Dedicacion de la Basílica de Letrán from Joaquin Iglesias
Profundamente unido a su Padre, no entiende cómo un espacio sagrado puede prostituirse de tal manera. Para él, el templo es un lugar de comunicación íntima con el Creador. Por eso defiende el templo como casa de su Padre. El celo ardiente le lleva a consumirse hasta cumplir su voluntad.
Quitad esto de aquí,
no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.
…y le preguntaron: ¿Qué signos nos muestras para obrar así? Jesús contestó: Destruid este
templo y en tres días lo levantaré.
Jn 2, 13-22
Somos templos vivos
Hoy celebramos la dedicación de la basílica de San Juan de
Letrán, la catedral de Roma y, podríamos decir, madre de todas las parroquias. La Iglesia de San Juan de
Letrán es sede del obispo de Roma. Su terreno fue donado por el emperador
Constantino y fue consagrada en el siglo IV por el Papa Silvestre, quien la
dedicó inicialmente al Salvador. Más tarde, en el siglo XII, fue dedicada a San
Juan Bautista. Residencia de papas y reyes, y sede de diversos concilios, después
de siglos de guerras y persecuciones, fue el signo exterior de la victoria de
la fe sobre el paganismo.
Esta fiesta nos hace sentirnos Iglesia viva y templo del
Espíritu Santo. Para los judíos, el templo, junto con la ley, era un pilar de
su religión. Para los cristianos, Jesús se convierte en el templo de Dios. Lo
más importante no es el edificio, sino la persona de Jesús. Cristo es el altar
viviente. San Pablo lo dirá muy bellamente: cada uno de nosotros es templo de
Dios desde el momento de su bautismo. Y todos nosotros somos miembros del
cuerpo de Cristo, formamos parte de Dios.
Para los cristianos, Cristo es el verdadero templo. Él nos
cura y nos hace santos.
El celo que consume a Jesús
Para san Juan, “subir a Jerusalén” significa el inicio del
itinerario hacia la cruz. Jesús es
consciente de que Jerusalén será el punto de partida de una larga
agonía. Siente que su pueblo lo rechaza y no acepta la novedad de sus palabras
y su mensaje. Podríamos decir que su pasión empieza ya en la infancia, cuando
ha de huir a Egipto. Más tarde, ha de sufrir el desprecio, las críticas y los
murmullos, las ambigüedades de su propio pueblo. El excesivo legalismo
religioso de los judíos se rebela ante la novedad y la frescura de Jesús y
lleva a sus dirigentes a condenarlo. Con este telón de fondo podemos entender
mejor las palabras y la actitud vigorosa y exigente de Jesús ante los
vendedores del templo.
Profundamente unido a su Padre, no entiende cómo un espacio sagrado puede prostituirse de tal manera. Para él, el templo es un lugar de comunicación íntima con el Creador. Por eso defiende el templo como casa de su Padre. El celo ardiente le lleva a consumirse hasta cumplir su voluntad.
Y hoy, ¿qué hacemos con nuestros templos?
El mensaje de Jesús nos alcanza hasta hoy. La casa del Padre
no se puede rebajar a un lugar donde se mercantilizan los bienes para obtener
beneficios puramente materiales. Dios no quiere que el espacio dedicado a su
persona sea un simple mercado.
Sorprende la furia y el enojo de Jesús. En lo más hondo de
su ser, está tan unido al Padre que no puede tolerar que su lugar sagrado quede
mancillado. “La casa de mi Padre es casa de oración”, afirma. Es el hogar donde
nos comunicamos con el Padre, allí donde uno puede abrirse de todo corazón para
dejarse llenar por él. Es la esfera íntima donde dejamos que Dios nos acoja en
sus brazos y, en esa intimidad, podemos sentirnos hijos suyos.
Tampoco convirtamos nuestro cuerpo y nuestra vida en pasto
de mercaderes, ávidos de arrebatarnos lo más precioso que tenemos. Convirtamos
nuestro corazón en un espacio de oración.
Luchar por la libertad interior
Jesús se siente hijo del Padre. Por eso lucha con fuerza
para tirar abajo los dioses falsos, como el dios dinero. Y lo hace con aparente
violencia, que asombra e incluso escandaliza viniendo de él, que es un hombre
pacífico. Jesús nos enseña a sacar nuestra energía cuando se trata de defender
nuestra relación con Dios. Muchos pueden extrañarse y quedarse pasmados. Se
trata de salvar algo íntimo que yace en lo más hondo de nuestra alma. Me refiero, también, al valor de la vida y a
luchar por el derecho y el respeto a nuestra libertad religiosa. Jesús se muestra rotundo cuando se trata de
defender algo tan suyo.
Las ideologías imperantes quieren hacernos callar y reducir
nuestras manifestaciones de fe al ámbito privado. Podemos defender nuestra
identidad cristiana y ni leyes ni ideas pueden impedirnos que seamos fieles y
vivamos según el modelo de hombre nuevo que nos propone Jesús. Aunque por esta
lealtad experimentaremos el esfuerzo de una fuerte subida hacia la Jerusalén de nuestra
vida. No nos sorprenda. Ser rechazado es entrar en la pasión de Cristo. No
olvidemos que en el horizonte cristiano siempre asomará el misterio de la cruz.
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