Hechos 13, 14.43-52
Salmo 99
Apocalipsis 7, 9.14b-17
Juan 10, 27-30
Las lecturas de hoy, ¡incluso
el salmo! nos hablan de pastoreo, de guía, de cuidado… Somos ovejas del rebaño
de Dios. No borregos sin criterio ni personalidad, sino posesión suya muy
preciosa. En la Biblia, cuando se utilizan estas expresiones de propiedad hay
que leerlas con una clave: la clave del amor. Solo entre dos que se aman profundamente
se emplean frases similares: eres mío, soy tuyo; nadie me arrebatará de tu
lado. Tú eres mi luz, mi guía, mi vida…
El salmo canta: somos
pueblo de Dios, él nos hizo, somos suyos y por esto tenemos motivos para vivir
con alegría y gratitud. Existimos porque somos inmensamente amados. El
evangelio nos ofrece palabras muy tiernas de Jesús dirigidas a sus seguidores, a
nosotros, hoy. Somos sus ovejas. Él nos conoce, una a una, nombre a nombre,
cara a cara. Nos protege y nos cuida. Nos da lo que todos anhelamos: una vida
que valga la pena vivir, una vida entera, completa, plena. Este es el
significado de vida eterna. Una vida
que no se acaba aquí en la tierra, sino que tendrá una continuación
inimaginable en el más allá, en brazos de Dios.
Nadie las arrebatará de mi mano, dice Jesús, e insiste: tampoco nadie las arrebatará de las manos del Padre.
Nos sujeta fuerte, como una madre que estrecha contra su seno al hijo que
ama tiernamente y no quiere perder. Así nos ama Dios, ¡no quiere perdernos! Y
no quiere que nos perdamos en el mundo. No quiere que nos hundamos en los
problemas y en la tristeza, ni que nos distraigamos con las frivolidades que
nos chupan la vida y la energía. Si estamos fuertemente unidos a la Trinidad de
Dios, no pereceremos.
Pero no solo estamos
llamados a dejarnos amar. San Pablo con su vida nos muestra que estamos
llamados a ser discípulos del mismo Dios, imitando su pastoreo. Muchas personas
esperan un mensaje de paz y esperanza, muchas anhelan esa vida buena que
nosotros ya disfrutamos. Hay que salir y ser apóstol. Hay que ser luz de las naciones, como dice Pablo. Y
si en un lugar te cierran la puerta, sacúdete las sandalias y camina hacia
otro. Somos luz. Hemos recibido mucho, y gratis. No podemos ocultar ni
guardarnos esa luz. La plenitud de nuestra vida pasará por ser generosos y
entregarnos para ser ayudantes del buen pastor, portadores de la buena nueva y
colaboradores de Jesús. No tengamos miedo, él nos acompaña y nos defiende
siempre. Su fuerza nos llena y nos inspira.
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