2014-02-14

La plenitud de la ley


No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra de la Ley. 
Mt 5, 17-37 

Muchas veces, por cuestiones ideológicas que apuntan a un discurso marxista, hemos caído en la trampa de fabricar un Jesús revolucionario que justifica nuestro pensamiento, en función de una concepción del mundo y la historia. No podemos interpretar los evangelios para hacerlos encajar en ciertos prejuicios contra la institución eclesial, contemplando con suspicacia una presunta rigidez en el magisterio de la Iglesia. Hago esta pequeña introducción según mi opinión para desideologizar la figura de Jesús. 

Jesús no destruye lo antiguo 


Jesús dijo a sus discípulos, no creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas. En el grupo de Jesús había discípulos de diferentes movimientos. Algunos de ellos eran simpatizantes de los celotes, un grupo rebelde que quería aprovechar el mesianismo judío de Jesús para enfrentarse al poder romano. Jesús no busca una ruptura con la tradición judía ni un enfrentamiento con los romanos. No vino a destruir nada, ni siquiera la Ley, sino al contrario: quiso llevarla a su plenitud. 

Éste es el estilo de Jesús: renuncia claramente a la violencia y al enfrentamiento, rechaza la sangre y la espada como medios para destruir lo antiguo. Al contrario, hace pedagogía de lo antiguo para mejorarlo y elevarlo, para sacarle más jugo espiritual a la herencia de la tradición judía. Jesús no rompe con lo viejo. Como buen rabino, conocía y amaba la Ley y la Torah, hasta el punto de decir: Antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse la última letra de la Ley. De lo antiguo sacará un nuevo sentido y dará vida a la tradición profética y a la Ley mosaica. Sus palabras, su mensaje, serán una nueva traducción del querer de Dios para los hombres. 

Jesús no viene con un hacha golpeando lo esencial del profetismo y la Ley, sino que a partir de ellos desarrolla su mensaje, su buena nueva, transida de su experiencia de sentir y amar a Dios. San Pablo dirá que Jesús convierte el amor en la nueva ley. 

El amor, más que la ley 


En sintonía con la tradición de su pueblo, Jesús da un vuelco a la concepción judía sobre Dios. Para él, la experiencia divina trasciende la propia Ley. Las normas y los preceptos quedan atrás. Lo importante, lo que ocupa el centro de su mensaje, siempre es el amor. Y él se convierte en anunciador de la buena nueva, la revelación de un Dios cercano que ama y perdona. 

También nos avisa Jesús: si no somos mejores que los fariseos y los escribas no entraremos en el reino de los cielos. Y aquí sí que da un salto cualitativo a causa de su profundo conocimiento de Dios. Refiriéndose a los fariseos, nos dice que el fundamento de nuestra relación con Dios no es la Ley, sino el amor. Cuántas veces los cristianos hemos caído en esta actitud judaizante y hemos reducido nuestra fe al puro cumplimiento de los preceptos de la Iglesia. Todavía hay muchas inercias farisaicas en nuestra relación con Dios. Hacemos muchas cosas para acumular méritos, esperando que Él premie nuestros esfuerzos. Hemos caído por el tobogán de la rutina en nuestras liturgias y a veces pesa más en nosotros el miedo al castigo que la alegría del perdón. Jesús nos enseña a vivir intensamente y con profunda novedad el amor a Dios y a los demás. 

Culminar la ley 


Y, ¿qué es la plenitud de la ley? Jesús lo ilustra con varios ejemplos. Tomando diversos mandamientos y situaciones humanas, va mostrando cómo el amor supera esa ética de mínimos que rige la convivencia. 

Cuando un hombre insulta a otro, la ley judía establece llevar el caso a juicio. Jesús, más allá del castigo a la ofensa, ve en ese insulto un acto gravísimo, no solo de humillación, sino de atentado contra la vida y la dignidad de la persona. Está aludiendo al quinto mandamiento, no matarás, y compara el agravio con la misma muerte. Por eso condena la violencia, incluso la verbal, pues sabe bien que las palabras pueden herir profundamente. Antes de acudir a juicio, Jesús recomienda hacer las paces: apela a la reconciliación antes que a la aplicación implacable de la ley. En el acto de perdonar hay amor y hay una fuerza capaz de sanar esas heridas causadas por la ofensa. En cambio, recurrir a la ley conllevará inevitablemente el castigo y la ruptura. 

En cuanto al adulterio, también la ley judía lo sanciona y admite el divorcio si se da el caso. Jesús va más allá del puro hecho y apela a la conciencia. El solo deseo mal conducido ya contamina el corazón de las personas. Para Jesús no existe una doble moral, concibe a la persona como una unidad en la que no se puede separar el cuerpo del alma; el pensar del hacer. Esto es llevar el sexto mandamiento hasta las últimas consecuencias. En su declaración sobre el divorcio resulta aún más rompedor, pues defiende la posición de la mujer, que en aquella época era mucho más débil. El esposo podía repudiarla con facilidad, la culpa del adulterio siempre recaía en ella. Para Jesús, tan responsable es el marido como la mujer. 

Finalmente, Jesús hace alusión al octavo mandamiento cuando habla del juramento. No es necesario jurar ni poner a Dios, a nada ni a nadie como aval de nuestras afirmaciones. Nuestro discurso ha de responder exactamente a nuestras intenciones, ha de ser veraz y transparente, sin dobles sentidos ni engaño. Cuando hay sinceridad en nuestras palabras basta decir sí o no.

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