Cristo Rey del universo from JoaquinIglesias
Os aseguro que cada
vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo
hicisteis.
Mt 25, 31-46
La prueba crucial ante Dios
Con la fiesta de Cristo Rey culminamos el ciclo litúrgico. A
lo largo de este tiempo hemos profundizado en el misterio de la salvación hasta
la proclamación de Jesucristo como Rey del Universo. Esta fiesta, con sabor
escatológico, precede al nuevo año litúrgico y va más allá de las imágenes
bucólicas que leemos en el evangelio. Llegará un momento en nuestra vida en que
Cristo aparecerá en su gloria, con sus ángeles, y nos dará la última lección a
fin que estemos preparados para el encuentro definitivo con él.
Las preguntas que nos hará no serán cuestiones de alta
teología ni un examen catequético. Tampoco nos preguntará si hemos ido a misa
todos los domingos o si hemos sido generosos con nuestros donativos, si hemos
evangelizado lo suficiente o si hemos anunciado sin descanso la buena nueva. Es
curioso que en el momento culminante ante el encuentro con Dios, Jesús no contabilizará
cuánta gente hemos convertido. No condicionará nuestra entrada en el reino del
cielo a la eficacia de nuestro trabajo pastoral, sino que nos situará ante esta
realidad: ¿hemos amado lo suficiente?
La fe y el amor son obras
Con esto, Jesús nos está diciendo que la fe y el amor son
obras, son acciones, y no palabras bonitas. Jesús no quiere que seamos sólo
buenos predicadores, y que digamos aquello que es “políticamente correcto”.
Jesús quiere que seamos valientes y capaces de encarnar su amor, especialmente
hacia los más desvalidos y olvidados. La condición para entrar en su gloria es
encarnar en nuestra vida las obras de misericordia.
Hoy, muchas personas se lamentan del fuerte impacto
secularizador de nuestra sociedad, de la pérdida progresiva de la fe y de la
falta de compromiso. Yo me preguntaría, más bien, si no nos habremos limitado a
predicar, a hacer cosas por cumplir y si no habremos caído lentamente por el
tobogán de la rutina. Tal vez también hemos caído en la trampa de racionalizar
la teología y hemos querido encajar la revelación en un discurso demasiado
intelectual.
Lo esencial y genuino del Cristianismo es el amor, no las
palabras. La entrega a los demás no es un discurso bien elaborado. Lo genuino
del cristiano es asumir el riesgo, la pasión, la aventura, el coraje, y no la
comodidad, la rutina ni el miedo. Lo esencialmente cristiano son la alegría, la
generosidad y la confianza, y no la tristeza, el egoísmo y la desconfianza. El
miedo nos paraliza y nos convierte en personas estériles. Es propia de Dios la
donación sin mesura, y no la mezquindad.
No seamos miopes ante la realidad
“Benditos de mi Padre”, dice el Señor, “porque tuve hambre y
me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; estuve encarcelado y me
visitasteis; fui forastero y me acogisteis…” Hoy, la enorme crisis que está
flagelando a Estados Unidos y a toda Europa está generando nuevos grupos de
pobres que viven junto a nosotros y que a veces carecen de lo más básico para
subsistir. ¿Estamos tan ensimismados en nuestros asuntos y en nuestra estrechez
de miras que nos hemos convertido en auténticos miopes ante la realidad? El
gemido de los pobres clama a Dios. En la parábola del buen samaritano, un
sacerdote pasó de largo ante el herido porque, posiblemente, tenía que cumplir
con sus obligaciones en el templo. ¿Hacemos lo mismo en nuestras iglesias? Dar
calor, acogida, ropa y techo; ofrecer pan, consejo y una sonrisa amable… ¿tanto
nos cuesta?
Amar a Dios en los demás, sin mesura
Hoy, desconfiamos del pobre. Es verdad que hay que tener en
cuenta algunos criterios a la hora de ayudar, para verificar que esa pobreza es
real y la necesidad de la persona acuciante.
Pero no nos excedamos con esos criterios porque en el fondo, ser
consecuente con el evangelio es mucho más que prestar una atención profesional
y rigurosa. ¿O es que tenemos miedo a descubrir la terrible exigencia
evangélica? ¿Tememos descubrir que nos hemos instalado en la apatía y que
nuestra forma de esquivar la realidad no es otra que ceñirnos a cumplir lo que
toca, sin salir de la línea marcada, hundidos en la rutina, por miedo a la luz
reveladora de Cristo, que nos pide darlo todo?
Sólo quien vive y practica las obras de misericordia será
bendito de Dios y tendrá abiertas de par en par las puertas del reino. Ojalá
Dios reine en el universo de nuestra existencia y sea el verdadero rey de
nuestra vida. Y ojalá sepamos ver en cada una de estas personas, solas,
olvidadas y que necesitan auxilio, su más vivo retrato. Que en nuestra ayuda y
en nuestra atención hacia ellas sepamos servirlas con amor, delicadeza y
respeto, como al mismo Cristo.
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