5º domingo de Pascua - B from Joaquin Iglesias
Nuestras
raíces cristianas
Abrirse
para recibir el alimento espiritual
Dar
fruto
“Yo soy la vid
verdadera y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no lleve fruto, lo cortará, y todo el que dé
fruto, lo podará, para que dé más fruto.”
Jn 15, 1-8
Nuestras
raíces cristianas
Yo soy la vid y vosotros los sarmientos. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Estas palabras de Jesús son pronunciadas en el llamado discurso del adiós,
en la última cena. Son momentos clave, antes de su muerte, en los que Jesús se
dirige a sus discípulos con gran hondura y emoción. Son palabras definitivas
que nos hablan de la comunión.
Jesús dice de sí mismo que es la verdadera vid.
Muchas veces hemos visto campos plantados con viñas en hilera, bien enraizadas,
dando sus frutos. La vid necesita de tres elementos para arraigar con fuerza en
la tierra. Uno, que esté bien plantada. El segundo paso es cuidar la planta,
regarla, abonarla, cavarla. Y finalmente, el fruto también dependerá de la
providencia del clima. Podríamos decir que en la dinámica de todo cristiano se
necesitan estos tres elementos para madurar en su espiritualidad.
El cristiano ha de estar bien enraizado en sus
convicciones profundas, como Jesús lo estuvo con Dios. Hemos de arraigarnos en
la fuente de nuestra savia, firmes en el corazón de Dios. Para que se compacte
la relación con Dios hemos de trabajarla, y la mejor manera es estableciendo
una profunda comunión con Aquel que nos planta en la existencia. Nuestras
raíces se nutren en la oración, en el diálogo sincero y confiado con nuestro
Creador.
Abrirse
para recibir el alimento espiritual
Además, hemos de estar abiertos a los buenos
consejos que nos vienen de afuera. A menudo, Dios nos habla con voces humanas o
a través de los acontecimientos y las personas que se cruzan en nuestro camino.
Especialmente importante es contar con una dirección espiritual, un acompañamiento
en el discernimiento de la propia vocación. Los pastores, sacerdotes o personas
que acompañan y guían en el crecimiento espiritual de la persona son los buenos
agricultores que cuidan de la viña. Han sido llamados por el mismo Dios para
cuidar su campo, y su atención es necesaria para poder dilucidar con claridad
nuestra vida espiritual.
Finalmente, quien nos hace crecer, siempre que
haya una apertura sincera de corazón, es el mismo Espíritu Santo enviado por
Dios, que se manifiesta en los elementos de su Providencia.
Dar
fruto
La consecuencia del buen arraigo en Dios son los
frutos, que se traducen en un compromiso de servicio y
de amor hacia los demás. Nuestro compromiso será convincente si está apoyado no
solo por palabras,
sino por nuestras obras.
Una planta bien enraizada, cultivada, podada y
nutrida por el sol y la lluvia, acaba fructificando y ofreciendo al mundo frutos dulces y
llenos de vitalidad. Así, la unión firme con Dios Padre, que es el labrador, con
el Hijo, Jesús, que nos nutre con su propia vida, y con el Espíritu Santo, que
nos defiende y nos cuida, nos hará dar fruto en abundancia.
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