2017-03-24

Despierta y Cristo será tu luz

4º Domingo Cuaresma - A

1 Samuel 16, 1-13
Salmo 22
Efesios 5, 8-14
Juan 9, 1-38


Esta semana las lecturas nos hablan de la luz. Jesús se presenta a sí mismo como luz del mundo. Su presencia ilumina la vida de quienes se cruzan en su camino. La luz da brillo, color, permite ver con claridad... pero también pone en evidencia las sombras y los defectos. Una luz poderosa resalta lo bueno y lo malo. Solemos decir que cuando las cosas ocultas se destapan, todo sale a la luz. Pero muchas veces nos gustaría que ciertas cosas permanecieran escondidas, y la luz nos molesta. La luz se asocia con la verdad, y la verdad, tal como es, a veces nos estorba, nos asusta o nos incomoda, y queremos rechazarla.

Cuando la luz nos molesta somos capaces de cerrar los ojos y negar incluso las evidencias. Así actúan los fariseos: ante el milagro de Jesús devolviendo la vista al ciego no ven un acto de misericordia, sino la infracción de una ley. No ven la mano de Dios, sino una acción maligna. El ciego curado, que no es un letrado ni versado en la religión, ve mucho más claro que ellos, no sólo con los ojos, sino con el corazón.

Los cristianos de hoy podemos pensar que estamos muy lejos de los fariseos. Pero ¿cuántas veces hemos cerrado los ojos ante la luz de Dios? ¿Cuántas veces nos ha preocupado disimular y ocultar nuestros fallos y miserias? ¿Cuánto nos cuesta mostrarnos tal como somos, con el alma desnuda y humilde, sin querer fingir ni aparentar perfección o bondad? Y cuando una persona honesta nos toca la moral, nos irritamos y la atacamos. O la despreciamos, tachándola de simple, radical o idealista. Cuando nuestra mediocridad y nuestra cobardía quedan en evidencia, ¡cómo nos gusta manchar la autenticidad y la valentía! Preferimos refugiarnos en nuestras tinieblas, tan confortables… Y poco a poco resbalamos hacia una muerte en vida.

¿Cómo hacer para que la luz de Cristo no nos moleste? Dejándola entrar dentro de nosotros. Es una luz que nos transforma, nos limpia y nos hace crecer. De este modo, ya no tendremos miedo de su amor y de su gracia y podremos, un día, ser también reflejos y transmisores de esa luz a los demás. San Pablo nos anima: «Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz». Tengamos el valor de despertar, de levantarnos de nuestro sueño cómodo. Abramos las ventanas del alma a la luz de Cristo. Y viviremos con plenitud.

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