2015-12-17

Aquí estoy para hacer tu voluntad

4º Domingo de Adviento - C

Miqueas 5, 1-4a
Salmo 79
Hebreos 10, 5-10
Lucas 1, 39-45

Las lecturas de hoy nos hablan de la maternidad y del cuerpo. La madre es la que lleva en su seno otra criatura: su cuerpo se convierte en templo de la vida, cuna de un nuevo ser. Ser madre es el sacrificio más primigenio: la mujer da su cuerpo y parte de su vida para que su hijo pueda crecer. Esta donación, en María, se hace inmensa: su vientre se convierte en el santuario de Dios. Nadie como ella se ha abierto tanto, nadie como ella ha dispuesto su cuerpo y su alma, de manera total e incondicional, para que se cumpla la voluntad divina.

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo… Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad. San Pablo recoge estas palabras para alentar a los creyentes. Atrás queda la religión del sacrificio, se acabó la fe condicionada por las ofrendas. Dios no puede ser comprado ni aplacado, no es eso lo que pide. El mejor sacrificio no son animales, ni tesoros, ni méritos ganados. El mejor don es el ofrecimiento de uno mismo. No puedo darte nada, Señor del universo, pero puedo darte a mí mismo. Que tu sueño se cumpla en mí.

¿Quiénes son nuestros maestros? Jesús, que se entregó a sí mismo, y María, que se dejó habitar por Dios. Confiando la vida en manos de Dios, esta adquiere un sentido nuevo y profundo.

Muchas personas persiguen su felicidad y su propósito vital. La tendencia es buscarse a sí mismo y ser artífice de uno mismo, con esfuerzo y constancia. Se ensalza el hombre hecho a sí mismo, la mujer diosa, la persona autosuficiente que avanza a golpe de voluntad. Hay otro camino, más humilde, más oculto, menos reconocido pero mucho más luminoso: dejar que sea Dios el escultor de tu vida y el jardinero de tu semilla única. ¿Quién nos conoce mejor que él, que nos ha formado? ¿Quién nos hará crecer siendo nosotros mismos, auténticos, hasta nuestra plenitud? María lo entendió muy bien y se abrió. Por eso fue bendita entre las mujeres. Y en su vida sencilla, entre aldeas de montaña, vio florecer el milagro de un Dios que se hace pequeño. Un Dios que se hace niño, un Dios que se hace pan.

Descarga la homilía en pdf aquí.

No hay comentarios: