6 Domingo Pascua - B from Joaquin Iglesias
Jesús ultrapasa el
clásico mandamiento, pilar de
la antigua ley judía y regla de oro de muchas
religiones: ama al otro como a ti mismo.
Jesús cambia un matiz: ama al otro como
yo he amado. Las personas podemos tener mayor o menor autoestima; a veces
nos amamos muy poco a nosotras mismas o, al contrario, pecamos de egocentrismo
y nos amamos de forma obsesiva e inadecuada. El amor del que habla Jesús tiene
otra cualidad. Es amor de
Dios , ese amor que hace llover sobre justos e impíos; un amor
que, como bellamente describe san Pablo, no pasa nunca. Es un amor sin medida,
incondicional, fiel y eterno.
Como el Padre me amó,
yo también os he amado; permaneced en mi amor… Esto os lo digo para que vuestro
gozo sea cumplido. Este es mi precepto: que os améis unos a otros como yo os he
amado. Nadie tiene amor mayor que el que da la vida por sus amigos.
Jn 15, 9-17
Este texto de San Juan relata
uno de los momentos álgidos de la vida de Jesús , antes de su muerte. Son
palabras cargadas de emoción, que expresan amistad y dulzura, pero que también entrañan
una fuerte exigencia. Como maestro, es un momento clave para él. Sabe que tiene
que partir y quiere dejar a sus discípulos un mensaje que impregnará su
proyección apostólica. Sus palabras salen de lo más hondo de su corazón. Es un
legado que marcará una pauta a sus discípulos cuando llegue la hora de
testimoniar la buena nueva de Dios a los hombres.
Aprender a amar como Dios
Como el Padre me ha amado, así os he
amado yo. Jesús ha amado a
los suyos con el corazón de Dios. Por tanto, su amor es sin límites, pleno,
auténtico, gozoso, generoso. En definitiva, amor de Espíritu Santo y amor de
Padre. Les está diciendo que, como fundadores de la Iglesia , ellos también
están llamados a amar de esta manera, a modo de Dios.
Pero sólo podemos amar
como Dios nos ama si permanecemos en él. Y aquí es cuando se está refiriendo a la alegoría de la
vid y los sarmientos. Si no vivimos una unidad plena con Dios, difícilmente
amaremos como Él nos ama. Pero si estamos unidos a él y permanecemos en él,
este amor fluirá solo.
El mandamiento de la amistad
Este es mi
mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Y ya no sois siervos, sino amigos,
nos dice Jesús. Este es el mensaje fundamental del Nuevo Testamento.
Por un lado, descubrimos una
llamada a ser amigos de Dios. Dios no quiere sirvientes ni esclavos, sino
amigos que, como él, son
capaces de dar la vida por otros. En el corazón de Dios no
hay otro deseo que la amistad libre y gozosa con su criatura. Este es el gran
salto de la revelación cristiana: antes que el hombre busque su mirada, Dios
quiere entrar en su corazón. Y no lo hace desde su superioridad, o
imponiéndose, sino como un enamorado, poniéndose a la altura de la persona
amada. De ahí que Jesús subraye ya no
sois siervos, sino amigos.
La amistad con Dios tiene
sus consecuencias prácticas en la vida cotidiana. Dios es Padre nuestro, es decir, Padre de todos los
seres humanos. Esa paternidad define una fraternidad existencial. Si somos
amigos de Dios, también seremos amigos de sus otros hijos, que son hermanos
nuestros.
Un amor humano y divino a la vez
La amistad es una bella
palabra que, por ser tan utilizada, a veces pierde su sentido o se banaliza
acerca de su significado. ¿De qué amistad nos habla Jesús? En sus palabras no
hay duda alguna: No hay mayor amor que el
que da la vida por sus amigos. Cuando exhorta a sus discípulos a amarse
como él los ama, les está indicando el camino a seguir. La amistad del
evangelio es una amistad que lo da todo, hasta la vida, por amor a los amigos.
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