Nadie puede estar al servicio de dos amos, porque despreciará a uno y querrá al otro, o al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero. Por eso os digo: No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?... Mt 6, 24-34
Dios nunca se olvida
En esta lectura tan conocida, Jesús nos está transmitiendo un mensaje actualísimo, tanto hoy como hace dos mil años.
Aún las personas que tenemos fe, en el día a día parecemos olvidarnos de Dios y nos vemos abrumados por mil preocupaciones. La ansiedad por el futuro, nuestro trabajo, los problemas, la familia, las obligaciones… El miedo a la precariedad, agravado en estos tiempos de crisis que vivimos, la obsesión por la seguridad, porque nada nos falte, todo esto ocupa nuestra mente y absorbe todas nuestras fuerzas.
Es natural que nos preocupemos, pero Jesús nos reitera: “no os agobiéis”. Quiere transmitirnos paz, confianza, serenidad. Y nos habla de las aves y de los lirios del campo, a quienes Dios sostiene, alimenta y viste con esplendor.
¿Nos está llamando Jesús a ser despreocupados e irresponsables? ¿O tal vez sus palabras pecan de una gran falta de realismo? Para muchos, pueden ser interpretadas como propias de alguien que no toca de pies a tierra.
Pero detengámonos en estas palabras: “¿No vale la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?”. “¿Quién de vosotros a fuerza de agobiarse podrá añadir una sola hora al tiempo de su vida?”.
Son frases contundentes y sobrecogedoras. La vida, su finitud, nuestros límites y nuestra fragilidad: esto es lo que nos hace palpar definitivamente nuestra realidad. Ante esto, ¿qué es el dinero, qué las seguridades, la ropa, la casa…? Todo son medios para nuestro bienestar, pero no son los bienes absolutos.
No podéis servir a dos amos
“No podéis servir a dos amos”, nos avisa Jesús. Y aquí está metiendo el dedo en la llaga más profunda de nuestra civilización. Nuestro mundo adora al dinero. Por dinero se sacrifican tiempo, esfuerzo, amistades, ¡hasta la propia familia! Al dinero le dedicamos nuestros pensamientos y, muchas veces, nuestro corazón. Hay quienes llegan a matar por dinero. ¡Cuántas luchas y guerras se dan en nuestro mundo por la riqueza, por el dinero! En cambio, ¿quién estará dispuesto a dar su vida por Dios? ¿Quién lo sacrificará todo por la vida de otra persona?
Jesús nos llama a relativizar el dinero y los bienes materiales. Son necesarios, pero no debemos adorarlos. Dios es lo primero. Y, con Dios, que es amor, la vida, la gente, las relaciones humanas. Sepamos poner orden en nuestra escala de valores.
Jesús también nos llama a confiar en Dios. El que lo ha creado todo, el que nos ha hecho y amado, ¿no va a cuidar de nosotros? Y así nos remite a la lectura de Isaías, que habla de Dios como de una madre que jamás se olvida de su criatura. El profeta nos está desvelando el rostro de un Dios que se conmueve hasta lo más hondo de sus entrañas por sus criaturas, el Dios “padre y madre”, el Dios que, por encima de todo, es amor inagotable.
Todo cuanto tenemos debe ser un medio para conseguir nuestro fin último en la vida, que no es la mera posesión de bienes ni la satisfacción material de nuestras necesidades. Decían los santos de antaño que la mejor inversión era acumular obras de caridad, no dinero, porque el rendimiento en el cielo era altísimo. Jesús dirá que Dios devuelve el ciento por el uno. Y en otro pasaje, nos exhorta a buscar su Reino, porque todo lo demás se nos dará por añadidura.
Confiemos. Y trabajemos sin perder de vista que, finalmente, nuestra meta está en el cielo; un cielo que es amor y unión con Dios y con los demás. Ese es el gran tesoro que nos aguarda.
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