33 Domingo Ordinario A - fiel en lo poco from JoaquinIglesias
La Iglesia
no es una empresa, sino una familia. La gran comunidad de Cristo ha de evitar
caer en la persecución de simples resultados y estadísticas; ha de ir a la
personalización real de la caridad, sabiendo tratar a cada persona como al
mismo Cristo. Sólo así podremos hablar de fecundidad evangélica, y no tanto de
eficacia institucional.
No temamos ser creativos ni caigamos en el minimalismo de la
fe raquítica, que se contenta con un puro cumplimiento de preceptos. Ya en el
Deuteronomio se nos recuerda que hemos de dar a Dios lo máximo: amarle con toda
nuestra mente, con todo nuestro corazón, con todas nuestras fuerzas, con todo
nuestro ser. Es decir, amar a Dios con intensidad, volcando nuestra vida en él.
Sólo así, desde esta profunda adhesión, se puede dar fruto en abundancia.
“Como has sido fiel en
lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor”.
Mt 25, 14-30
Dios nos da talentos a todos
En la liturgia de este domingo, el evangelio nos propone la
parábola de los talentos. El texto nos narra como un señor, antes de viajar,
pone en manos de sus empleados la administración de sus bienes para que, a su
regreso, pueda percibir los beneficios de su hacienda. A uno le da cinco
talentos, a otro dos y al último le da un talento. Sus empleados inmediatamente
se ponen a trabajar, pero no todos. Y cada cual obtiene un fruto diferente.
Dios siempre ha creído en su criatura y ha querido contar
con todos nosotros para que, junto a él, podamos co-participar de la salvación
del mundo. Así, nos ha dado carismas y capacidades para culminar su obra
salvadora. A todos nos da fuerza e inteligencia para que pongamos al servicio
de su reino nuestra creatividad y saquemos lo mejor de nosotros, multiplicando los
bienes espirituales que él nos ha dado.
La confianza hace florecer los talentos
El que tiene su confianza puesta en Dios inmediatamente se
pone a trabajar con entusiasmo y obtiene frutos de esos dones. Es hermoso
sentir como Dios confía plenamente en nosotros en la administración de sus
bienes. Y es grande que cuente con nosotros. Como bien dijo Benedicto XVI en su
discurso de investidura, Dios no sólo no nos quita nada, sino que nos lo da
todo, y con creces. No hemos de temer nada: Dios nos regala la eternidad. A los
que saben producir y multiplicar los talentos recibidos, les dará el cien por
el uno. Así es su respuesta, derrochadora e inconmensurable.
La desconfianza esteriliza
Pero la parábola nos cuenta también que el que recibió un
talento, por miedo y desconfianza hacia su señor, lo escondió y no lo puso a
producir beneficios. El señor se enoja con este siervo y lo llama insensato y
holgazán, porque al menos podía haberlo puesto en un banco, donde habría dado
sus intereses.
Cuántas veces, por desconfianza, por pereza y porque
malpensamos, descuidamos nuestras obligaciones y dejamos de potenciar las
capacidades que Dios nos ha dado. Cuántas veces la falsa humildad, el temor y
el recelo nos esterilizan hasta hacernos perder todo cuanto teníamos. ¿O es que
creemos que Dios es injusto? ¿Creemos que reparte mal sus talentos? ¿Tememos su
exigencia, o que nos lo pida todo?
Sólo los que abren su corazón a Dios serán dichosos. Pero
los que se cierran, lo pierden todo, incluso lo poco que tenían, y serán
infelices. En cambio, el hombre que reconoce a Dios como el centro de su vida
recibirá innumerables bienes materiales y espirituales que lo harán plenamente
feliz.
La Iglesia ,
llamada a dar fruto
Todos los cristianos estamos llamados a hacer fructificar
como mínimo el talento que Dios nos ha dado a todos: su amor. Este don no le ha
sido negado a nadie y lo regala en abundancia, de manera que puede
multiplicarse en todos y cada uno de nosotros.
Dios ha concedido a su Iglesia unos dones espirituales para
que los potencie. El legado de la caridad es esencial para que nuestra
coherencia cristiana crezca. Este es un don muy potente que Dios nos ha dejado
para que hagamos expandirse su reino.
Pero, ¡cuántas veces no sólo por pereza o miedo, sino por una
falsa prudencia, dejamos de hacer lo que podríamos hacer! Tenemos miedo al
riesgo, a equivocarnos, a que la gente nos critique. O simplemente, lo que
queremos emprender no es “políticamente correcto”. O, como dice el Papa Benedicto en su
encíclica Deus Caritas est, la
burocracia y un análisis excesivamente sociológico nos hacen caer en la trampa
de convertir la obra social de la
Iglesia en meras abstracciones y números. No olvidemos que el
servicio de la caridad está por encima de los criterios empresariales, entre
ellos, la competitividad, la búsqueda del rendimiento o de la pura eficacia,
sin tener en cuenta otros aspectos humanos más difíciles de contabilizar.
No cortemos las alas al Espíritu Santo
No tengamos miedo a desarrollar los talentos que Dios nos ha
dado. Tampoco estorbemos que los demás potencien sus talentos; no ahoguemos los
proyectos que Dios pone en el corazón de las personas y que ni la Iglesia , ni las jerarquías
eclesiales ni las instituciones humanas deberían impedir ni abortar. Nadie
puede evitar que Dios haga explotar su generosidad y derrame sus talentos sobre
quien quiera y como quiera; nadie debería poner frenos al Espíritu Santo, y
mucho menos debería erigirse en juez. No podemos ahogar las buenas iniciativas
que brotan en los demás.
En muchos casos, queremos poner trabas con argumentos
aparentemente realistas, apelando a la sensatez, que en realidad esconden
celos, envidias y miedo. Bajo una apariencia de prudencia y bondad pueden
ocultarse enormes fantasmas que nos impiden hacer crecer a los demás.
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