres como ella, compartiendo el orgullo de ser madres recientes. Ante las inmensas trompas que abrían sus bocas como lirios, para recibir las ofrendas, María depositó dos palomas. Era la ofrenda de los pobres. Las ricas ofrecían un cordero. Pero María no se sentía humillada. Tampoco orgullosa. Si Dios había hecho las cosas así, quizás sería porque le gustaba la pobreza…


  • El rescate del primogénito

  • Los primogénitos, en Israel, eran propiedad de Dios, un signo permanente de la salvación de Israel, memorial de la Pascua. En rigor, los primogénitos hubieran debido dedicar su vida entera a Dios. Pero eran los miembros de la tribu de Leví quienes cubrían este servicio por todos ellos. María intuía un gran misterio en esta ceremonia. Sabía que este hijo suyo era más propiedad de Dios que ningún otro. Todas las madres sospechan que sus hijos no son suyos y que un día los verán alejarse, embarcados en su libertad. María debió comprender esto mejor que nadie. Aquel hijo no sería suyo. ¿Cómo podía dar lo que era más grande que ella, lo que siempre había sido de Dios?

  • Un anciano de alma joven 

  • Un anciano llamado Simeón se acercó a María, le tomó el niño en brazos y estalló en un cántico de júbilo reconociendo en él al salvador del mundo. ¿Se trata de una representación literaria de la expectación de Cristo? El cántico de Simeón nos lleva a los cantos litúrgicos de las primeras comunidades, puesto por Lucas en el comienzo de su evangelio como una proyección de la fe de sus lectores… Pero el retrato de Simeón es coherente con la espiritualidad de muchos judíos de la época. Que eran observantes y esperaban la consolación de Israel. Lucas parte de un encuentro histórico con Simeón.

  • Era como un centinela al que Dios hubiera enviado para vigilar la aparición de la luz. No miraba hacia atrás, sino hacia adelante, y no sólo hacia el futuro de su pueblo, sino al futuro de todas las naciones de la tierra. Un anciano que, en el ocaso de su vida, hablaba de la promesa de un nuevo día. No hay muchos ancianos así. Ancianos en los que la alegría se enciende al final de su vida como una estrella. Solo se enciende la luz para quien la ha buscado mucho. Simeón había envejecido en la espera, pero no había perdido la seguridad de encontrarla. Y ahora, no solo estalla de júbilo. Se convierte en profeta.

  • La espada de doble filo
  • El primer descubrimiento de María y José fue que su hijo había venido a salvar, no solo al pueblo de Israel, sino a todos los hombres. Simeón dice que este niño trae la salvación para todos los pueblos. El corazón de María debía estallar de alegría… Pero también sería el servidor sufriente profetizado por Isaías: este era el segundo rostro del Mesías, que el pueblo prefería ignorar. Simeón lo dijo sin rodeos a María. Su hijo sería el Salvador, no solo de aquellos que quisieran aceptar su salvación. Sería resurrección para unos y ruina para otros. Ante él, los hombres tendrían que apostar, y muchos lo harían contra él.


  • Su hijo dividiría en dos la historia. Y María estaría en medio. ¿Por qué anticipar el dolor? Al clavar Simeón una espada en el horizonte de su vida, la había clavado en todos los rincones de su alma. ¿Por qué? Tendremos que profundizar en el sentido de esa espada, que es más que el dolor físico y el miedo. Lucas utiliza una palabra, ronfaia, que designa un espada de grandes dimensiones. Esta palabra no volverá a utilizarse en el nuevo testamento hasta el Apocalipsis, donde aparece cinco veces para simbolizar la palabra de Dios. Esta espada será la palabra viva y eficaz que revela la profundidad y juzga los corazones.

  • La prueba de la fe 

  • Aceptando la maternidad divina, María debe llevar a cuestas todas las consecuencias. La espada de la palabra de Dios revelará sus pensamientos, juzgará su fidelidad y probará su fe. En esto se convierte en figura de la Iglesia. Su victoria sobre la fe será aceptar la cruz en la vida de su hijo. Como todos los cristianos, María tendrá que vivir en su carne lo que falta a la pasión de Cristo. ¿Era realmente necesario? ¿No podía salvar a los hombres sin verter su sangre? Era duro de aceptar. Le hubiera gustado, quizás, un Dios fácil y sencillo, dulce, bondadoso. Pero no puede fabricarse a capricho una salvación de caramelo. Si hay tanto mal en el mundo, la salvación no puede ser un cuento de hadas.
  • Ahora empezaba a entender el sentido de su vida… Dios quemaba. Era luz, pero también fuego. Y ella había entrado en su órbita. El eje del mundo pasaba por aquel bebé que dormía en sus brazos. Obedecer, creer: le había parecido fácil. Ahora sabía que no. Volvió la vista atrás y contempló sus quince años como un mar en calma. Ahora entraba en la tempestad y ya nunca saldría de ella. Regresaron a Belén en silencio. El niño dormía en sus brazos. Pero ella veía la espada en el horizonte. Una espada enorme y ensangrentada, segura como la maldad de los hombres, segura como la voluntad de Dios.
  • Textos extraídos de Vida y misterio de Jesús de Nazaret, de J. Luis Martín Descalzo, cap. 7, “La primera sangre”.

No hay comentarios: