4º Domingo de Adviento - C
Miqueas 5, 1-4a
Salmo 79
Hebreos 10, 5-10
Lucas 1, 39-45
Las lecturas de hoy nos
hablan de la maternidad y del cuerpo. La madre es la que lleva en su seno otra
criatura: su cuerpo se convierte en templo de la vida, cuna de un nuevo ser.
Ser madre es el sacrificio más primigenio: la mujer da su cuerpo y parte de su
vida para que su hijo pueda crecer. Esta donación, en María, se hace inmensa: su
vientre se convierte en el santuario de Dios. Nadie como ella se ha abierto
tanto, nadie como ella ha dispuesto su cuerpo y su alma, de manera total e
incondicional, para que se cumpla la voluntad divina.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has
preparado un cuerpo… Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad. San Pablo recoge estas palabras para alentar a los
creyentes. Atrás queda la religión del sacrificio, se acabó la fe condicionada
por las ofrendas. Dios no puede ser comprado ni aplacado, no es eso lo que
pide. El mejor sacrificio no son animales, ni tesoros, ni méritos ganados. El mejor
don es el ofrecimiento de uno mismo. No puedo darte nada, Señor del universo,
pero puedo darte a mí mismo. Que tu sueño se cumpla en mí.
¿Quiénes son nuestros maestros?
Jesús, que se entregó a sí mismo, y María, que se dejó habitar por Dios. Confiando
la vida en manos de Dios, esta adquiere un sentido nuevo y profundo.
Muchas personas persiguen
su felicidad y su propósito vital. La tendencia es buscarse a sí mismo y ser
artífice de uno mismo, con esfuerzo y constancia. Se ensalza el hombre hecho a sí mismo, la mujer diosa, la persona autosuficiente
que avanza a golpe de voluntad. Hay otro camino, más humilde, más oculto, menos
reconocido pero mucho más luminoso: dejar que sea Dios el escultor de tu vida y
el jardinero de tu semilla única. ¿Quién nos conoce mejor que él, que nos ha
formado? ¿Quién nos hará crecer siendo nosotros mismos, auténticos, hasta
nuestra plenitud? María lo entendió muy bien y se abrió. Por eso fue bendita entre las mujeres. Y en su vida
sencilla, entre aldeas de montaña, vio florecer el milagro de un Dios que se
hace pequeño. Un Dios que se hace niño, un Dios que se hace pan.
Descarga la homilía en pdf aquí.
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